La Plaza Arica se levantó con sus banderas a media asta. No sólo la familia Barría perdía a su hija, hermana, abuela, tía y amiga Rita, sino que todo el barrio debe aprender el difícil arte de empezar a vivir sin ella.

Los barrios populares se asientan no sólo en una geografía; vale decir una porción de terreno al que se le da un nombre, sino que también a un conjunto de relaciones sociales que le otorgan su identidad. Las familias constituyen su núcleo básico. En cada barrio existen apellidos que le dan su fisonomía. La Plaza Arica, por ejemplo, tiene a los Zagals, Galloso, Rojas, Vodnizza, Milicay, Gaete, Cartagena, y por cierto a los Barría.

Como se dijo en su funeral, la Rita sintetiza un manojo de virtudes que opacaban los defectos que sin duda tenía. Lo suyo era el arte de pasar inadvertida. Atenta a la sonrisa y a la generosidad, supo ganarse la admiración de todos. La vida no la trató muy bien, pero ella supo tratar bien a la vida. Su ética era del desprendimiento, sin altavoces ni recompensas. La casa de los Barría, era y es una casa de mampara abierta. En los años de la dictadura se le conocía como la embajada. Ahí llegaban todos en busca de amparo. Y la Rita y la Mati, los pilares en la que se sustentaba una moral universal: la de ayudar al prójimo.

La flaca Rita, así le decíamos, era el ejemplo a seguir. En los momentos duros de La Cruz (y hartos han habido) en su batea se lavaban y planchaban las vestimentas amarillas con negro. Los de la Plaza Arica, los de La Cruz, que esa tarde la fuimos a dejar cumplimos el ritual de la resurrección del barrio. Ahí estaban todos y todas. Se habrá ido como siempre con el traje que mejor le quedaba, el de la humildad que combina muy bien con el de la tranquilidad.

Publicado en La Estrella de Iquique, el 3 de marzo de 2013, página 16.