La historia de la pintura iquiqueña es algo que aún no se ha escrito. Todo ello a pesar de sus momentos de extraordinaria lucidez y por otros de asombroso decaimiento. Hurgando en la prensa antigua me encuentro con los nombres de dos pintores iquiqueños, reconocidos no sólo en Chile, sino que también en el extranjero. Se trata de Miguel Cosgrove y Maruja Pinedo.

La Estrella de Iquique en su edición del 4 de febrero de 1979, destaca a ambos con ocasión de una muestra itinerante de pintura que visitó la ciudad. Allí entre los nombres de Benjamín Lira, Marco A. Bontá, Carmen Piemonte, Carmen Aldunate, Ximena Cristo, Camilo Mori,  y otros, figuran estos dos coterráneos.

Sobre Miguel Cosgrove,  se dice que nació en esta ciudad el año 1944, cursando sus estudios básicos y medio en Iquique. Cosgrove estudió arte en la Universidad de Chile, y luego se desempeñó como profesor en el Departamento de Artes y Comunicación de la desaparecida Universidad Técnica del Estado. Ha expuesto en París, Sao Paulo y Buenos Aires. Debemos pensar que pertenece a la familia del exsenador Julio Lagos.

Sobre Maruja Pinedo de quien tengo una fotografía aparecida  en la revista Zig-Zag, se dice que sus padres fueron españoles. Nació en Iquique en el año de la matanza de la Escuela Santa María. Estudió en Valparaíso y Santiago. Ingresó a la escuela de Bellas Artes y también realizó estudios en la Academia Ozenfant de Nueva York, donde estudió dibujo, pintura y composición. En 1939 obtiene el primer premio en el Salón Internacional de Valparaíso. Hasta los años ochenta fue profesora de pintura en la Facultad de Bellas Artes de la Universidad de Chile.

Al igual que muchos otros, ambos pintores,  debieron continuar sus estudios en la capital. Lo mismo le sucedió al pintor Enrique Campusano, al poeta Oscar Hahn, al fotógrafo Marinello, al cineasta Pedro Santana, al músico Luis Advis,  y a tantos otros. Es la época en que la crisis que atraviesa a la ciudad, obliga a los jóvenes a emigrar en busca de mejores perspectivas. Habría que imaginarse a la ciudad, cuya oferta educacional terminaba en las humanidades, y compararla con la de ahora.

Pero volvamos a la pintura. La obra de estos dos iquiqueños no se conoce en la ciudad. Habría que pensar como mostrársela a las nuevas generaciones. Una exposición, por ejemplo, financiada por la empresa privada, sería un buen aporte para valorar a los nuestros. Y de paso, alzar la voz junto a la del pintor Alberto Díaz para que esta ciudad tenga su propia pinacoteca que bien podría llevar el nombre de Maruja Pinedo.

Publicado en La Estrella de Iquique, el 30 de abril de 2006, página A-9