Historia y Ficción
Literaria sobre el Ciclo del Salitre en Chile

PRESENTACIÓN II
Este libro, si se puede decir de alguna manera, fue escrito en forma paralela entre Pedro y yo. Es más, Pedro Bravo lo empezó a escribir antes que yo me metiera en los temas de la literatura nortina. La complicidad por los temas del norte grande y de su capital: Iquique, nos ha llevado a tejer la amistad que hemos cultivado por el correo ordinario, el electrónico y por sus visitas a esta ciudad. Ex-alumnos de la Escuela Centenario Nº 6 y vecinos de barrios populares, nos hemos ido colaborando en sueños y en proyecto. Este libro es la concreción de un sueño y de un proyecto.
El norte grande -independientemente de su historia económica, social y política, produjo una ficción literaria de gran valor que no ha sido del todo valorada. Hombres y mujeres aparte de extraer el “oro blanco” tuvieron la capacidad de mezclar el deseo con la realidad para crear una literatura con fuertes contenidos reinvindicativos, ya sea de corte comuinista o anarquista.
En este libro encontará el lector las señas de una identidad literaria nortina. Toda ella girando en torno a esa gran epopeya que fue el ciclo salitrero.
HISTORIA Y FICCIÓN LITERARIA SOBRE EL CICLO DEL SALITRE EN CHILE
Pedro Bravo Elizondo y Bernardo Guerrero Jiménez

PRÓLOGO 1
Este libro obedece a varias razones, pero tal vez la principal sea que para Bernardo y yo representa un viaje hacia el pasado, no porque suframos del síndrome de la edad de oro, sino porque en mi caso mis abuelos pertenecieron, por un lado al grupo de los «enganchados:» provenían de la región del Maule; y el otro, a un coquimbano que decidió buscar fortuna también en la región del salitre. El primero, José Nazario Bravo, jornalero, falleció víctima de una de las plagas comunes en el Iquique de comienzos de siglo, la viruela; el segundo, José Santos Elizondo trabajó como «guachimán» para Gibbs y Cía. cuidando de las lanchas fondeadas en la bahía. Desempeño este trabajo desde 1918 a 1933. Allí en una de esas casas construídas sobre una lancha maulina, las «chatas,» vivió mi madre con el resto de la familia, hasta contraer matrimonio. Al fallecer ella yo tenía tres años, y su hermana mayor, María, y su esposo Antonio Guzmán, patrón de remolcador de la Compañía Salitrera de Tarapacá y Antofagasta, me tomaron a su cargo, y me fui a vivir a bordo, pues la compañía ofrecía sus chatas para que los motoristas estuviesen a mano veinticuatro horas al día en las labores de embarque y desembarque de salitre y mercaderías. Fue así como experimenté el último período del Ciclo del Salitre, con sus fechas relativas, pues desde y hasta el término de la Segunda Guerra Mundial los embarques ocuparon la mayor mano de obra del puerto y se laboraba la semana corrida y a veces por veinticuatro horas consecutivas, con pagos de jornales al doble y triple, este último después de las doce de la noche hasta la mañana siguiente. Trabajé como ayudante en el remolcador Alcatraz.
La vida abordo permitía conocer la inmensa gama de quienes laboraban en la bahía: fleteros en el muelle de pasajeros, cargadores, estibadores, guachimanes, vaporinos, pacotilleros (los que traían mercaderías, en especial de La Serena y Coquimbo) que viajaban en los vapores de la carrera como el Huasco, Aysén, Palena, Teno, Lebu, Imperial, Cachapoal, Maule, Mapocho
A la salida del muelle, pasando por la Aduana, aparecía otro mundo, el de tierra con las oficinas de la C.S.T.A. como también las maestranzas. En la plazoleta a la salida de la Aduana, el ferrocarril salitrero con una actividad febril; frente a él, una casa de cambio, hoteles, las oficinas de las empresas navieras, los consabidos bares, los coches tirados por caballos esperando por clientes de los recién llegados barcos de otras latitudes, quienes buscaban un sitio para «relajarse y divertirse» mientras sus naves cargaban el codiciado fertilizante. Los cocheros no sabrían lo suficiente inglés, pero sí entendían la palabra clave para el destino de sus pasajeros.
Esta vida diaria en la bahía y en el área del puerto permite apreciar este período que ahora es un recuerdo con caracteres míticos. No hemos tratado de escribir aquí una biografía, sino una reminiscencia de lo que fue la época del salitre, a través de obras que pertenecen al canon de la literatura de y sobre el salitre. Pensamos que hay que haber conocido vivencialmente el Iquique de la última etapa del salitre, para reconocer lo que algunos pioneros o empresarios del oro blanco, hicieron por la provincia al promover su propia riqueza. Uno de ellos fue John Thomas North, el Rey del Salitre. Hemos compilado el presente volumen, como una forma de rescatar la historia y hacerla accesible a las nuevas generaciones. Creemos con Milan Kundera que el olvido organizado destruye las naciones. Ese ha sido nuestro propósito; el lector decidirá si lo hemos logrado.

Pedro Bravo Elizondo

De barrio de La Puntilla

INTRODUCCIÓN A LA LITERARTURA SOBRE EL CICLO DEL SALITRE

El salitre como cualquier otra riqueza, atrajo a miles de trabajadores no sólo de Chile, sino de países vecinos y exóticos.(1) Iquique, el puerto principal de embarque, fue una colonia más extranjera que nacional durante cierto período de su historia. Interesante es recorrer los cementerios iquiqueños para darse cuenta de tal aserción. A comienzos de siglo, treinta por ciento de la población del puerto estaba conformada por ingleses, alemanes, peruanos y bolivianos, y un gran número de chinos empleados en la industria y comercio. Por años el inglés fue el idioma preponderante e Inglaterra y su capitalismo arrollador, y la emergencia de una elite con una preparación profesional en minas y metalurgia que abarca de 1851 a 1914, permitió que el 60% de la industria salitrera fuese controlada por firmas británicas establecidas en Valparaíso y el Norte Grande. La internacionalidad comercial que produjo el salitre, puede observarse con la siguiente estadística de 1912, con respecto a la entrada de barcos y veleros a la bahía de Iquique:
Nacionalidad
Barcos
Ingleses
301
Chilenos
520
Alemanes
178
Franceses
65
Noruegos
41
Japoneses
12
Italianos
9
Norteamericanos
12
Peruanos
5
Rusos
4
Total
1.147

Mario Bahamonde, nuestro notable antofagastino, tal vez describió mejor que ningún otro el fenómeno antes aludido,
Los hombres llegaron a estos lugares atraídos por una llamarada fascinante: la plata de Chañarcillo, la plata de Caracoles, la plata de Huantajaya, el cobre de Chuquicamata, el esplendor del salitre y sus posibilidades de vida fácil, el auge de los puertos, el cosmopolitismo de sus bahías. Avalanchas humanas acudieron a estas tierras. Y la otra impresión que produce la zona es la aventura. Todos llegaron aquí movidos por el incentivo aventurero; el negocio fácil, el trabajo rendidor, el contrabando, el golpe de suerte, etc. Sin embargo, mirado el problema del poblamiento nortino con más calma, resulta distinto. Se trata de un lento proceso de integración; integración del hombre a esta tierra y, además, integración de la tierra a la economía nacional (Bahamonde, 1978: 13).
La concentración proletaria en una región semi-urbana produjo un individuo cuyo modo y sistema de vida difirió de la del inquilino o trabajador de la zona central y sur chilenas. Sigo a Bahamonde, cuando expresa que «después que éstos (los trajabadores) se ubicaron en sus estratos y se quedaron, lo único que los unió y unificó fue el habla: el pililo y el jaibón» (13). Como lo han ratificado los investigadores, aunque el salitre favoreció a compañías, individuos y el erario nacional, una mínima parte quedó en la región. Para el Gobierno «los problemas de este sector son asimilables a aquellos que ocurren en territorio extranjero»(2). Por lo tanto no hubo preocupación por los aspectos sociales ni se realizaron inversiones a nivel de los recursos humanos. Consecuentemente el Norte se convirtió en foco de actividades políticas y sociales. El pampino fue la síntesis de esa fuerza colectiva que modificó parte de la historia social de Chile, y en el proceso dio origen a la organización de la clase obrera a través de una entidad política, el Partido Obrero Socialista (1912).
Presentaremos una visión general de ciertos textos literarios escritos a partir de la incorporación de las provincias de Tarapacá y Antofagasta al territorio y economía nacionales, luego de la conquista militar que otorgara la Guerra del Pacífico (1879-1884) (3). A continuación, una breve antología adentrará al lector en el conocimiento de algunos textos no asequibles al interesado en el tema, además de recolección de datos sobre el personaje que define el período en cuestión, y que aún antagoniza a ciertos historiadores: John Thomas North, el «Rey del Salitre,» figura que al entender historiográfico sintetiza la historia de la explotación del nitrato, después de la conquista del desierto por esas grandes figuras precursoras que fueron Diego de Almeida, José Antonio Moreno (el «manco Moreno») y José Santos Ossa el fundador de Antofagasta. El por qué del uso de literatura para entender el pasado, es el convencimiento de que ésta tiene la facultad de otorgarle a los seres históricos o fantasmas del pasado, carne, hueso y sangre que los hace visibles y cercanos a nuestra existencia. En algunos casos, la Historia es sólo una árida repetición de textos.
Al revisar el historial del salitre, sus períodos de auge y crisis, los movimientos huelguísticos, las masacres, el movimiento cultural que engendró (contracultura la llaman algunos), se observa un continuum vital que luego se reproducirá en la producción literaria relativa a este período histórico. Destacaré algunas obras literarias cuyo corpus específicamente incide en el tema del caliche y las luchas obreras, y no aquéllas que indirecta o tangencialmente abordan tales asuntos (4 ).
Tal es el caso con la novela de Nicomedes Guzmán La luz viene del mar (1951), que aunque ambientada en el puerto, es «la novela de la pampa a través del arrabal de Iquique» como lo expresara un crítico. La literatura nortina sintetiza la vida de los obreros del salitre; algunos de ellos como lo sostiene un investigador, fueron pequeños libros, ajenos al verdadero mérito literario, pero «afianzados por una sinceridad de la vida en sus relatos» (5) En 1895 Mariano
Martínez escribe La Vida en la Pampa o Historia de un Esclavo, fábula de un joven campesino quien seducido por el paraíso que ha retratado un enganchador, abandona mujer e hijos y se dirige al Norte Grande. En 1898, José S. Bascuñán edita en Taltal un «folleto histórico, crítico y de actualidad,» son sus palabras, VIDA Y PERCANCES del Operario Pampino Salitrero, cuya dedicatoria es un ejemplo típico del discurso anarquista en boga. Observe el lector:
«A vosotros pampinos y mineros, los eternamente esplotados por el Ogro monopolio; a vosotros que en el numeroso gremio de los humildes zapadores de abajo sois fuerza viva, el principio germen de la riqueza nacional, las graníticas columnas del augusto templo de la Industria, los infatigables propagandistas del Evanjelio sublime del Progreso, ora en medio de los desiertos escuetos y sombríos, ora en el vientre pavoroso de las abruptas montañas solitarias; a vosotros los que jemís en el desamparo de la fortuna, bajo el látigo del inicuo cezarismo burgués, los que ofrendais la existencia en aras de las brutales cargas impuestas a título de cuotidiana tarea, por unos cuantos capitalistas en su mayor parte extranjeros, complotados para enriquecerse a espensas de vuestro sudor; a vosotros os dedico esta publicación escrita sin otro objeto que el de dar a conocer vuestra miserable suerte y los vejámenes de que sois víctimas, ante el tribunal de la civilización del país» (pág. 3).
En 1907 Augusto Rojas Núñez, iquiqueño, publica el libro de cuentos Leyendas Pampinas bajo el seudónimo de T.D. Monio. Patrocina su obra el Centro Editorial Obrero. En el caso de Martínez, lo hace la Biblioteca del Trabajador Popular. Hasta allí el mérito de estos primeros esbozos de literatura pampina. Obsérvese el interés temprano de los trabajadores por apropiarse del discurso escrito, al favorecer estas publicaciones con un título editorial.
Los modos de producción distintos al trabajo minero tradicional, gentes y costumbres en que se mezclaban razas y hábitos de otras latitudes, incluso un habla peculiar pampina, generaron el interés de escritores nacionales como Baldomero Lillo, Carlos Pezoa Véliz, Eduardo Barrios, Manuel Rojas, Pedro Prado, Nicomedes Guzmán. En qué otro lugar se escucharían nombres de oficios como cachorrero, herramientero, costrero, derripiador, boletera, particular, pasatiempo, pulpero, canario, fichero, vigilante, etc. Lillo viajó a Iquique y la pampa para indagar el modo de vida del pampino, sacudido por la masacre de la Escuela Santa María de Iquique, a fin de escribir una novela que titularía «La Huelga». No lo logró. Víctor Domingo Silva (1882-1960) destacará en el plano literario y político en el Norte Grande. A pesar de que llegó a la zona por vez primera en 1907, en su libro Hacia allá… (1905) incluirá un poema sobre el caliche, «Bajo el sol de la pampa». Con Pampa trágica (1921), incorporará definitivamente el tema a través de veinticinco narraciones ambientadas en la pampa salitrera. El poeta Carlos Pezoa Véliz (1879-1908) trazará unos cuadros costumbristas de la zona que reflejará en «El Taita de la oficina» y que cronológicamente se corresponde con la visión que Clodomiro Castro hará patente en su poema. Eduardo Barrios (1884-1963) nos dejará el retrato de una oficina en Tamarugal (1944), novela en la que incluye dos cuentos que tienen como núcleo el escenario de la pampa. Volveré más adelante sobre este autor. El área de Antofagasta vive en novelas de Salvador Reyes (1899-1870), como Atacama en la obra de Dinka Illic (1903-1969). Pero es Mario Bahamonde, profesor e investigador quien sobresale en la cuentística. Publica en 1945 su libro de cuentos Pampa volcada. En 1952 De cuán lejos viene el tiempo. Bahamonde reproduce en sus relatos, tipos, costumbres e historias que enmarcan el período de la Era o Ciclo del Salitre
Utilizaremos un marco de referencia histórico-político para encuadrar las obras pertinentes. He periodizado mi estudio en los siguientes acápites: I. La expansión salitrera. II. Despertar y combatividad del proletariado pampino. III. Santa María de Iquique. IV. Recabarren. V. La gran crisis. VI. La epopeya social del salitre (6). Algunas obras pertenecen a más de un período, pero las he incluido en uno determinado, por la preponderancia del tema y el asunto que tratan.

I. LA EXPANSIÓN SALITRERA
Cinco años después de la guerra civil (1891), aparece el texto fundacional de la literatura del salitre, el poema Las Pampas Salitreras (1896) de Clodomiro Castro, rescatado precisamente por Andrés Sabella, en su colección HACIA. Publicado por Castro en Iquique en la Imprenta Tipográfica de Rafael Bini, traía consigo un vocabulario de los términos pampinos utilizados en la elaboración del salitre. La gestación ocurre en 1893, pues como lo asevera el autor, su «permanencia por más de tres años (…) en la pampa (le) ha sugerido la idea (…) de zurcir (…) un poema descriptivo de su topografía, riqueza, costumbres y elaboración del salitre» (7) Luego agrega que no ha escrito una obra perfecta, «ni en los detalles del asunto, ni en la práctica, es apenas un bosquejo de lo que allí sucede, escrito en versos rasos». Tal humildad es un darse cuenta de la magna empresa que significa siquiera retratar lo que el autor percibe al mirar en derredor suyo. Clodomiro Castro divide su poema narrativo en cinco partes:
I. Las Pampas, con una descripción geológica y geográfica, en que «parece que no hay vida (…)/ las galas de la aurora/ desaparecen sin canción canora.» Al referirse a la actividad fabril, indica que «el inglés y el chileno allí se hermanan/bajo la sabia ley del trabajar».
II. La Máquina. El hablante describe las grandes chimeneas como «especie de obelisco en el desierto.» Todo el proceso de la elaboración del salitre es descrito con lujo de detalles y con la jerga que el pampino tuviese que crear, acopio, chancho, cachuchos, caldo, etc. (8).
III. El Campamento. «Semejando casillas- palomares/series de cuartos paralelos van.» La vida en la pampa, inicio y suceder de la industria le permitió apreciar el hacinamiento y malvivir en una zona en que las temperaturas durante el día y la noche marcaban el contraste típico del desierto. Por eso no puede dejar de editorializar el hablante que los cuartos, «traslucen de una vez la indiferencia/ con que se mira a aquellos que allí están».
IV. Las Faenas. Ahora entra en escena el obrero y el hablante se explaya en especificar sus deberes, el carretero, el calichero, el corrector, y la monótona repetición del trabajo contínuo en que las faenas se suceden «por meses sin ninguna variación/ hasta que llegue alguna fiesta o daño/ que la máquina pare su función».
V. El Pago. En 1893 cuando Clodomiro Castro visita la pampa salitrera, no existen normas o leyes que regulen la vida obrera. Se trabaja duramente, por lo tanto la diversión se corresponde con el esfuerzo empleado. El hablante insiste en comentar «Así malgastan la vida/ derrochando su dinero/ trabajan de Enero a Enero/ y el ahorro jamás ve…»
El período histórico corresponde a los grandes negociados que darán origen a la adquisición legal e ilegal de terrenos salitrales, y ganancias que superarán las expectativas de los accionistas extranjeros, especialmente ingleses. John Thomas North será el personaje que caracterice este período, con el boato y extravagancia de sus fiestas, mansiones, títulos, (Coronel North, «Rey del Salitre») y control que ejerce tanto en la pampa, con sus pertenencias calicheras, y diferentes sociedades comerciales en Iquique y otros lugares.9 Interesante destacar que no exista una novela en inglés o español de este notable empresario de la clase media inglesa quien supo aprovechar las circunstancias históricas y manipular intereses económicos en Londres y Chile que le permiten llegar a ser reconocido como Rey del Salitre, aunque más propio sería llamarlo Rey de Tarapacá, como lo probaré más adelante.

II. DESPERTAR Y COMBATIVIDAD DEL PROLETARIADO SALITRERO.
En 1903 se publica en Iquique -Imprenta de El Pueblo, Serrano 83- la novela Tarapacá, según reza el epígrafe «novela local, debida a la pluma del escritor don Juanito Zola». En la dedicatoria «A los obreros de Tarapacá», Juanito Zola advertía, que su estada en la pampa, «compartiendo con vosotros las vicisitudes de una existencia triste y afrentosa», le había hecho escribir esta novela, «que fuera algo así como una historia de lo que ocurre en (…) Tarapacá.»
Se observa en los escritores -pues fueron Osvaldo López y Nicanor Polo- el vehemente deseo testimonial y documental que destaco en la cita, el hacer permanente mediante la escritura un recuento social, el rescate de un período que ya se ve como hecho histórico. Osvaldo López, periodista obrero, residió en Iquique desde comienzos de siglo. Fundó El Trabajo en Iquique, órgano de la Combinación Mancomunal Obrera. En 1910 edita el Diccionario Biográfico Obrero que entrega los haceres y quehaceres de los principales dirigentes proletarios de la época.
Tarapacá sigue las huellas del naturalismo francés, la novela como indagación social y presenta el cuadro completo de la situación creada por la riqueza salitrera en el Norte, en los diversos estratos sociales en pugna.
El narrador es portavoz de la realidad político-social, y su registro del milieu corresponde a la transposición literaria que caracteriza el naturalismo y su concepción utilitaria de la literatura. Los autores de Tarapacá son los primeros escritores en desarrollar el tema de Germinal «a la Zola» en tierras americanas. Las razones son obvias: el proceso industrial en la zona Norte con una alta concentración de trabajadores, y los enfrentamientos periódicos entre Capital y Trabajo (así con mayúscula lo destaca la prensa obrera de la época). Recuérdense las huelgas generales de julio de 1890 y la de diciembre/enero de 1902, dirigida esta última por la Combinación Mancomunal de Obreros,(109 ambas en Iquique. La primera terminó en el inevitable choque con las fuerzas armadas.
Consciente de su modelo literario francés, la oficina salitrera foco de interés de la narración se llama Germinal. En el plano metafórico, apunta al despertar de la conciencia pampina a través de la acción del protagonista, y a la idea implícita ya en Zola del alzamiento revolucionario en el mes de «germinal» (1 de abril de 1795 durante la Convención). El autor no necesita literaturizar las condiciones de vida de los obreros pampinos para igualarlos a la explotación de los mineros carboníferos del Germinal de Zola (1885).
Tarapacá prefigura los motivos de la huelga de 1907, incluso el pliego de peticiones y la sólida unión de obreros peruanos, chilenos y bolivianos. Como novela de tendencia política, busca la identificación del lector con la historia y el trasfondo de los hechos.
Es una novela en clave, pues lugares y personajes eran fácilmente identificables para el lector iquiqueño del período. Por tal motivo, la alta burguesía del puerto adquirió la edición, sepultando la novela en el olvido. En la prensa obrera de la época, no hay comentario ni mención alguna de la novela. Se la tragó el caliche. El cronista iquiqueño Fernando López Loayza, conocido por su seudónimo Fray K. Brito, comenta en su libro Letras de Molde (1907), las «Producciones Iquiqueñas» que se han publicado en la provincia. Este es su comentario:
Los editores Osvaldo López y Nicanor Polo publican, bajo el seudónimo de Juanito Zola, una novela local cuyo argumento está tomado en parte de escenas ciertas, mucho de invención o imajinación otras, denigrantes las primeras para determinados elementos conocidos de la sociedad iquiqueña que aparecen siendo actores en los lugares de corrupción donde olvidándose los principios del recato y de la decencia suelen algunos hombres, que por su posición social se merecen respetos a sí mismos y a sus familiares, olvidar los principios elementales de la moral y de la educación. La novela mencionada, escrita en lenguaje soez y libre, lleva el nombre de Tarapacá y fue impresa en la imprenta de El Pueblo en 1903 (245-246).
La aserción de «lenguaje soez y libre» debe tomarse con un grano de sal, pues no corresponde a una acertada descripción del discurso en la novela. La mogijatería o el buen uso provinciano tal vez obnubilan la escritura de K. Brito. El lector podrá juzgar por sí mismo tan disparatado juicio. Lo interesante de su crítica, es la explicación del comportamiento de los elementos de la alta sociedad, en una ciudad tan restringida física como socialmente, dejando de lado el asunto básico de la obra, el trabajo y comportamiento de obreros y patrones en la pampa salitrera y en el puerto. Por supuesto que no hay que olvidar a la «Gran Aldea» que era Santiago en aquellos tiempos, cuando la novela Casa Grande (1908) de Luis Orrego Luco creó un sismo de mayor magnitud.
En 1906 el dirigente obrero Alejandro Escobar Carvallo (1877-1966) escribe el poema «La Pampa de Chile», que es la contrapartida del texto de Clodomiro Castro. Se publica en el periódico El Pueblo Obrero de Iquique, el 21 de diciembre de 1909, segundo aniversario de la masacre de la escuela Santa María de Iquique. Resaltan en él las imágenes y metáforas que conjuntamente con el vocabulario pampino, entregan el retrato de la pampa desde sus inicios geológicos, al momento en que el hombre empieza la explotación del salitre. El trabajo y la vida pampinos son los motivos estructurantes del poema. La diferencia básica con el texto de Clodomiro Castro es el alto contenido político subyacente en el verso: Trabajo versus Capital; Obrero y Autoridad; Libras esterlinas y Pobreza.
Sus primeras líneas apuntan al efecto y asombro que causa la naturaleza en el hablante. Describe en seguida el trabajo en el desierto, que se compara a «grandes colmenas laboriosas». La chatura de la pampa hace que las Oficinas semejen «prisiones misteriosas/ de un vasto imperio convertido en ruinas». Esta pampa salvaje «es un monstruo devorador de carne obrera», que la pluma del escritor metaforiza como «Viuda del Mar», «senil entraña», «una serpiente al pie de un tronco», «se parece la Pampa a una ramera/ vencida por ocultos sufrimientos».
En este desierto el único triunfador es «el extranjero de mirada altiva/(quien) es el tirano de la Pampa hollada». La acusación no se hace esperar, » El es la causa que el chileno viva/esclavo mísero en su tierra amada». Finalmente el llamado a la rebelión, » Alzate, Pueblo, a tu sin par destino». El motivo de la pampa ha sufrido un cambio en su significación. Alejandro Escobar lo describe ahora como «infierno», «presidio». En relación al poema de Castro, ¿qué provoca tan distinto juicio de valor? El salitre ha revolucionado la producción de alimentos a nivel mundial. En el país, transforma la estructura económica, por los altos ingresos. De 48 Oficinas laborando salitre cuando Clodomiro Castro escribe su poema, hay ahora 102 al escribir Escobar el suyo. El Norte Grande, Tarapacá y Antofagasta, que contaba con menos del 1% de la población en 1885, tenía un 7.2% en 1907. En la misma fecha Antofagasta aumentó sus habitantes en un 250% y Tarapacá, 150%. Los poseedores de los vastos depósitos salitrales han asentado sus reales en la pampa nortina. Los obreros se han organizado. La «cuestión social» ignorada por los gobernantes ha tenido sangrientos brotes en Valparaíso (1903), Santiago (1905), Antofagasta (1905). Líderes anarquistas y socialistas recorren la pampa, dirigen movimientos, editan periódicos (11). La pampa ya no es ni será el lugar donde se hermanen obreros y patrones, como lo señalara Clodomiro Castro.
Cuando Escobar y un grupo de anarquistas de Valparaíso y Santiago deciden en 1906 planear la extensión del movimiento obrero de resistencia, hacia las provincias nortinas, el adelantado es Luis Olea, quien se interna en la pampa y luego se dirige a Iquique donde forma el Centro de Estudios Sociales Redención que propicia conferencias y publica una revista literaria socialista. Olea tendrá un papel preponderante en la conducción de la huelga de 1907. Será el vicepresidente del movimiento. A ese grupo anarquista de Magno Espinoza, Olea, Escobar, Eduardo Gentoso, perteneció Francisco Luis Pezoa, quien desde muy joven tomó parte activa en el movimiento social. Traducía del francés, inglés e italiano. Sus composiciones poéticas fueron adaptadas a la música de canciones populares. Es él quien nos deja su poema «Canto de venganza» más conocido como «Canto a la Pampa,» escrito a raíz de los sucesos de la Escuela Santa María de Iquique en 1907. Por tal razón la he incluído, pues nos permite comparar las visiones y emociones de los hombres de tal tiempo, ante los hechos que se suceden en el norte salitrero.

III SANTA MARÍA DE IQUIQUE
De los movimientos huelguísticos encabezados por los obreros del salitre, hay uno que destaca tanto por lo sangriento de la represión como por su fuerza, sincronicidad, y solidaridad de clase. Me refiero a la huelga de 1907 cuyo desenlace el 21 de diciembre en Iquique, marcara un hito en la historia de las luchas sociales no sólo de Chile, sino de toda América Latina. Volodia Teitelboim, escritor de la generación del 38, la cual comentaremos más adelante, publica en 1952 Hijo del Salitre.12 Lo notable de la aparición de la obra es el período histórico en que se publica. Bajo la presidencia de Gabriel González Videla (1946-1952) quien es elegido con el apoyo del Partido Comunista, se dicta la Ley de Defensa Permanente de la Democracia (1948) que desplaza cívicamente a este partido y cuyos miembros y simpatizantes son relegados a distintos puntos del territorio nacional, siendo el más notorio el del puerto de Pisagua en el norte de Chile. La novela conlleva una triple motivación: trae al campo de la literatura nacional, la vida del dirigente obrero comunista Elías Lafertte, formado en la pampa salitrera, de allí el título, cuyas memorias se publicarán en 1957; relata morosamente la masacre de la Escuela Santa María de Iquique, y se escribe y publica «en el tiempo de la ilegalidad». (13).
El desarrollo narrativo corresponde, el título ya lo anuncia, a la novela de aprendizaje o Bildungsroman. El espacio definido por las fronteras geográficas del puerto y la pampa, conforma el mundo novelístico interior y exterior. Volodia Teitelboim divide su libro en cuatro capítulos. I. La áspera mañana. II. Vamos al puerto. III. Sábado negro y IV. El canto de la pampa (14).
El primero de ellos relata la infancia del protagonista y su ingreso al mundo del trabajo a los nueve años, en la Oficina La Perla, como «machucador»o «matasapos» (el que tritura bolones de salitre). Tres veces retorna a su terruño, pero como lo manifiesta su abuela, «La pampa es la sal de la tierra. El suelo humea; pero allí el dinero corre como la sangre por las venas.» Lafertte a los veinte años se ha transformado ya en «pampino de alma». Los capítulos restantes tendrán como motivo la gran huelga de 1907.
La masacre del 21 de diciembre, «sábado negro», marcará el destino del protagonista. A los veintiún años desaparecerá su inocencia social para dejar paso a la duda, el compromiso y la identificación con la lucha que ha iniciado «el hombre de la huella», Recabarren. Elías es parte de la pampa. Comenta el narrador, «Era un terrón viviente del desierto, hijo del salitre, parte de su pueblo, arena de sus dolores.»
En el mundo ficticio de la novela, Elías simboliza el despertar del proletariado pampino, que repuesto del sopor causado por la masacre, emprenderá la lucha en el plano político. Las ideas socialistas lograrán movilizar un proletariado que aún no adquiere conciencia de su potencialidad de lucha. De aquí a la formación de un partido obrero, el POS, hay sólo un paso. El crítico Ricardo Latcham diría que Hijo del Salitre va más allá de «las consignas o los límites del arte comprometido y vierte su turbio y revuelto caudal realista en las aguas, cada día más recias, del relato nacional», tales como Ranquil de Reinaldo Lomboy; Cabo de Hornos de Francisco Coloane; La sangre y la esperanza de Nicomedes Guzmán; Hijo de ladrón de Manuel Rojas (15).
La mayoría de los componentes de la llamada Nueva Canción Chilena, coinciden en destacar que «lo más importante producido, grabado y difundido en Chile a nivel de canción política fue la Cantata Popular Santa María de Iquique, de Luis Advis.» Así lo reconoce Osvaldo «Gitano» Rodríguez en Cantores que Reflexionan (1984: 135). En la selección correspondiente, agregaré comentarios de otras fuentes. Lo pertinente es destacar que dicha cantata, renovó el interés por lo ocurrido en Iquique aquel diciembre de 1907, convirtiéndose, sin proponérselo el autor en un canto de batalla durante el período de la Unidad Popular 1970-1973, y cuya divulgación por efecto del exilio permitió al grupo Quilapayún difundirla a nivel mundial.
En el plano teatral dos autores han abordado lo ocurrido en la escuela Santa María de Iquique. De la obra de Elizaldo Rojas sólo tengo noticias bibliográficas. Por ello me referiré a su debido tiempo a Santa María del Salitre del dramaturgo, director y actor chileno radicado en Perú, Sergio Arrau (16).

IV. LUIS EMILIO RECABARREN
En 1938, año del triunfo del Frente Popular en Chile, un joven adolescente entrega a las prensas un libro «con portada roja y puños en alto». Su título Recabarren. Fernando Alegría recuerda que con una beca de la Universidad de Chile se dio a la tarea, a los dieciocho años, de recorrer el Norte Grande en pos de la huella del líder obrero. Buscó a los viejos amigos, camaradas y adversarios de Recabarren en Iquique, Coquimbo, Tocopilla, Mejillones, Antofagasta, Valparaíso. Treinta años más tarde, decide re-contar «su saga y que otros deberán repetirla después a su manera y a la luz de nuevas circunstancias.»(17).
En 1949 el crítico Francisco Santana al referirse a la nueva generación de escritores, dejó estampada la siguiente afirmación sobre Alegría y la pieza comentada,
Fernando Alegría a los 20 años publicó la biografía novelada Recabarren. Esta obra tiene el mérito de estar bien escrita y de haber tratado con acierto al personaje que estaba huérfano de estudios críticos o biográficos. Tuvo el autor la tarea de enfrentarse con una documentación dispersa, de conversar con obreros que conocieron al líder proletario, consultar diarios, Boletines del Congreso Nacional, etc. La figura del personaje aparece desde los quince años. La vida juvenil, amorosa y política está relatada en forma agradable. La prosa es brillante por el enriquecimiento de formas poéticas, en que la imagen y las metáforas resaltan finalmente decorando el ambiente y las ideas. En esta biografía novelada se pueden apreciar las grandes cualidades del joven narrador, y al mismo tiempo, su gusto e intención social. Traza en forma acertada la vida del revolucionario que mantuvo una esforzada lucha para lograr la organización de las masas proletarias. Vemos la tenacidad del divulgador social, la lucha contra las persecusiones. Y su único afán de conseguir la organización obrera y obtener, apoyándose en su propia fuerza, el mejoramiento de la vida económica (64).
Incluyo Recabarren en este recuento literario pues la trayectoria política y social del líder se iniciará verdaderamente en el Norte salitrero, cuando en 1903 acepta el ofrecimiento de Gregorio Trincado – dirigente obrero- para hacerse cargo en Tocopilla del periódico El Trabajo perteneciente a la Combinación Mancomunal de ese puerto y fundada el 1 de mayo de 1902. Hablar de Recabarren es referirse a la pampa salitrera, al nacimiento del proletariado moderno en Chil. El Norte y la pampa, y Recabarren son inseparables. Cuando Pablo Neruda inicia su campaña senatorial por las provincias nortinas en 1945, en un folleto de dieciséis páginas, editado en Iquique en esa fecha, titulado Saludo al Norte y Stalingrado, recuerda,

Quiero que esté mi canto donde antaño
con su mirada gris y su pelo de estaño,
Recabarren, el Padre comenzó su jornada
de orilla a orilla del desierto
con la misma bandera que llevo levantada
Porque Recabarren no ha muerto.

Fernando Alegría en su acercamiento literario, seguirá la pauta de la narrativa del salitre. Un plano histórico, documental y otro creativo, ficticio.»Metaficción historiográfica» es el término acuñado en las investigaciones literarias modernas. Como lo reconoce en Como un árbol rojo «en 1938 mi Recabarren era un remolino de metáforas». Alegría el escritor, se adelantará décadas a los investigadores sociales como Julio C. Jobet, quien en 1955 publicará Recabarren. Los orígenes del movimiento obrero y socialismo chilenos. Pablo Neruda, en su Canto General (1950) dedicará al líder su canto XXXVI «Hacia Recabarren» y XXXVII, «Recabarren».
La convulsión política y social que creó el Frente Popular en 1938 con la elección del radical Pedro Aguirre Cerda como presidente de Chile (1938-1941), va acompañada en el plano literario por un grupo de escritores que será conocido como «la generación del 38,» y de la cual Fernando Alegría será implícitamente su líder. Los miembros de esta generación esencialmente, serán los que reinterpretarán la historia social de Chile en su producción literaria y a la vez renovarán la escritura en el ámbito nacional. Las narraciones presentarán historias que se identifican con las inquietudes sociales reinantes, lo que Latcham definiría como la «áspera efigie del pueblo y sus tragedias colectivas.» (18).
En 1956 Luis González Zenteno (1910-1961), iquiqueño y treintaiochista, entrega al público su segunda novela Los Pampinos (19), la que representa su mayor aporte a la narrativa del salitre.
El proletariado pampino está en primer plano, con Garrido y Luis E. Recabarren, Salvador Barra Woll, Ladislao Córdova, todos ellos personajes históricos, gravitan con los héroes literarios en la visión de la pampa que transcurre desde la elección de Arturo Alessandri (1920) a la masacre de La Coruña (1925). El autor sostuvo en una entrevista que para escribir sobre un tema determinado, «hay que haber convivido y tenido un reflejo directo con los personajes y las costumbres que se quieren rescatar». Conocedor de la pampa y del puerto, la novela recoge episodios ya olvidados de la Era del Salitre.
En Los Pampinos dos motivos se hacen presentes. La labor política de Recabarren en la pampa salitrera e Iquique, y la transformación de un campesino o huaso de Aconcagua Carlos Garrido, en «hombre del salitre.» Un personaje femenino, La Timona, enlaza la gesta de 1907 -en que perdió esposo e hijo – con la masacre de La Coruña en la cual Garrido, ahora su marido, se ve obligado a intervenir. El autor consciente de la realidad nortina, liga las vidas de una peruana y un chileno de la zona central para simbolizar la unión de las fuerzas que comparten un destino común en la pampa. Ambos no pueden ser ellos mismos y aislarse del entorno, sino deben asumir la responsabilidad de la dirección de un movimiento, aun cuando esté destinado al fracaso. La reiteración del motivo del Bildungsroman o novela de aprendizaje, no es accidental ni un mero recurso literario en la ficción del salitre. Las ideas anarquistas antes que las socialistas, se incorporaron al «torrente pampino a través de los marineros alemanes, muchos de los cuales desertaban de sus veleros y debían ser amparados por la Unión Marítima Internacional (fundada en 1892).»20 Este indoctrinamiento político con las entonces nuevas ideas, dejó huellas imperdurables en los puertos nortinos.
Al mencionar a Recabarren, no puede dejarse de lado el hecho que ningún cineasta, haya decidido plasmar en el celuloide la vida de un hombre y una era que marca indeliblemente el Chile contemporáneo, con los aires de Cielito Lindo, la trayectoria de Alessandri y el trasfondo del Norte salitrero que le diera al León de Tarapacá no sólo el apelativo, sino la silla senatorial (1915-1921) que lo llevaría a la presidencia de la república, y cuyo populismo desembocaría en el triunfo del Frente Popular en 1938, con Pedro Aguirre Cerda. Miguel Littin rescatará en una hermosa escena, algunas de las palabras del líder obrero, en su film Actas de Marusia (1985), filmada en México y seleccionada para representar a ese país en el XXIX Festival de Cannes.
El dramaturgo, actor y director Alejandro Sieveking, en 1970 creó la teleserie La sal del desierto con Domingo Tessier en el papel protagónico de presidente Balmaceda. Este proyecto más el film de Helvio Soto Caliche sangriento (1969), abordan parte de la historia del salitre de Chile, con los inicios de la chilenización de las zonas de Tarapacá y Antofagasta mediante la Guerra del Pacífico. Quien logra popularizar el hecho guerrero, en el sentido de hacerlo llegar a todas las capas de la población, fue Jorge Inostrosa, con sus emisiones radiales, y ediciones tipo «comics,» de su novela histórica Adios al Séptimo de Línea. En 1966 aparece el álbum ¡Al «7o de Línea»!, ( RCA Víctor) de Los Cuatro Cuartos, letra de Jorge Inostroza, música de Luis Enrique Urquidi y Guillermo Bascuñán, con arreglo de Urquidi y una gloriosa y patriótica cubierta de R. Campodónico, tipo mural mexicano que recuerda el caballo de los conquistadores.

V. LA GRAN CRISIS ECONÓMICA DE 1930
La llamada Great Depression de 1929 en Estados Unidos, repercutiría en Chile en los años 30, agravada por el aumento de la deuda externa. En el plano económico se trató de salvar la situación mediante la creación de la Compañía de Salitres de Chile, en que participaron como socios el Estado y las compañías salitreras. El fisco no cobraría derechos de exportación y la COSACH estaría obligada a pagar en cuatro años una cantidad determinada que permitiría al gobierno paliar sus problemas financieros. Pero la crisis se agudizó en 1931. Aquí viene al caso anotar una novela que yo comentara en la revista Araucaria de Chile en su «último número en el exilio» 47/48 (1990). Ella es Revolt on the Pampas de Theodor Plivier (1892-1955), que podría traducirse como Rebelión en la Pampa y publicada en Londres en 1937. No ha sido publicada en español. Plivier fue miembro de la Liga Berlinesa de Escritores Proletarios Revolucionarios y ferviente enemigo del nazismo, por lo que abandonó Alemania en 1933 y se radicó en la Unión Soviética, la cual dejó al término de la guerra. Laboró en la zona de Antofagasta, especialmente en Caleta Coloso. Publicó sus experiencias en El último rincón del mundo (1961) versión en español. La en inglés fue publicada en 1951.

Revolt on the Pampas puede adscribirse fácilmente a la escritura de los treinta y ochistas, por su tema, asunto y tratamiento narrativo. Plivier esboza un cuadro de la época en el Chile de los años treinta. La novela se desglosa en tres grandes acápites: Libro Uno que consta de siete capítulos y narra el viaje del velero Cap Finisterre desde Hamburgo a Iquique; Libro Dos, con diez capítulos que cubren el desembarco del protagonista, Achazo, hasta el alzamiento o insurrección de los obreros, y Libro Tres también con diez capítulos. Este es en parte un racconto o flashback de las historias acontecidas en el Libro Dos. Lo notable en el protagonista es la composición del héroe: un araucano quien aprendió alemán trabajando en los buques mercantes y su estada en los muelles de Hamburgo. Allí adquiere su formación política y madurez social. Cumple con el rito asignado al mito del héroe: separación de su raza y pueblo, iniciación y regreso. Plivier denomina a la región del salitre como provincia de Atahualpa. Los datos históricos abarcan lo ocurrido en la Escuela Santa María, la llegada de Carlos Ibáñez al poder y la creación de la Compañía de Salitre de Chile, COSACH en 1931; la sublevación de la Armada que invernaba en Coquimbo, en el mismo año; la Pascua Trágica en Copiapó; la llamada República Socialista y sus doce días y el rol de Elías Lafertte y las organizaciones obreras en aquel momento histórico.

En 1954 Luis González Zenteno recrea con Caliche (21) la crisis económica de los años treinta, y la lucha social en Iquique, en especial la emprendida por los anarquistas. El abandono y desarme de las oficinas y el éxodo de familias cesantes, marca la tónica de la novela. Se inicia ya la declinación del Ciclo del Salitre, el cual experimentará un resugirmiento a raíz de la Segunda Guerra Mundial. No olvide el lector que la construccción de la Planta de Almacenamiento y mecanización del embarque del nitrato en el malecón, se incia en marzo de 1945. Pero volvamos a la novela. La crítica coincidió en que el uso excesivo del lenguaje metafórico había malogrado el intento narrativo. González Zenteno corregiría tal desliz en su segunda novela Los Pampinos. Aún así, los diálogos, incidentes políticos, estampas de personajes populares, la celebración de las fiestas patrias, dejan en Caliche una vívida impresión del período histórico novelado. Uno de los capítulos más interesantes, por lo menos para el que redacta estas líneas, de su primera obra, es la descripción de «Un primero de Mayo en la Pampa Salitrera.» Allí están en carne y hueso los dirigentes obreros Ladislao Córdova, Salvador Barra Woll, Florencio Carmona, y otros. La celebración es en el Alto de San Antonio; los estandartes de veintitantas oficinas y campamentos se disponen a conmemorar la fiesta proletaria, organizada por la FOCH (Federación Obrera de Chile): Gloria, Santa Luisa, Marousia, Pontevedra, Vigo, Adriático, Valparaíso, Coruña, San Pablo, Tres Marías, San Lorenzo, Santa Lucía, San Enrique, Felisa, Resurrección, los Campamentos San Donato, Verdugo y Barrenechea. Hasta los «matasapos» se presentan con su estandarte. El narrador lo describe de esta manera, «(Senén Borja y Garrido ) no pudieron contener la risa ante la arrogancia conque el Cara de Ave sostenía la insignia.»
En la revista Vistazo (1954), González Zenteno comentaba,
Mi novela muestra un pedazo del Norte; no todo el norte, porque el escenario es muy vasto. Su trascendencia social radica en que demuestra la inestabilidad de las salitreras como toda riqueza, cuyo aprovechamiento beneficia más a los capitales extranjeros que a los chilenos. Además, los grandes empresarios de la industria del salitre han succionado la riqueza salitrera en extensos territorios de los cantones norte y sur de la provincia de Tarapacá, sin dejar a la postre en esas regiones ninguna obra positiva del progreso. Para Iquique, por ejemplo, la influencia del salitre ha sido más negativa que positiva.
Más adelante agrega nuestro coterráneo: «El escritor tiene en la actualidad una importancia trascendental en el mundo, porque debe ser el intérprete de su tiempo, de los dolores y de las angustias de los seres humanos.» En la misma ocasión mencionó que tenía otras novelas inéditas, «Mar de arena,» «El lienzo de Penélope,» y «Retablo de muñecos», estas dos últimas son «una pintura algo descarnada de la burocracia santiaguina.» Su gran proyecto era escribir una novela histórica del salitre, empezando con los incas, seguir con la colonización española y finalizar con «los ingleses y norteamericanos, usufructuadores del salitre entre el siglo pasado y éste.» Su muerte en 1961 nos privó del conocimiento de tales proyectos, pero lo que dejó el joven actor del grupo teatral del Ateneo Obrero de Iquique, es más que suficiente para entender y comprender un período histórico de enorme trascendencia no sólo regional, sino nacional.
En Los Pampinos (1956), Luis González Zenteno nos deja un retrato de Iquique y la pampa salitrera. La novela, trescientas once páginas, está matemáticamente estructurada. La acción ocurre en el puerto hasta la página ciento cincuenta y una; las restantes, corresponden al viaje del protagonista hacia su destino, La Coruña y el levantamiento obrero en 1925, con la consecuente represalia militar. En la primera parte, la denomino así, porque el autor no quiso hacer tan obvia su creación, conocemos Iquique a través de todos sus vericuetos: los consabidos prostíbulos; el Palacio de Cristal regentado por integrantes de la colonia china y destruído por un incendio en 1938; las labores del puerto; fundación del local de la FOCH, Recabarren, y su obra en el puerto (1911-1914); las ligas patrióticas y su fanatismo antiperuano; Lafertte, Barra Woll y el periódico de los trabajadores, El Despertar; término de la Primera Guerra mundial. Los protagonistas, Carlos Garrido y Leonor Túmbez, La Timona, nos son presentados a través de la relación con los dirigentes obreros y la vida en el puerto. La segunda parte, la vida de los pampinos, su lenguaje tan propio, y las características de las oficinas que pueblan el desierto, se entremezclan con el aprendizaje y despertar social del protagonista, en especial tras la ida de Recabarren del puerto y suicidio en Santiago en 1924. González Zenteno combina acertadamente ficción e historia, cuando cita noticias de los periódicos regionales con respecto a los hechos que acontecen en la novela, y hace referencia a escritos de Recabarren. De esta manera otorga verosimilitud y encuadra la acción en un espacio definido en la narración.

VI. LA EPOPEYA SOCIAL DEL SALITRE
En 1944 Andrés Sabella también de la generación del 38, edita la novela Norte Grande (22) la cual según la crítica, es «el intento más ambicioso» para novelar la pampa salitrera. Sabella experimenta con una conjunción de formas narrativas, ensayo, novela, cuento, historia, poesía. Revoluciona la escritura novelística de su período, con un libro que empezara a adquirir forma en 1934, y escribiera en 1942. En carta a Lautaro Yankas, nuestro escritor y crítico, le informaba que al escribir su obra,
«Pensaba en la novela, como la concluí: la pampa puesta entera a disposición del tiempo. La pampa, como espacio. Sobre ella pasarían las cosas de su vida; su nacer, su crecimiento, sus sangramientos. El personaje no podría ser otro que la tierra pampina. Encima de su dramatismo iría el dramatismo humano. Por lo demás la pampa no retenía demasiado a los hombres; éstos siempre fueron de un lado para otro. De ahí las dos partes del libro: la primera para contar y cantar la vieja pampa; la segunda, para centralizar la nueva acción, porque la pampa nueva concentró a los hombres con violencia. Por tal razón surge Rosendo Aguilera, el héroe más visible» (16-17).
Si he citado in extenso, es para reafirmar lo que Andrés me conversara en el Club de Yates de Antofagasta: él tenía la impresión de que la crítica, en su mayoría, no había entendido su novela como tal. No pudo ver el hilo conductor, ni el personaje nuclear, ni la estructura «concéntrica en que las infinitas porciones, los hirvientes sucesos que sobremontan el drama, giran, desfilan, disparan, encabritan sus ansias, sus impulsos, y tornan su acento de vida y muerte,» como lo señalara Yankas en su crítica al texto, publicada en Atenea.
La novela cuenta con 64 capítulos, en los cuales el ambiente predomina sobre el tema y desarrollo novelesco, tal como lo diseñara el autor. Contiene una visión totalizadora de la vida pampina (1866-1936) y la recreación de los grandes hechos históricos inherentes a la época salitrera: la ocupación de Antofagasta por las tropas chilenas, el dominio ejercido por John T. North, las mancomunales, la prensa obrera, la fundación del Partido Obrero Socialista (POS), la gesta de Luis Emilio Recabarren, las masacres obreras de Iquique (1907), San Gregorio (1921), La Coruña (1925), el papel de «las niñas alegres» de la Era del Salitre quienes protagonizaran más de un episodio digno de contarse, etc.
Si la Pampa dio origen a un fuerte movimiento obrero y a la formación de una conciencia social, es obvio que la novela en cuestión cierre su ciclo con el capítulo «Se ganan las calles». Norte Grande por su relato histórico-documental, reviste las características de una epopeya que a partir del trabajo en la pampa y las condiciones de los obreros, desemboca en las luchas y gestas heroicas de los pampinos, quienes se agigantan en sus derrotas más que en sus triunfos y las cuales el narrador testimonia para las futuras generaciones. En la novela, pese al héroe fundamental, en su totalidad el sujeto intermedio entre el autor y la historia, es la pampa misma. Ella, gracias al artificismo del autor, se ha convertido en narradora.
Si tuviéramos que salvar un libro para que nos recontase la historia de los hombres y mujeres de la pampa, de las grandezas y miserias de sus vidas, de lo que fue el Ciclo del Salitre en la historia de la región y del país, sin lugar a dudas éste será Norte Grande.

A MANERA DE CONCLUSIÓN

En la narrativa, drama y poesía del Ciclo del salitre, domina el ambiente histórico de la pampa salitrera. Se explica mejor esta afirmación con un ejemplo reciente. La novela de Hernán Rivera Letelier, un nortino por crianza y adopción, La Reina Isabel cantaba rancheras (1994) , es un universo y espacio histórico en que una actitud carnavalesca finca sus reales. Separar en esta novela realidad y ficción destruiría el artefacto literario. El goce de la lectura está en lo paródico, en el lenguaje intrínseco de la narración. Me atrevo a decir que esta novela cierra el ciclo de la ficción del salitre como la conocemos hasta la fecha. Manteniendo distancia y categoría, ella es lo que Don Quijote significó en relación a las novelas de caballería. La reciente obra El Invasor de Sergio Missana (1997), la comento en su oportunidad.
La ficción del salitre en sus inicios, es representativa de la historia, más que del discurso narrativo. Se observa también en su desarrollo el molde típico de la novela de formación o Bildungsroman. El aprendizaje del héroe o protagonista tiene como correlato los inicios del movimiento obrero y la labor desplegada por Recabarren y otros en la pampa salitrera razón por la cual las etapas y jornadas de la época del salitre desfilan por las páginas de Tarapacá, Norte Grande, Revolt on the Pampas, Hijo del Salitre,Los Pampinos, Caliche, Santa María del Salitre. Protagonista novelesco y movimiento social, buscan entender la naturaleza del mundo que los rodea, descubrir su significado y adquirir una filosofía que les permita dominar el medio y sobrevivir en él.
El discurso narrativo de la literatura del salitre en sus comienzos, se adapta a los principios de la representación naturalista, cuyo énfasis es la observación minuciosa de los estratos bajos de la sociedad, situación que coincidía con el problema social que presentaba la zona del caliche. El naturalismo centraba la atención en el medio ambiente, la realidad geográfica y los principios ideológicos del positivismo. Hemos olvidado que el naturalismo es contemporáneo de los grandes movimientos sociales europeos. Esta relación no se desmiente en la literatura del salitre, por el contrario se afianza y justifica. Si los primeros artefactos literarios pretenden dejar un registro de la pampa y el obrero (Castro, López, Escobar), los escritores posteriores que no por coincidencia pertenecen a la Generación del 38, entienden el texto literario «como un nuevo instrumento al servicio de la lucha por un mundo nuevo y por la fundación de una nueva sociedad».(23) Su escritura refleja tal postura, pues ellos son parte de una sociedad que ofrece un futuro con el Frente Popular. Los escritores fundacionales de la literatura del salitre luchan por una nueva sociedad, por una utopía.
La generación del 38 acentuará el realismo social y los integrantes de ella que hemos estudiado, Fernando Alegría, Volodia Teitelboim, González Zenteno, Andrés Sabella, harán que la ficción del salitre siga la norma de la tradición literaria latinoamericana, es decir el rasgo social, «la actitud criticista, la denuncia y la protesta». 24 Los relatos del salitre se asimilan a la vertiente histórica, a la épica social, a la exaltación de la realidad colectiva, en oposición a lo meramente imaginativo, retórico, individual. Son obviamente voces del pasado que nos recuerdan no olvidar lo que fue nuestra tierra, pues en el olvido está la verdadera muerte.
Todas las obras tendrán como trasfondo la pampa y la lucha esencial del emergente proletariado moderno en Chile. El escritor al identificarse con las experiencias narradas, se transforma en vocero de aquellos seres comunes. El narrador conforma y aprehende las experiencias de los sujetos de su historia. La literatura del salitre no se entiende ni se explica, desligada de ese contexto.

Notas
(1) El novelista Luis González Zenteno, comenta que en el escenario salitrero «no converge únicamente el cholo del Altiplano o del Perú o el indio neto de los contrafuertes andinos, sino también el eslavo, el chino, el japonés, el español, el italiano, el inglés, el norteamericano y uno que otro ruso blanco.» En «Nicomedes Guzmán, figura representativa de la generación del 38» Atenea 392 (1961): 116-127.

( 2) Luis Barros Lezaeta y Ximena Vergara. El modo aristocrático. El caso de la oligarguía chilena hacia 1900. (Santiago: Editorial Aconcagua, 1978): 176.

(3). Entre los estudios contemporáneos de la Era del Salitre, destaca en Chile el investigador Oscar Bermúdez Miral (1904- 1983) con Historia del Salitre. Desde sus orígenes hasta la Guerra del Pacífico. (Santiago: Universitaria, 1963). Póstumamente se publicó la segunda parte, Historia del Salitre. Desde la Guerra del Pacífico hasta la Revolución de 1891.(Santiago: Ediciones Pampa Desnuda, 1984). En Inglaterra, sobresale el profesor Harold Blakemore (1925- 1991) con Gobierno Chileno y Salitre Inglés.1886-1896: Balmaceda y North. (Santiago: Editorial Andrés Bello, 1977). La edición original es de 1974. En Iquique, el sociólogo Sergio González Miranda ha publicado Hombres y mujeres de la Pampa. Tarapacá en el Ciclo del Salitre. (Primera Parte). (Iquique: Taller de Estudios Regionales, Ediciones Camanchaca No. 2, 1991). Es el mejor trabajo actual en su campo. Para una detallada exposición historiográfica, véase el trabajo del profesor Julio Pinto Vallejos «Historia y Minería en Chile: Estudios, Fuentes, Proyecciones.» Camanchaca 14 Iquique: Taller de Estudios Regionales (1993): 32-46. Según nota al final del estudio, éste continuará en el próximo volumen de la citada revista.

(4) Véase el estudio señero de Yerko Moretic. El relato de la pampa salitrera. (Santiago: Ediciones del Litorial, 1962) y de Mario Bahamonde et al. Guía de la producción intelectual nortina. (Antofagasta: Universidad de Chile, 1971) mimeografiado. Indispensable para conocer la dialectología nortina es Diccionario de Voces del Norte de Chile, Santiago: Nascimento, 1978. Un artículo digno de mencionar es «Breve bosquejo de la Pampa y del hombre nortino en la literatura chilena.» Anales de literatura hispanoamericana, No. 12 , Madrid (1983): 81-97, del profesor José Antonio González. Nos presenta tal bosquejo desde el punto de vista de un antofagastino.

(5) Mario Bahamonde. Antología del cuento nortino. (Antofagasta:Universidad de Chile, 1966): 27.

(6) Utilizo el término literario epopeya en su implicación histórica, pues toda epopeya es una mirada hacia un pasado ya no existente. Lo de social se explica por sí mismo.

(7) Andrés Sabella, editor. Las Pampas Salitreras. (Antofagasta: Colecciones Hacia. Trigésimo Cuadernillo, 1960).

(8) Sergio González Miranda y un equipo de colaboradores, dieron vida a un excelente Glosario de Voces de la Pampa. Tarapacá en el Ciclo del Salitre. (Iquique: Ediciones Camanchaca, 1993).

(9) Véase especialmente Blakemore, Capítulos II y III.

(10) La Combinación fue fundada en Iquique por los lancheros, el 1 de enero de 1900. Sus dirigentes Abdón Díaz y Maximiliano Varela lograron convertirla en una fuerte arma de lucha en favor de los derechos de los trabajadores del salitre. Hacia 1907 ya ha declinado su poderío sindical.

(11) Osvaldo Arias Escobedo. La prensa obrera en Chile. (Santiago: Editorial Universitaria, 1970).

(12) Volodia Teitelboim. Hijo del Salitre 3a. ed. (Santiago: Orbe, 1968).

(13) «Conversación con Volodia Teitelboim». Araucaria de Chile. 12 (1980):143.

(14) Francisco Pezoa, obrero anarquista, tipógrafo, bohemio y poeta, como lo recordaba Escobar y Carvallo, escribió un poema que tituló «Canto de venganza» al producirse la masacre de la Escuela Santa María de Iquique. Se cantaba con música del vals «La Ausencia», muy popular a comienzos de siglo. En su film Actas de Maroussia, Miguel Littin utilizó la canción a lo largo de la narración cinemática. Tal poema será conocido más tarde como «Canto a la Pampa,» y no sólo se entonó en las salitreras, sino a lo largo de Chile. Será el antecedente literario de la Cantata Popular Santa María de Iquique de Luis Advis.

(15) Ricardo Latcham. «Crónica literaria». La Nación. (Marzo 30, 1952).

(16) Sergio Arrau, chileno (1928), es dramaturgo, director y actor. Reside en Perú. En uno de mis viajes, 1982, le entregué el manuscrito de mi investigación sobre el tema de la masacre (publicado como Santa María de Iquique 1907: Documentos para su Historia. (Santiago: Ediciones del Litoral, 1993), con el compromiso de escribir una obra teatral, «en homenaje a los viejos del salitre.» La terminó en Agosto de 1984, con el título de Santa María del Salitre. Con ella obtuvo el primer premio en el concurso de teatro » Eugenio Dittborn,» propiciado por la Universidad Católica de Santiago. El premio le fue otorgado el 17 de octubre de 1985. La obra fue publicada por el Taller de Estudios Regionales de Iquique, gracias al interés del editor Sergio González Miranda, en Agosto de 1989, y estrenada el 23 de Octubre de 1991 en el Teatro Municipal de Iquique por la Compañía de Teatro Iquique bajo la dirección de Cecilia Millar, asistida por Yaniree Torres y música del profesor Bernardo Ilaja. Las citas corresponden a dicha edición.

(17) Fernando Alegría. Recabarren. (Santiago: Editorial Antares, 1938).Como un árbol rojo. (Santiago: Editorial Santiago, 1969). La generación del 38 mereció el estudio del crítico Francisco Santana, «La nueva generación de novelistas chilenos,» publicada en Atenea, (abril 1949): 62-92. De allí extracté el comentario sobre Recabarren. El escritor e historiador antofagastino Augusto Iglesias, publicó en 1951 su novela El Oasis , cuyo protagonista es Luis E. Recabarren. La acción transcurre en Calama y según Mario Bahamonde, en Guía de la producción intelectual nortina,» no pretende contener una visión histórica y humana del personaje real,» lo que se confirma palmariamente al leer tal obra.

(18) Ver nota 15.

(19) Luis González Zenteno. Los Pampinos. (Santiago: Prensa Latinoamericana, 1956). Nuestro novelista fue actor del grupo teatral «José Domingo Gómez Rojas» del Ateneo Obrero de Iquique, dirigido por el lanchero Exequiel Miranda. Era el galán joven de alguna de sus obras. En 1938 se dirigió a Santiago en busca de mejores horizontes.

(20) Mario Bahamonde. Pampinos y Salitreros. (Santiago: Editorial Quimantú, 1973): 62.

(21) Luis González Zenteno. Caliche. (Santiago: Editorial Nascimento, 1954).

(22) Cito de Norte Grande 3a. ed. (Santiago: Editorial Orbe, 1966). Fue impreso en Argentina y contiene numerosas erratas.

(23) José Promis. La novela chilena actual. (Buenos Aires: F. García Cambeiro, 1977):106. Véase especialmente «El grupo de 1938», pp. 105-113.

(24) José Antonio Portuondo. «El rasgo dominante en la novela hispanoamericana». En Juan Loveluck, editor La novela hispanoamericana. (Santiago: Editorial Universitaria, (1963):121-129.

LAS PAMPAS SALITRERAS
(1896) Clodomiro Castro

I. LAS PAMPAS

En esta excepcional zona terrestre
– desierto americano-
en este polvo arcano
que en guerra fraticida
supo el brazo chileno conquistar,
parece que no hay vida:
ni una planta
en su abonado suelo se levanta;
las galas de la aurora
desaparecen sin canción canora;
y la brisa que sopla alborotada
bebe en el polvo porque no hay cascada.

Si fatigado el pensamiento tiende
raudo su vuelo en pos de inspiración,
se dilata en el éter azulado
sólo un instante desconcertado
otra vez a la tierra, a la inacción…

Pero no! Si allí están sobre su suelo
mullido a trechos por sus sueltas capas
que libre el viento mueve en espiral,
desnudos cerros cuyas formas guardan
envidiable venero capital.

Allí pululan de diversos pueblos
masas y masas de la vida humana:
el inglés y el chileno allí se hermanan
bajo la sabia ley del trabajar.

Mirad por su extensión que se desprende,
cual hija segregada del peruano,
en línea paralela
al vivo rizo del tranquilo océano

Chile forma el norte;
y luego desnivela
por la cima del Ande boliviano.

En su amplitud que a veces
en plano se dilata
o en agrias lomas que describen eses,
uniformes pueblitos se recatan
en monótona y pobre construcción.

Se llaman oficinas salitreras,
sus riquezas están en calicheras
que dan al propietario
sana fortuna, múltiple interés;
a millares de brazos, buen salario,
a la industria y las artes, movimiento,
caudales al erario;
colman a Ceres de abundante mies.

II LA MAQUINA

Allá a lo lejos, álzase gigante
(especie de obelisco en el desierto)
robusto tubo de columna humeante
que invita del trabajo al gran concierto.

La mecánica allí su asiento tiene,
y con ella rudísimas faenas;
agua, fuego, vapor, todo va y viene
por el férreo tejido de sus venas.

Mientras tanto el vehículo rodante
por círculo vicioso gira y gira
cargado de caliche lo bastante
a llenar la labor del día que expira.

Y va en acopio la materia prima
por las fauces del chanco es demolida,
y vaciada en cachuchos de honda sima
por agua hirviendo en caldo convertida.

Por varias cañerías de allí dimanan
de ese salobre líquido corriente.
Y contenidas en bateas expuestas
al aire libre y al calor del día,
se condensan en capas superpuestas,
que en blancura a la nieve porfiarían.

He allí el salitre que en la cancha oreado
y repletos sacos rendirá por miles,
y que en estériles tierras transportado,
a los campos dará bellos abriles.

Al mismo tiempo de la hirviente espuma
de ese caldo salobre se deriva
el alivio del ser a quien abruma
algún dolor que de salud le priva.

Es el yodo que en punto rebatido
y a favor de la prensa decantado
sale en queso que al fuego sometido
láminas da de hermoso sublimado.

¡Oh sabia Providencia, que doquiera
por mano oculta tu poder se siente;
ya en los giros de la tierra espera,
ya en la flor, en la costra, en el ambiente!

III. EL CAMPAMENTO

De la máquina al pie en estrecho plano
limitado por ripios y salares,
semejando casillas, palomares,
series de cuartos paralelos van.

Mal forrados con tabla o calamina
sin abrigo, sin luz, sin apariencia,
traslucen de una vez la indiferencia
conque se mira a aquellos que allí están

¡Pobres obreros! en confusa mezcla
con la esposa, los chicos y los monos
apenas hay a sus cansados lomos
lugar estrecho donde reposar.

Al lado posterior de la vivienda,
de cañamazo se alza carpa ahumada,
bajo la cual se mueve descuidada,
la que en la casa ayuda a trabajar.

De este conjunto al centro sobresalen
la casa del patrón y pulpería
donde concurren con gran algarabía
mujeres y granujas a comprar.

Más allá se distinguen otras casas
por desahogo o rango lisonjero;
es la del corrector, del ingeniero
o de algún destinado al bienestar.

Y más lejos, en sitio conveniente.
determinado sólo por muralla,
punto importante, si terrible, se halla,
el parque del trabajo, el polvorín.

Esto forma el llamado campamento
en esta dura más feliz campaña,
cualquier trabajador tiene su hazaña,
pero el roto chileno es paladín.

IV. LAS FAENAS

Es el alba, mas ni un reflejo asoma
del luminar del día;
se anuncia a la porfía
del arrogante alado en su cantar;
pues el espeso manto
de griseas capas de húmeda neblina
la escena matutina
– cual la Envidia- pretende interceptar.

Al mismo tiempo el esquilón se agita
prolongado y tenaz contra Morfeo;
y con razón, si es hora en que la máquina
de su alimento pide el acarreo.

Fatal instante llega al carretero,
también al calichero,
pues uno y otro tienen que acudir;
si aquel fatal seguro tiene gallo;
y si es éste, no hay fichas que pedir.

Vamos (se dicen) el trabajo obliga,
y con él de la vida se mitiga
en cuanto el pago llegue nuestro afán.

Y cada cual se apresta resignado,
de la herramienta armado,
a dejar su camada por el pan.

Entonces a falta del rumor que ofrece
la mañana en los sitios que enriquece
con tintes de esmeralda y oropel,
el pesado rodar de las barretas
sólo se escucha en su veloz tropel.

En su obligado giro poco a poco
la tierra se vuelve hcia el cénit del día,
desvanece su helada vestidura,
la vida impulsa, infunde la energía.

La luz meridional en la desnuda
superficie terrestre reverbera,
y a su influjo benéfico, doquiera
la faena de ayer, hoy se reanuda.

Cual modesta legión de zapadores
que nada impide en su ánimo el obrar
contra el ocio se agitan vencedores
brazos de cien y más trabajadores
que los collados hacen retemblar

Aquí uno excava con ansioso empeño
la calichera de hondo yacimiento;
otro allá carga con genial desdeño
lo que nada en resumen le ha de dar.

La guía incendiaria listo el otro tiende
al fondo del barreno;
a la punta exterior fuego le prende,
deja el sitio y arranca con pavor.

Si el tiempo tuvo a trasponerse mira
con avidez hacia el lugar minado…
pero tru… rún! la tierra ha retemblado,
su entraña y costra por el aire vuela
entre nube de polvo nacarada
que de árbol toma caprichosa forma
y sin horror distrae su mirada.

Pasó el peligro y le llegó la hora
de regresar a su feliz morada;
allí caricias de la pobre amada
su frente enjugan y valor le dan.

Mientras tanto la Juana preparada
tiene ya la comida en el instante:
tras del buen chupe viene la atorante
repleta fuente de porotos bayos
que todos a mandíbula batiente
con cuánto gusto engullen hasta el fin.

De unos cuantos minutos de reposo
allí disfruta el fatigado obrero
para entregarse con entero gozo
a pitar su cigarro de papel.

Con vibración sonora la campana
anuncia el mediodía;
entonces sí con mucha buena gana
de todo el campamento a la venta
(a paso de indevota romería)
concurren en tropel por sus libretas
los obreros, no en busca de pesetas,
a pedir fichas que el haber varía,
si alcance tiene o boletas dan.

Y del corral con disonante ruido
y de función taurina la algazara,
arranca la mielada
de a tres en fondo a la carreta uncida
una, la izquierda es cabalgada
por un brutazo que a perder la vida
la bestia y él expone por su mal.

Así dispuestas las carretas ruedan
por bien gastadas, diferentes huellas
hacia el caliche que ha de ser pasado
según está ordenado
por el jefe de pampa, el corrector.

Y las mismas faenas se repiten
por meses sin ninguna variación
hasta que llegue alguna fiesta o daño
que la máquina pare en su función.

V. EL PAGO

Es el quince del mes, llegó el soñado,
risueño día al satisfecho obrero;
un aviso fijado en la ventana
confina su esperanza, dice «Hoy pago.»

Sus libretas presentan al cajero
quien las paga dejando algún sobrante
que garantice la herramienta dada
a cada cual, mientras devuelta sea.

Provistos los bolsillos de dinero
pocos son los que saben bien gastarlos;
«como caballo, tengo plata» (dicen),
y empiezan a chupar con sed ardiente.

Los bolivianos, menos gastadores,
también remuelen hasta cierto grado,
la damajuana de corriente vino
y una jarra con agua lista tienen.

Sentados hombres, guaguas y mujeres
en el suelo y en torno a la bebida,
es de verse aquel cuadro de polleras
que apenas caben en el estrecho cuarto.

Sendas copas de vino entre las manos
«con usté compadrito» dice ella,
y es condición por éstos observadas
secar del vaso cuanto se ha servido.

No falta alguno que al charrango arranque
algunas notas de cansado estilo
o que a mejor tocar en la vihuela
entone de su tierra las canciones.

Mientras tanto las coplas no han cesado
y en producir efecto no demoran
es aquélla un chau chau de quichua quichua
en curado, que el estómago nos daña

¡Qué espectáculo aquél! Una aquí llora
a vivo llanto en su dialecto propio;
otro allá canta sin saber que aúlla,
y todos charlan, gritan y pelean.

Al fin curada la familia y todos
tendidos quedan en su mismo sitio,
y allí revueltos de cualquier manera
el cuarto tiembla, al infernal ronquido.

Al otro día con el cuerpo malo
es de no ver los trasnochados tipos,
que chascones y ajadas las polleras
soñaron tal vez tomar sémola.

El guachucho al instante se recetan,
un picante de chuño y chicha encima;
después el vino y lo que venga a mano
resucitan la escena ya narrada,
los rotitos y los cholos
que no se andan con leseras,
se ponen luego en carreras,
camino de la estación.

Las tiendas y los despachos,
que entonces hacen su agosto
recorren a mucho costo,
y alegres, suaz,! al salón.

Allí viven las Auroras,
las Rositas… la vacada,
que compuesta y repintada
un altar de corpus es.

El piano con la vihuela
y el tañer para la cueca
que de salerosa peca
y de animada después.

A los sonoros acentos
él y ella, el salón dominan;
y se apartan y se animan
con un aire tentador.

Los negros, ardientes ojos
de ella sobre él se reflejan,
y los pañuelos no dejan
de agitar con gran primor.

Un momento de parada,
da campo al ponche caliente,
que algún niño muy corriente
pasa primero a los dos.

Y en seguida arde la cueca,
y lleno el potrillo rueda,
que hacer todo aquí se puede
menos ofender a Dios.

Y ardiendo la zamacueca
de intencionados ensayes
«anda negra, no desmayes»
cantan con animación.

Ella mueve la cadera
y la pierna contornea:
el otro le zapatea
y entra en gran excitación.

Y el niño diablo picado,
sigue y sigue remoliendo,
gasta cuanto anda trayendoi
y satisfecho se va.
Si le apuran un poquito
empeña hasta las colleras
y gasta con las rameras
el último cobre ya.

Por conclusión viene luego
la borrascosa bolina
en que a chopazos se atina
y los ojos se ennegrecen.

«Te saco la mugre,»dicen,
«parate pu’ ñó,» repiten
hasta caer o vencer.

Después muy amigos quedan
los dos buenos hermanitos
y se van todos juntitos
a las copas si hay con qué.

Así malgastan la vida
derrochando su dinero;
trabajan de Enero a Enero
y el ahorro jamás ven.

LA PAMPA ESCLAVA

(1906) Alejandro Escobar y Carvallo

I

Extraña como un bárbaro paisaje
descubierto en un muro arqueológico…
duerme la Pampa su sopor salvaje
soñando un cataclismo geológico!
Viuda del mar que la arrojara un día
como hembra infecunda e histérica…
ella ha sido una sierva muda y fría
abandonada en el confín de América!
De sus viejos amores submarinos
le quedan las arrugas en el vientre.
Atesora depósitos salinos
en donde quiera el «cateador»se encuentre!

II

Como grandes colmenas laboriosas
se yerguen las enormes Oficinas…
semejando prisiones misteriosas
de un vasto Imperio convertido en ruinas.
Sólo una tropa de dispersos montes
que las sequías convirtieron sierras,
levantan los rastreros horizontes
de aquellas áridas salobres tierras!
Nunca el aroma de una planta verde
embalsamó los aires del Desierto.
Ni una avecilla que al cantar recuerde
los ecos mudos de un pasado muerto.
Sólo el viejo huracán su melena azota
sobre los flancos de las sierras mudas…
Como un velero con la quilla rota
sobre las playas de la mar, desnudas!

III

Allí trabaja la inhumana gente
luchando a brazo con la costra dura…
El sudor baña la tostada frente
y tiembla la viril musculatura!
El sol desgrana su millón de flechas
sobre la inmensidad de la llanura
Y en las espaldas, al caer, derechas,
producen escozor de quemaduras!
Ataca el barretero con empuje
la mancha salinosa que adivina…
A cada golpe su espinazo cruje…
y la barreta en el costrón rechina!
Hecho el barreno circular y hondo
se carga de traidora dinamita…
que al explotar arranca de su fondo
hasta la roca riva que dormita!
A una cuadra de altura del suelo
parece la gigante bocanada…
un estornudo que lanzara al cielo
la fauce de la Pampa acatarrada!
El torbellino de guijarros crece
cayendo al páramo recién abierto…
Así el lugar de la labor parece
erupción de un volcán en el desierto.
Queda rota la ansiada calichera …
desfloramiento de senil entraña.
Monstruo devorador de carne obrera,
llaga de la llanura y la montaña!
Ahí el pampino agotará sus bríos…
Ahí su frente se pondrá ceñuda,
mientras el sol de cálidos estíos
le quemará entera su piel desnuda!
Ahí los siervos de la edad moderna,
blandiendo el combo más de quince horas
sufrirán reumatismo en cada pierna
trabajando en las noches sin auroras!

IV

Las dos de la mañana apenas son
y bajo el viento del invierno helado…
a su faena se encamina el peón
baja la frente, la Esperanza al lado!
Silba el «pampero» por la noche negra
Cada paso retumba en los salares…
La idea de ser libre sólo alegra
esas almas preñadas de pesares!
Y en medio de la noche infame y larga
parecen los obreros trabajando…
tristes forzados cuya vida amarga
llena de angustias están soportando.

V

Las pálidas mujeres de la pampa
envejecen de anemia y de clorosis…
Y la que el vicio en su avidez no zampa
se la engulle la cruel tuberculosis!
El Campamento que al obrero asila
– nueva prisión de «criminales natos»-
produce la impresión en la pupila
de un cementerio trajinado a ratos…
El Alba, cuando el frío resquebraja
la dura costra del caliche infame,
no siente el jornalero que trabaja
de sus chicuelos una voz que llame.
El hielo que a los hombres aletarga,
traspasando la vieja calamina,
cala toda la noche, negra y larga,
los huesos de la prole que germina .

VI

Así es el campamento en el verano
cuando el sol evapora el aire seco…
un enervante cocimiento humano
que hace de cada niño un gran muñeco
Allí la raza su vigor agosta…
en la Deportación del campamento.
Las piernas flacas y la espalda angosta,
arrastran un deforme Pensamiento!
En cada rostro de mujer u hombre
la darwiniana adaptación refleja,
de los desiertos la expresión sin nombre,
sin alegría, sin amor, ni queja!
Todo es ahí momificante y gris…
Nada produce novedad alguna
Aquello es un exótico país,
imperio de la Fiebre y de la puna!

VII

Cerca del campamento presidiario…
elévase la grande Instalación
que amasa del pulmón proletario
el hígado grasiento del «patrón.»
La maquinaria poderosa y fuerte,
Y los cachuchos de insaciable boca…
donde hace hervir hasta el vapor la Muerte
al desgraciado que su turno toca!
La sal preciosa está ahí en acopio…
La ha visto el jornalero cada año
dejando estéril el terruño propio
ir a dar vida al continente extraño!
El enorme caballo de Vapor
arrastra jadeando con su carga
y queda como fin de la labor
una columna de humo negro y larga.
Así concluye la faena ruda
con el pito del tren que silba ronco
Mientras la pampa bajo el sol desnuda
parece una serpiente al pie de un tronco!

VII

Tal es la vida del Desierto cálido;
tal es la noche del Desierto frío!
Como es la cara del obrero, pálido,
como es el alma del patrón impío!
Así los años por su frente bajan
sin que su noble corazón se aflija.
Cuando los huesos, de crujir se rajan,
en un «cartucho,»su ilusión se fija.
Mientras el rico salitrero llena
los grandes barcos de salino grano…
y ve juntarse, sin afán ni pena,
un ciento de millón en cada mano!

IX

El Sol en el Desierto reverbera
y bajo el soplo de sus mil alientos,
se parece la Pampa a una ramera
entregada a impuros pensamientos!
El Capital de sus entrañas goza
con imprudente refinada calma
Mientras al frente de la pobre choza
la autoridad le prostituye el alma!

X

Fue agotada la dura «calichera»
El pobre diablo a su presidio torna
Y halla en el hogar la prole entera
que la miseria contra él soborna!
No crece en el erial una callampa
El agua no humedece las arenas
Y el rojo Sol de fuego de la Pampa
evapora la sangre de las venas.
A lo lejos parece la Oficina
un hormiguero de labor constante.
Y el campamento gris de calaminas
un «bocado»en el vientre de un gigante!
Queda en pie la infernal explotación
donde pena el obrero noche y día,
donde el parásito voraz «patrón»
sus tentáculos ve en la Pulpería.
Y el calichero que la sangre suda,
la realidad de Prometeo encarna
sobre la pampa bajo el sol desnuda
como una piel comida por la sarna!

X

¡Oh, Servidumbre del Salario libre!
¡Puñal de oro que la vida arranca!
¡Haz que tu víctima algún día vibre
la Marsellesa de la Raza Blanca!

Tocopilla, 1906

Hay diferencias notables, como ya lo expresara, entre «La Pampa Esclava» y «La Pampa de Chile,» aunque básicamente es el mismo poema. Este último fue publicado en El Pueblo Obrero de Iquique, el martes 21 de diciembre de 1909. Unicamente puedo presumir una razón valedera para los cambios, y pienso que ella es la masacre en la Escuela Santa María. El poema que el lector tiene a mano, fue escrito en 1906. Un año más tarde, Escobar y Carballo (1877-1966) uno de los más dedicados dirigentes de la clase obrera, compañero de Recabarren en sus luchas (hay una foto con él, cuando lo visita en la cárcel de Tocopilla), no puede menos que cambiar el tono de sus versos y elevar su protesta. Obsérvense los cambios en la versión de 1909, cuando agrega la estrofa XII,

El Extranjero de mirada altiva
es el tirano de la Pampa hollada!
¡El es la causa que el chileno viva
esclavo mísero en su tierra amada!
¡Oh, servidumbre del Salario libre.
puñal de plata que la vida arranca!
¡Haz que tu víctima algún día vibre
la Marsellesa de la Raza Blanca!
¡Deja que el Pueblo su poder recobre
y rompa las cadenas que le oprimen!
¡No habrá en la Pampa un calichero pobre
ni aventureros que enriquezca el crimen!
¡Alzate, Pueblo, a tu sin par destino,
como Cristo a la cumbre del Calvario!
¡La Redención del varonil pampino
hará mañana a Chile igualitario!

El uso enfático de las exclamaciones denota la ira de la voz hablante, la impotencia del líder obrero. La acusación directa al extranjero, tiene su base entonces en lo sucedido en el Iquique del 21 de diciembre, cuando los intereses salitreros, en su mayoría ingleses y alemanes, conjuntamente con los nacionales, logran que el ejército ponga fin a la huelga.

CANTO A LA PAMPA
(1908?) Francisco Luis Pezoa

Canto a la Pampa, la tierra triste,
réproba tierra de maldición,
que de verdores jamás se viste,
ni en lo más bello de la estación.

En donde el ave nunca gorjea,
en donde nunca la flor creció,
ni del arroyo que serpentea
su cristalino bullir se oyó.

Año tras años por lo salares
del desolado Tamarugal,
lentos cruzando van por millares
los tristes parias del capital.

Sudor amargo su sien brotando,
llanto a sus ojos, sangre a sus pies,
los infelices van acopiando
montones de oro para el burgués.

Hasta que un día, como un lamento
de lo más hondo del corazón,
por las callejas del campamento
vibró un acento de rebelión.

Eran los ayes de muchos pechos,
de muchas iras era el clamor,
la clarinada de los derechos
del pobre pueblo trabajador.

Vamos al puerto – dijeron-, vamos,
con un resuelto y noble ademán,
para pedirles a nuestros amos
otro pedazo, no más de pan.

Y en la misérrima caravana,
al par que el hombre, marchar se ven
la amante esposa, la madre anciana,
y el inocente niño también.
Benditas víctimas que bajaron,
desde la Pampa, llenas de fe,
y a su llegada lo que escucharon
voz de metralla tan sólo fue.

Baldón eterno para las fieras
masacradoras sin compasión,
queden manchadas con sangre obrera
como un estigma de maldición.

Pido venganza por el valiente
que la metralla pulverizó;
pido venganza por el doliente
huérfano y triste que allí quedó.

Pido venganza por la que vino
de los obreros el pecho a abrir;
pido venganza por el pampino
que allá en Iquique supo morir.

El lector podrá comparar las tres versiones sobre la pampa salitrera. Aunque cada una de ellas en su creación, obedezca a motivaciones diferentes, tienen en común la descripción del áspero paisaje y la ausencia de vegetación, de aves y de agua. Los períodos históricos están presentes a través de la perspectiva o punto de vista del hablante lírico. En el poema de Castro, la pampa es esa «excepcional zona terrestre» en la que paradójicamente «ni una planta/en su abonado suelo se levanta,» hermoso oximoron que entrega un cuadro perfecto del ambiente. Su preocupación es presentar todos los aspectos que ha estudiado en la producción del caliche en la pampa. Constancia y prueba de ello, son los subtítulos que encabezan las estrofas pertinentes. Como ya lo hemos dicho, Clodomiro Castro está atento al nacimiento de la industria que ahora florece en manos de obreros chilenos, peruanos y bolivianos, unidos en la retórica frase que involucra el capital extranjero, «el inglés y el chileno allí se hermanan,/ bajo la sabia ley del trabajar.»
Alejandro Escobar está comprometido ideológica y políticamente con lo que acontece en la pampa. Además ya se han producido hechos y situaciones entre el capital y el trabajo que transforman al obrero en esclavo de la pampa. Por eso las «Oficinas/semejan(do) prisiones misteriosas/de un vasto imperio convertido en ruinas.» Es una imagen surrealista en la que el trabajador es atacado inmiseriocordiosamente por «el sol (que) desgrana su millón de flechas/ sobre la inmensidad de la llanura.» No menos dantesca es la imagen de «los obreros trabajando/ condenados que Dios, por suerte amarga,/ tuviera en el infierno, castigando!»
Francisco Luis Pezoa en cambio, utiliza un hablante lírico cuya angustia permanece dentro de su alma, no sale fuera, no explota en imágenes multicolores ni altisonantes como Escobar y Carvallo. Es más una letanía, una oración por las «Benditas víctimas que bajaron./ desde la Pampa, llenas de fe,/ y a su llegada lo que escucharon/ voz de metralla tan sólo fue.»

EL PAMPINO
(1981) Guillermo «Willy» Zegarra

Allá por el ochocientos
nació en la tierra salada
y fue muriendo con el tiempo
una gloriosa peonada.

Pampa candente y bravía
con su espejismo embrujador
en sus entrañas escondía
riquezas muy ignoradas.

Bajo el sol de ardiente estío
de noche azul estrellada
vio nacer con muchos bríos
una flor ya deshojada.

Arañando aquel desierto
con su afán aventurero
salitre encontró, por cierto
Santos Ossa, gran minero.

Fue una bomba la noticia
el salitre era fortuna
la gente gritaba, «¡albricias,
el Norte está como tuna.»

Llegaban del Sur los rotos
dejando pueblos y aldea,
los Jiménez, Rodríguez, los Soto
de Traiguén, Cabrero, Gorbea.

La tierra verde y florida
le hechona, yunta, el arado,
el huaso dejó un día
y vino al Norte soleado.

La gente iba llegando
en busca de su quimera
y así fueron poblando
una y otra salitrera.
La pampa fue así creciendo
con rapidez sin igual
oficinas floreciendo
de Pisagua a Taltal.

Alló se formó el pampino
un buen roto que hizo historia;
bueno p’al trabajo y p’al vino
hoy muerto en majestad y gloria.

Obrero de las calicheras
con el sol sobre los hombros
luchó con destreza fiera
con macho, barreta y combo.

Perforando en las entrañas
de la costra endurecida
el roto se daba mñas
barrenando todo el día.

Aquella profunda herida
de dinamita cargaba
luego la mecha encendía
y a too pulmón gritaba:

«¡Tiro grande… Tiro grande!
salían sus compañeros
vecinos de calicheras
remeciendo hasta los Andes
la terrible tronadera.

Particular pa’ encachao
fue el roto calichero
pantalón encallapao
cotón de saco harinero.

Roto firme pa’ la pala
yo te vi cargar carreta
en la Oficina Cala Cala
hasta las mismas aletas.

De ser güenos pa’ la pala
en todas las salitreras
los rotos hacían gala:
«¡Yo me pongo con cualquiera!»

Cuenta mi viejo que un día
en la Oficina Jazpampa
competían su osadía
con la Oficina Agua Santa.

El local, Rufino Donoso
de titánica estructura;
el visitante, un coloso,
don Gumersindo Ventura.

Frente a la Pulpería
dos carretadas de ripio
en montones dividía
lista para dar principio.

Torso al aire, pala en mano
los dos fornidos pampinos
un saludo a lo hermano
y listo a ponerle el pino.

Un juez la partida dio
a la contienda de atletas
cada cual las emprendió
paletiando su carreta.

Las apuestas se cruzaban
de una chaucha a veinte pesos
la pionada animaba
gritando a todo pescuezo

Gumersindo y don Rufino
la contienda la empataron
como dos buenos vecinos
los güainas se abrazaron

Son muchas las estampas
imposibles de olvidar
pioneros de aquellas pampas
que dieron tanto que hablar

Famoso fue el derripiador
metido en los cachuchos
en un infierno de calor
derripiando su hijo ducho

Pelao hasta la güata
así trabajaba este roto
y pa’ no quemarse las patas
encallapó los bototos

Otro famoso pampino,
el botarripio, el chanchero,
el tiznao maestrancino,
carrunchos y carreteros

Yo los vi muy entallaos
en la Filarmónica bailar
de terno negro encacaho,
guantes y flor en el ojal.

No le faltaba al güainita
zapatos acharolados
corbata de palomita
puños duros bien planchaos

Waltham, cadena de oro,
colleras, libra esterlina,
ése era su tesoro
pa’ lucirlo en la Oficina

Se bailaba la cuadrilla,
polca, mazurca y valse
muy re’linda la chiquilla
como flor primaveral

Filarmónicas famosas
las de Alianza y Agua Santa,
Paposo, Chacabuco, Santos Ossa,
pa’ qué hablar si fueron tantas!

Alfombras de una pieza
autopiano importado
de refinada belleza
óleos de marcos dorados

En cada fiesta social
con fragante agua florida
el pampino a bailar
con su impecable tenida

Y no hay que olvidarse
de los futres empleados,
aquéllos que pa’la cena
iban bien acicalados

Se sentaban a la mesa
junto al Administrador,
de costumbres muy inglesas
¡cosas de Míster North!

Este gringo vivaracho
llegó de tierra inglesa
aquí nos dejó el cacho
y el partió con la riqueza

Hay también que recordar
y lo digo con sentimiento,
insalubre fue su su hogar
que tenía el campamento

Casas de lata, sin piso,
y sin más comodidad
nadie preocuparse quiso
en otrora autoridad

El salario por ahí nomás
y le pagaban con ficha,
a nadie le importó ná
de este roto su desdicha

Los gringos que administraban
en todas estas faenas,
los bigotes se arreglaban
sin importarles sus penas

Pero el huaso sufrío
llegado de tierras sureñas
siempre se mostró aguerrío
en esta región norteña

Luchando por mejor suerte
estos hijos de caciques,
en Coruña pagó con muerte
y con muerte pagó en Iquique

Esta página odiosa
que con pena hay que decirla
pero hubo gente valerosa
que luchó por redimirla

Muchos son los que quedaron
con sus huesos bajo tierra
en esas pampas que ganaron
con sangre, sudor y guerra

Queda sólo del pampino
su imagen en la memoria
su suerte segó el destino
pa’ recordarlo en la historia

El tiempo en su carrera
dejó atrás en el olvido
la aventura salitrera
y el glorioso pampino

Adios pampino calichero
botarripio, tiznao, carretero,
adios costrero, carruncho, barretero,
en el carro del tiempo partieron

Fue como un sueño la vida
que en esa pampa existió.
Tanta esperanza que un día
el soplo del tiempo borró

Los ripios son mausoleos
de la pampa calichera
en sus lápidas yo leo:
«Aquí murió un salitrero.»
Que su tumba fue el destino
de aquellos ripios inertes
los veréis junto al camino
en esas pampa agrestes.

A «Willy» Zegarra, hombre de teatro desde su infancia, tuve ocasión de entrevistarlo en 1981 cuando buscaba información para mi libro Cultura y Teatros Obreros en Chile. Allí hay unas páginas autobiográficas. Nació en 1906, bautizado como Marcelo Guillermo Zegarra. Este poema me lo entregó en aquella ocasión, pero no lo publiqué por la situación política imperante en el país, en especial en Iquique, donde incluso el libro citado le creó algunos problemas a mi tía-madre, con el servicio de Correos de Chile. El poeta popular y obrero que es Willy Zegarra centra su atención en sus iguales, en el recuerdo, en la memoria, más fuerte y avasalladora por los años, la distancia y la nostalgia de una era ya casi olvidada. A diferencia de Clodomiro Castro, Alejandro Escobar y Francisco Pezoa, nuestro autor rememora, historia, rescata el pasado, rindiendo homenaje «a una gloriosa peonada.» Obsérvese cómo utiliza genéricamente la frase «¡Cosas de Mr. North!» para indicar las típicas costumbres inglesas en pleno desierto nortino. Willy hizo famosas sus parodias en los tablados obreros iquiqueños. Su poema cierra nuestro rescate de los poetas que vivieron, conocieron y entendieron lo que era y fue el Ciclo del Salitre en el Norte Grande.

TARAPACA
(Primera novela del salitre)

(1903) Juanito Zola

No sin cierta reticencia subtitulo este acápite, pues los estudiosos están de acuerdo en que es difícil y peligroso aseverar tal hecho. Pero el rescate de las obras de tal período, y mis investigaciones me permiten afirmar que Tarapacá es nuestra primera novela del salitre. Comparta el lector la introducción que el ficticio Juanito Zola otorga a su texto. Obsérvese que continuando con la tradición literaria de los tiempos, fecha su obra en Santiago, distanciándose ficticiamente del lugar de marras que es Iquique.

A los obreros de Tarapacá
Cuando viví en esa árida y desolada Pampa del Tamarugal, compartiendo con vosotros las viscisitudes de una experiencia triste y afrentosa, germinó en mi cerebro la idea de escribir una novela, que fuera algo así como una historia de lo que ocurre en la rica provincia de Tarapacá, teatro de muchas proezas y de grandes crímenes.
Libre ya de esa férula odiosa, que soportais con tanto estoicismo, y disfrutanto de la tranquilidad de mi hogar, del cual me apartaron las ilusiones de una juventud inexperta, he tratado de anotar en esta novela los apuntes de mi libro de memorias.
«Tarapacá» no es un monumento literario, ni siquiera una obra de mediano valor intelectual; pero posee el mérito de tener su fuente en la verdad, y de ser escrita por un hijo del pueblo, honrado y sincero como todos los hombres de su clase.
Recibid, pues, la novela que os dedico, como una muestra de compañerismo y estimación.
Juanito Zola

Santiago 1 de septiembre de 1903.

Los escritores siguen la pauta ya delineada en la novela picaresca, en el sentido de que el autor al final de sus días , «disfrutando de la tranquilidad de mi hogar,» deja a sus hijos, en este caso a sus iguales, a los obreros, «algo así como una historia de lo que ocurre en la rica provincia de Tarapacá.» La lección está en ese recuento; la enseñanza que pueda derivarse de tal lectura será la recompensa para Juanito Zola. La novela está dividida en tres libros. El Libro I comprende desde las páginas 5 a 137; el II, desde 138 a 239, y el III desde 241 a 479. El gran aliento del texto se explica por los múltiples comentarios editoriales del autor, es decir, el narrador se entromete y da su opinión sobre hechos, personas, lugares, etc. Sigue la pauta de la novela decimonónica simplemente. Lo que caracteriza a Tarapacá y seguramente antagonizó a K. Brito, es la abierta posición politica del texto: el socialismo, sus características y diferencias fundamentales con el anarquismo, que fueron las dos fuerzas ideológicas imperantes en la pampa salitrera y que corresponden al período histórico en cuestión. Lo otro, es su anticlericalismo.
Tarapacá se adscribe más a la técnica documental e historicista, que a la estrictamente literaria. Y no otra cosa persiguen los autores. Denuncian la corrupción administrativa en la provincia, los abusos patronales, que llegan hasta el asesinato en la novela, el manejo de las salitreras por los ingleses, la vida en los prostíbulos frecuentados por la burguesía iquiqueña, y como un gran trasfondo, la preparación de un movimiento huelguístico que termine de una vez para siempre con el poder omnímodo de los salitreros. En este sentido utilizo el término documental, en cuanto relata la trayectoria de personajes reales con un trasfondo sincrónico de sucesos ocurridos en la pampa salitrera. Con estos elementos, los autores representan el espacio salitrero.
Como novela de tendencia política, el autor busca la identificación del lector con la historia y el trasfondo de los hechos. Para verificarlos, basta conocer el Iquique y la pampa salitrera del 900, donde imperan las grandes compañías y su secuela de corrupción, politiquería y el caciquismo, fiel reflejo de la actividad política chilena. Agréguense las primeras huelgas en las salitreras y se observará que más que en ninguna otra región, la «cuestión social» es un problema latente en la vida
laboral nortina. La trama se desarrolla en dos planos paralelos que se confundirán al final en uno solo: el aniquilamiento de la base de sustentación del capitalismo salitrero. Uno de los planos es la vida del obrero Juan Pérez y el otro, la del empleado Luis García, un arribista que merced a favores logra convertirse en administrador de Germinal. Aunque sus vidas no se entrecruzan, sus acciones afectan sus destinos. García es atrapado por la vida fácil y el ambiente en que se mueve; Pérez, con una clara visión político-ideológica de su mundo, no sólo vence y supera su entorno, sino que lo modifica y transforma con su indoctrinación. Con el planteamiento de tales temas y motivos, resulta fácil comprender el distanciamiento que los autores buscan mediante la dedicatoria fechada en Santiago.
La síntesis de la novela la haré en base a los motivos principales que desarrollan los autores.
REBAJA DE SALARIOS.
Cuando Juanito Zola entrega su novela, según el narrador hay 15.000 obreros trabajando en la Pampa salitrera de Tarapacál. La junta de la Asociación Salitrera de Propaganda ha recibido la noticia de que «en el desierto del Sahara, existían inmensos depósitos de nitrato.»
La impresión que produjo en los salitreros las alarmantes noticias de Europa, se debía a que ellos tenían sus cálculos trazados de treinta años más de explotación, y se venían de la noche a la mañana, caídos de la nube en que encabalgaban orgullosos por los espacios siderales. Nada habían aprovechado en veinticuatro años de pingües negocios, de usura y de explotación de los operarios, arrojándolo todo por la ventana, confiados en que les quedaban mucho tiempo para pensar en el porvenir. Los millones que habían derrochado, costaban muchas vidas y miles de sufrimientos y privaciones de obreros; pero, a ellos nada les importaba las miserias de los proletarios, porque los consideraban como seres nacidos para purgar crímenes no cometidos, para vivir en la indigencia y morir en el abandono.
Media hora después de la junta de la Asociación, los capitalistas, habían olvidado los dolorosos datos, y alrededor de las mesas del Club Inglés, ahogaban los últimos recuerdos entre copas de whisky y rebanadas de queso suizo (6-7).
El plan de la junta fue «rebajar los jornales en un veinticinco por ciento (…) Al día siguiente el clamoreo de las mujeres, en las ventanas de las pulperías, era inmenso.» El párrafo siguiente, explica el mecanismo tan al uso en aquellos tiempos,
Antes de notificar a los operarios la resolución de rebajarles los jornales, los capitalistas se habían abocado al Intendente de Tarapacá, comunicándole sus temores, y consiguiendo de él, el pedido al Gobierno de dos batallones de tropa, a cuya llegada a Iquique (en el crucero Zenteno) se declararía en la Pampa una de las pestes más temidas: la bubónica, por ejemplo. El Gobierno de Santiago, fiel a su cumpromiso de tener el ejército a la disposición de los intereses extranjeros, no había trepidado en acceder a lo pedido por los ingleses y alemanes de Tarapacá. Mandaba a la rica provincia del Norte, un puñado de soldados, para que maltrataran y fusilaran a sus hermanos de infortunio (9).
Es aquí donde aparecen los comentarios editoriales, a que nos referimos anteriomente, y en que la voz del autor se hace tan patente que la del narrador desaparece,
¡Qué farsa tan grande, son las constituciones de los países! Todas reconocen los mismos derechos, a los pobres y a los ricos; pero cuando llega la ocasión de que el Capital y el Trabajo son beligerantes, la constitución no existe para los pobres, y las balas de los rifles o los yataganes, se encargan de acorralar al rebaño obrero en las propiedades del «señor» (9).
PRESENTACIÓN DEL HEROE
El narrador nos introduce rápidamente al principal protagonista o héroe de la novela. Su nombre, Juan Pérez, chileno, «un obrero valiente e ilustrado.
Juan Pérez era un fornido hijo del pueblo, alto y bien formado como todos los que han pasado su juventud en el trabajo, ejercitando los m[usculos y ganando el pan con muchas fatigas y privaciones. Nacido en Caldera, amaba el mar como a su familia, y cada año, cuando las festividades del 18 de Septiembre le permitían bajar a Iquique, su primer paseo era a Cavancha, sobre cuyas orillas rocallosas se sentaba a contemplar la tenacidad de su viejo amigo, al estrellarse contra las piedras.
El 79, cuando el clarín de la guerra llamaba a todos los chilenos a pelear por la Patria, corrió a enrrolarse a un batallón y en él hizo la campaña, desde Dolores hasta Miraflores, peleando como un león, y saliendo más de una vez con la piel agujereada. Cuando terminó la guerra, no volvió a su hogar porque supo que los ancianos que le habían dado el ser, dormían bajo la tierra fría. Se quedó en Tarapacá, en el suelo que tanta sangre chilena costaba, pensando que tenía derecho a disfrutar del bienestar que había conseguido para Chile, exponiendo su vida en varias batallas.
Pérez estaba equivocado. El bienestar lo habían monopolizado los aristócratas, los que no pusieron su pecho al frente, los que se quedaron en la capital, aglomerando los rebaños que mandaban a los mataderos de Tacna, Chorrillos y Miraflores (…). Cuando Pérez supo que los que no habían peleado, estaban despilfarrando las riquezas de Tarapacá, se mordió los labios de ira, y de su boca salieron terribles maldiciones (…) (12-13).
Una vez incorporado el protagonista, el narrador nos relata la vida disuelta de los «miembros de la burguesía. Capitalistas, jefes de casas salitreras, tenedores de libros, cajeros y demás empleados, iban noche a noche a dejar en las casas de tolerancia sus ganancias y sus sueldos (22).» Los abusos en la Oficina Germinal y la pampa, lleva a los obreros a organizarse, «pues para los pobres, no hay patria, no hay leyes, no hay justicia.»
ORGANIZACION DE LOS OBREROS
La reunión acordada por Pérez y Mendoza, se realizó en el cuarto del primero. Acudieron, aparte de los iniciadores, Manuel Retamales, Francisco Urbina y Fernando Juárez. Pérez y Retamales, eran chilenos; Urbina, boliviano; Mendoza, peruano y Juárez, argentino. Podía decirse que el elemento obrero de Chile, Bolivia , Perú y Argentina, estaban representado en esa minúscula junta (29).
Pérez fue el primero que habló (…) Los capitalistas, no contentos con habernos explotados a su antojo durante veinticuatro años, han querido sacarse con nosotros el clavo del Sahara, rebajándonos los jornales e inventando la bubónica (…). El primer paso que debemos dar, es atraernos a todos los obreros de «Germinal», para fundar una asociación de resistencia, cuyo nombre se acordará después (…) La nueva sociedad, no necesita de estatutos, de ni cuotas de incorporación y mensuales, ni de directorio, ni de ninguna de esas patrañas que constituyen hoy día la formación de las sociedades obreras. Baste que un operario dé su palabra de honor de servir a sus hermanos, para que se le considere socio (30-31).
No olvide el lector que esta filosofía es la anarquista en esencia, aunque el narrador afirme que es socialista. Ellos fueron los adelantados en la pampa salitrera en la diseminación de su ideología. Ya formada la asociación en «Germinal,» Pérez abandona la oficina «para seguir por otras partes la propaganda empezada (…) predicando la nueva era e invitando a todos los desheredados de la fortuna a prepararse para la conquista del bienestar, a que tienen derecho todos los seres que viven sobre la tierra» (44).
IQUIQUE
En el capítulo XV se nos da a conocer otro personaje, no de la clase obrera precisamente, quien arriba al puerto en el Loa uno de los tantos barcos de cabotaje que recorrían el litoral nortino, El joven imberbe, «de frente vasta, nariz aguileña y ojos azules, contemplaba (desde la cubierta) la metrópoli del Norte, ese Iquique tan ponderado en el Sur, considerado como el país de las fortunas colosales y de la prostitución más descarada» (45). Esta última frase es uno de los motivos persistentes en la literatura naturalista, y no podía dejarla de lado nuestro Juanito Zola. Veamos la descripción del puerto, desde la bahía misma,
Desde abordo miraba los grandes caracteres que se destacaban sobre las bodegas vecinas a la playa. Leía Lockett Bros. y Ca., Inglis Lomax y Ca., Gildemeister y Ca., Gibbs y Ca., y pensaba que los ingleses y alemanes, con ese espíritu absorbente que los caracteriza, habían monopolizado la industria salitrera, convirtiendo la región del nitrato en un feudo sajón. Recordaba que el Presidente Balmaceda, aquel espíritu grande y netamente chileno, a cuya muerte se suicidó la política recta, quiso nacionalizar la industria del salitre, previendo con su clarovidencia los atropellos que cometerían esos albioneses y teutones que habían venido a Chile en busca de esclavos a quien explotar. Esos Lockett, Gibbs, Lomax e Inglis, encabezados por aquel plebeyo y soberbio que, en Inglaterra, se hizo noble debido a sus millones de libras, y que se llamó míster North, o por otro nombre el «Rey del Salitre,»fueron los que azuzaron al pueblo, el 91, a que desconociese el gobierno de Balmaceda, y facilitaron armas y dinero, para conseguir la caída del último Presidente honrado de Chile.
¡Qué fea encontraba a la ciudad, encajada en una llanura árida, sin asomos de de vegetación! Los edificios, casi todos de un solo piso, se achataban sobre la improductiva tierra, dejando paso a dos únicas eminencias, dos aristas que simbolizaban cosas distintas, pero que tenían su origen en el fanatismo: la torre de la Iglesia Parroquial y la de la Plaza Prat (45-46.
Aquí una aclaración para el lector de nuestra época. En el período en cuestión, la ideología obrera veía como «polillas que destruyen el organismo de la actual sociedad (a los) abogados, políticos, militares y curas» (42). De aquí el comentario del narrador sobre los dos prominentes edificios. Pero no se juzgue apresuradamente. Obsérvese la anotación que entrego en seguida. Refiriéndose a la fibra moral de Juan Pérez, añade, «El apostol debe ser virtuoso, para que su palabra encuentre eco entre la multitud. Cristo, halló muchos prosélitos, porque practicaba las mismas doctrinas que enseñaba.» Y luego agrega, «Hubo necesidad de que el Nazareno, naciera en un pesebre para que le escucharan aquellos a quienes redimía, enseñando una moral desconocida» (95). Continúo con la cita,
Cuando el bote que conducía a nuestro huésped, pasó frente a los muelles particulares de las empresas salitreras, presenció un espectáculo sorprendente: el drama del trabajo, representado por cientos de obreros, de constitución hercúlea y rostros atezados por las faenas marinas, que corrían sobre los muelles con sacos de tres quintales de nitrato, los hacían levantar por las grúas y los arrojaban al fondo de las lanchas, para ser conducidos a los buques que debían llevarlos a Europa, a rejuvenecer las gastadas tierras del viejo mundo (47).
Vale la pena anotar que a comienzos de siglo había más de una docena de muelles salitreros, entre los cuales se contaban los de la Grace, Granja, Gildemeister, San Jorge, Locket Brothers, Buchanan Jones, Lagunas, Fierro, Lucía, Primitiva y Gibbs Williamson.
Mencioné que entre los escritores nacionales que escribieron sobre la pampa y el puerto se encuentra Eduardo Barrios, Premio Nacional de Literatura (1946) y Ministro de Educación. A comienzos de siglo fue oficinista en Iquique, en servicios eléctricos; contador en la Oficina Santiago y administrador en la Tarapacá. En su novela Un perdido (1918), hay un párrafo sobre la visión del puerto, cuya estructura tiene varios puntos de contacto con el ya mencionado. Compare el lector,
Al observar a Iquique desde la cubierta del barco, experimentó Luis la impresión de que traía su tristeza y su desamparo a un lugar desamparado y triste. Aquel caserío de madera, chato, color de barro, desparramado sobre la lonja de arena que se estrecha entre el mar, las dunas y los montes yermos de la meseta salitrera; aquella isla Serrano, tendida a la manera de un cetáceo vigilante al extremo del molo de piedras negras; todo aquel conglomerado ingrato a los sentidos y hosco al espíritu, que parecía entumecerse arropado en una bruma sucia como harapo del cielo invernal, le deprimió en aguda melancolía de destierro. Alzábanse, verdad, columnas de humo, abundantes y presurosas; oíase un pitear contínuo, articulando la trepidación febril de pescantes y locomotoras, que vadeaban las aguas y rasgaban la atsmófera del buque; pero, no obstante estos latidos elocuentes de la actividad del trabajo, la masa plana y descolorida de los edificios, todos bajos y sin tejados, esparciéndose tras la fila de bodegones de zinc con grandes cifras y firmas de comercio inglés, alemán, eslavo, hacían pensar en un hacinamiento de cajones pringosos que los cien navíos surtos en el puerto hubiesen vomitado, a prisa y sin orden, de sus bodegas húmedas a la playa amarilla (56).
LA PAMPA
Volvamos a Juan Pérez. Ha transcurrido un año de contínua propaganda y la nostalgia del mar lo impulsa a ir al puerto,
Aprovechó el Carnaval para bajar. Asomado a una ventanilla del vagón de segunda en que venía, miraba la enorme pampa gris, dilatarse y perderse en el horizonte, como muerta, sin rastros de vitalidad. Solo al pasar por delante de alguna oficina, o al llegar a las estaciones, el paisaje perdía su monotonía y denotaba que ahí había vida. Muchas veces, de entre las grietas del suelo, se elevaban grupos de obreros que se quitaban los sombreros y saludaban a los viajeros del tren. Pérez les contestaba con agrado su saludo, adivinando en ellos a los futuros soldados del porvenir que aún ignoraban la redención por la que él trabajaba.
La pampa, sin el menor asomo de vegetación, sin ningún ejemplar de la flora animal, sin nada que se agitara, inmóvil y muda, parecía un cementerio enorme, donde las tumbas era las oficinas. Como en los sepulcros, los gusanos representados por los obreros, se movían devorando la carroña del cadáver de la burguesía. Pensaba Pérez que esa pampa, había sido testigo de infinitas escenas sangrientas, desde la batalla de Dolores y el combate de Agua Santa, en los que se derramó tanta sangre peruana y chilena, hasta los encuentros del 91, donde los chilenos, al pelear entre hermanos, mostraron un ensañamiento digno de mejor causa. Ese suelo, árido e inhospitalario, no podía convertirse aún en terreno fértil, con los cadávere conque había sido abonado, ni con el sudor y lágrimas de los veinte mil obreros que regaban diariamente sobre él. Era una tierra maldita, que se complacía en asesinar paulatinamente a los obreros.
Mientras meditaba Pérez, dirigía su vista hacia adelante, donde divisaba una enorme curva, por la que tenía que pasar el convoy. Cerca de ella, un objeto negro, pequeñito como el punto de una «i» se destacaba junto a los rieles. A medida que el tren se iba acercando, el punto crecía y tomaba formas de cuerpo humano. Pérez reconoció en él a un obrero, que iba de una oficina a otra, en busca de trabajo, y que viajaba de esa manera, porque no tenía el pasaje. Llevaba la ropa destrozada, el sombrero llenó de barro, y sobre su espalda un saco con todo su patrimonio, compuesto de una camisa, un pantalón, cigarrillos, fósforos, una marraqueta de pan, la libreta del último arreglo y una botella de agua. (…) Pérez sacó el busto por la ventanilla, y comprendiendo que ese hombre sufría horriblemente, al vagar por la Pampa, bajo un sol que achicharraba, le gritó con toda la fuerza de sus pulmones:
– ¡Valor y esperanza! (95-96)
Tal vez importe informar que en Iquique, Juan encuentra a su hija Genoveva, resultado de sus amores con una joven, «cuando volvía de la campaña del Perú.» El narrador, acertadamente no nos proporciona la edad de sus personajes, pero podemos deducir la del protagonista, ya en sus cuarenta años de vida. Así se explica su madurez política y social.
BARRIOS DE IQUIQUE
En su peregrinaje por la ciudad, Juan Pérez recorre Cavancha para sus «excursiones.»
Ahí, en un banco, contemplando las olas que chocaban contra las rocas, o las blancas velas de los buques que entraban a la bahía, se abandonaba en sus ensueños de dicha y felicidad, para las dos porciones de la humanidad que ocupaban su pensamiento: los obreros y su hija. Permanecía en ese paseo, hasta que el crepúsculo recogía el último pliegue de su túnica. La luz eléctrica, corriendo por el interior de los alambres, e inflamando los focos que hay en la avenida, lo despertaba de sus meditaciones, indicándole que era la hora de que volviera a la ciudad. Tomaba el camino de la calle Baquedano, con paso mesurado, para apreciar el lujo y la opulencia en que vivían los burgueses, mientras en el Colorado, un barrio infecto, levantado en medio de muladares, se refugiaban los pobres, respirando el aire envenenado de las basuras y de los desperdicios (107).
Más adelante, nuevamente se nos describe Cavancha y esta vez con un personaje histórico de carne y hueso.
En ese tiempo Cavancha estaba en decadencia, porque habían desaparecido muchos de los negocios de lenocinio que ahí estaban establecidos. Sölo quedaba la casa de canto de Filomena Valenzuela, ex-cantinera del 79, adonde acudían los que querían divertirse, echando al coleto algunos tragos, o bailando una cueca de esas de la santa tierra (154).
El Iquique de comienzos de siglo gozaba de reputación en el área de «las niñas alegres.» Los viejos iquiqueños recordarán algunos nombres como «La Gioconda,» «La Alemana,» «La Erika,» «La Coña,» «La Jaiba,» «El Santiaguino Chico» y «El Santiaguino Grande.» Según un boletín de la Oficina del Trabajo, en ese período existían alrededor de cuarenta «casas»en Iquique, treinta y seis en Antofagasta, veintitrés en la Pampa del Tamarugal y en Huara, diez.
En otro capítulo, el narrador nos describe uno de los lugares típicos del Iquique antiguos, el conventillo de «Las Camaradas» de la calle Tacna, famoso en su época por la bravura de sus ocupantes.
DESCRIPCION DE LA OFICINA GERMINAL
En el Libro Tercero, el narrador nos introduce, mediante la llegada de un nuevo administrador, el funcionamiento de una oficina.
Luis García, llegó a la oficina Germinal, a hacerse cargo de la administración, completamente ciego en materia de salitre, al igual que muchos otros de sus colegas, que debían sus puestos a influencias de familia. Aquello fue para él como un cuento de hadas. Se vio con un poder inmenso sobre esa gran faena salitrera, y pensó que era un pequeño rey de ese territorio. Por donde quiera que extendía su vista, encontraba obreros que trabajaban afanosamente, animales que corrían llevando el caliche, locomotoras que resoplaban, poleas que chirreaban, chancadoras que desmenuzaban.
Nunca se había él figurado, que podía ser jefe de un establecimiento de esa naturaleza (…) La máquina elaboradora de salitre, fue para García una cosa nueva. Transportado del Banco a la oficina Germinal, se encontró con que, no sólo era su misión hacer anotaciones en los libros, sino también velar porque el cocimiento del salitre se hiciera en debida forma y por que en la Pampa se llevaran en buen estado los trabajos de extracción. El mayordomo de esa sección, lo recibió con mucha amabilidad; le hizo dar un paseo por el laberinto de escaleras, cañones y fierro que constituía la máquina, y le habló de las economías con que hacía el trabajo, empleando la menor cantidad posible de operarios.
Los pulperos se mostraron muy atentos con el nuevo administrador. Le hicieron presente que vendían ls mercaderías a muy alto precio, que robaban tres y cuatro onzas a cada libra, y que las ganancias de esa sección de la oficina podía competir con las mismas que producía la elaboración del salitre. Lo único que callaron, fue que gran parte de esas utilidades pasaba a sus bolsillos (…).
Al día siguiente, Luis montado en un soberbio caballo, se dirigió a la Pampa, acompañado del corrector, quien cabalgaba en una mula. Recorrió las calicheras, donde vio a los particulares hundidos en esas enormes cavernas, despedazándose las manos con los trozos de caliche y comparó su situación con la de esos infelices que se asaban vivos en la pampa, mientras él ganaba un buen sueldo, sin más trabajo que el de decir unas cuantas palabras y firmar algunos papeles (241-42-43-44).
UNA REMOLIENDA EN LA PAMPA
En la tradición de los costumbristas chilenos, el hablante nos ofrece el cuadro de una fiesta en la oficina salitrera, lo cual otorga a la narración un descanso y un punto de vista diferente. El lector podrá apreciar claramente, el rito de la cueca y sus decires, llegados al Norte Grande con los enganchados sureños.
Mientras se hacían las presentaciones del caso, llegó doña Anastasia con los convidados. Estos eran don Hermógenes y don Emeterio, las mujeres de ellos, y dos muchachas más, cuyos padres les habían dado permiso para que fueran con doña Anastasia a divertirse un momento.
Don Hermógenes y don Emeterio, eran dos entusiastas aficionados al trago y al baile. Jamá faltaban en ninguna fiesta del campamento, donde hacían divertir a los festejantes con su entusiasmo para animar la cueca y su afición a hacer uso de la palabra. Don Emeterio era el más amigo de pronunciar discursos, en los que sacaba a relucir que había hecho la campaña del 79, cosa que le desmentía don Hermógenes, armándose discusiones a las que seguían mojicones y una reconciliación de los dos amigos.
(…) Con la salida a escena del pulpero don Panchito y de doña Anastasia, que iba a bailar una cueca, terminó la porfía de los dos discutidores, y todo el mundo se echó saliva en las manos para palmotear con más fuerza.
– ¡Vamos a ver cómo se porta la veterana!
– ¿Cómo me he de portar? Como siempre. Así viejecita como soy, desafío a cualquier joven.
La concurrencia sonrió ante las palabras de doña Anastasia, quien con la mano izquierda se había levantado el traje bien alto, y con la otra, hacía jugar en el aire a un pañuelo de seda bordado. Con las exclamaciones de don Hermógenes y de don
Emeterio, la cueca fue bailada con tal animación, que el zapateo hacía temblar las débiles paredes de calamina.

– Ahora birlocho, bizcocho, maravilla, frutilla, tomate, petate, velita, velón, aroooh…
– Con uno que se pare basta.
– Echele, cumpa Meterio, un güen trago de ponche, que es mejor que ese whisky de los gringos.
– La obligo, señorita Juanita.
– Le cumplo, y obligo aquí a don Benito.
– Y la cantora tendrá la boca de caballo vigilante…?
– ¡Ay! Ispense, ña Bartolita ‘ei va el brindis de ño Hirmogio, que lo hizo pusté.
– Le pago con mucho gusto y me repito.
– Salú, ño Hirmogio, aquí ña Bartolita le güelve a comprometer.
Chiqui chiquichín, chiqui chiquichán

En el hospital de Cádiz
hay un ratón con terciana

– Ahora sobaco, macaco, trina, trena, los ojos del paco, chispa, fuego, brasero, candela, pachito de vela, hacha, fuego, a la casa de alto, a la casa de bajo, pónete la leva, quítate el paltó (253-54-55).
ESTALLIDO DE LA HUELGA
En el Capítulo XVIII la narración se centra en la huelga preparada por Juan Pérez durante más de un año. El malestar general entre los obreros había llegado a su punto culminante,
Juan Pérez, fijó el gran día, tanto tiempo acariciado en su mente, como un ideal supremo, para las fiestas patrias del 18 de Septiembre. Quiso dejar estampada esa fecha en los anales del proletariado chileno, como la de un gran movimiento, que sacudiera hasta en sus cimientos a la carcomida fortaleza de la burguesía.
Los obreros de todas las oficinas, estaban enterados de lo que se debía hacer; pero sólo uno en cada establecimiento conocía bien el plan de Pérez (…) Todos sin excepción, estaban acordes en dar el golpe, que debía decidir su suerte. Nadie preguntaba por las consecuencis. La multitud, es siempre sugestiva. Entusiasmándose por alguna cosa, va a ella, de la misma manera que la mariposa a la llama.
– ¿Para cuándo la «reclamación»?
– Para el 18.
En las explosiones populares, es fácil trazar la pauta y dar las primeras órdenes, pero después, nadie puede responder del éxito, ni fijar con exactitud lo que va a suceder. La muchedumbre en esos críticos momentos, no reflexiona. Es la ola formidable, que no respeta nada, que bate con la misma fuerza las rocas como la arena (461-62).
Si leemos con cuidado, y no con el apresuramiento conque lo hizo Fray K. Brito, nos daremos cuenta de la honesta actitud narrativa que adoptan los editores López y Polo. Conocedores a fondo del ambiente obrero, de la psicología de las masas en las incontables huelgas en el Norte Grande y en el país, cuando se presenta la «cuestión social,» no trepidan en afirmar y dejar constancia de un hecho que no admite argumentos: «en las explosiones populares, nadie puede fijar con exactitud lo que va a suceder.» Prosigamos con la historia. La petición de los obreros para el día de la reclamación consistía en solicitar la abolición de fichas, aumento de salario, libre comercio, indemnización por desgracias y enfermedades y disminución de las horas de trabajo. Quien conozca el historial obrero de la pampa, reconocerá el petitorio tantas veces esgrimido por los trabajadores, que se repite al pie de la letra en la gran huelga de 1907, y que finaliza en la Escuela Santa María de Iquique.
El capítulo XX da término a la novela y comienza con estas palabras,
En años anteriores, el 18 de Septiembre, era recibido con grandes preparativos, tanto por los operarios chilenos, como por los peruanos y bolivianos. Todos, contribuían con su bolsillo y con su persona, para hacer de ese aniversario americano una gran fiesta.
Se confeccionaban programas, en los que figuraban el himno nacional, los cohetes, globos, carpas y demás diversiones populares. Las oficinas instigaban por debajo de cuerda a los trabajadores, para que se divirtieran, con el objeto de que le compraran licores, conservas y géneros, en la pulpería.
(…) Amaneció el 18 de Septiembre, día en que debía efectuarse la gran «reclamación,» y esa vez, las banderas chilenas no flamearon sobre las bohardillas; permanecieron guardadas en los baúles, para que no presenciaran las escenas que se iban a desarrollar.
Como de costumbre, todas las faenas habían quedado en descanso. Los calderos dejaron de ver, una vez al año, sus entrañas abrasadas por el fuego; los chachuchos se enfriaron; las ruedas y poleas quedaron inmóviles, y la paz más grande reinó sobre lo que veinticuatro horas atrás, eran centros de actividad.
Los operarios despertaron bien tarde en sus lechos. Quisieron darse el lujo de dormir un poco más, vengándose del tintineo desesperante de otras veces, en que el sereno los obligaba, con el toque de la campana, a dejar la cama, en medio de un frío de cordillera.
(…) A las ocho de la mañana, los operarios de todas las oficinas, con gran alarma de los empleados, empezaron a reunirse en las plazoletas, frente a las administraciones, observando la mayor compostura. Todos guardaban silencio, revistiendo los comicios de solemnidad. algunos conversaban en voz baja, transmitiéndose las órdenes de los representantes de Juan Pérez.
Los burgueses, movidos por un mismo impulso, se dirigieron a los aparatos telefónicos, para poner sobre aviso a las guarniciones de Policía, y solicitar su presencia; pero por más que dieron vuelta a las manubrios, nadie les contestaba. Los operarios habían tenido la buena idea de destruir los alambres telegráficos y telefónicos de toda la pampa. De esa manera, las oficinas estaban incomunicadas con Iquique. Cuando las oficinas de los telégrafos del Estado, la del Ferrocarril Salitrero, y la Central de Teléfonos, notaron los cortes simultáneos de todas las líneas, dieron parte a la autoridad de lo que ocurría.
Inmediatamente salió de Iquique un convoy, compuesto de dos máquinas y muchos carros, en los que iban trescientos soldados, sacados de los cuerpos de guarniciones, inclusive de la Policía. El tren llegó hasta la estación de Carpas, y ahí se detuvo, porque la línea aparecía destruída, en una longitud de tres cuadras. Durante la noche, los futuros «reclamantes»habían quitado y despedazado los rieles, teniendo en cuenta que de Iquique subiría tropa a la Pampa.
(…) A las nueve, más o menos, los grandes grupos de trabajadores se pusieron en movimiento, guardando uniformidad, hacia los escritorios. Avisados los administradores de que la gente pedía hablar con ellos, tuvieron que presentarse, pálido y temblorosos, ante las muchedumbres de esclavos, a quienes tanto mal habían hecho.
Los delegados de los obreros expusieron en breves palabras que los operarios pampinos cansados de ser por tanto tiempo víctimas de las inícuas explotaciones e inhumanidades de los capitalistas, exigían las siguientes reformas en las oficinas:
Supresión de vales y fichas, y pago semanal.
Libre comercio.
Indemnización por muerte, heridas o enfermedad, contraídas en las faenas.
Asistencia médica gratuíta
Aumento de salario en un cincuenta por ciento.
Pago proporcional de las carretadas de caliche, rechazados por «malo.»
Habitaciones higiénicas y aseo en los campamentos.
(…) Como todos los administradores contestaron que nada podían prometer a los operarios, éstos los hicieron prisioneros, y después de ponerlos en buen recaudo, para que sus vidas estuvieran a salvo, se lanzaron sobre las casas de los empleados y las pulperías, sacando lo que había de comestibles y bebidas, y entregando lo demás a las llamas del incendio.
Grupos compactos, se abalanzaron sobre los ingenios, maquinarias y maestranzas, destrozando cuanto encontraban a su paso. La parafina, era sacada de las bodegas, y esparcida por todas partes para provocar el fuego.
En una hora, todas las oficinas quedaron convertidas en escombros, en ruinas lamentables. Las guarniciones de Policía, habían tenido el buen tacto de no acudir a intervenir, para que no peligraran la vida de sus soldados. La tropa que saliera de Iquique, y que de Carpas se dirigiera a pie hacia las oficinas, llegó cuando todo había terminado.
Pero no hubo una vida que lamentar. La sangre no corrió. Los trabajadores se vengaron en las propiedades de sus verdugos, respetando sus existencias. El plan de Pérez fue cumplido en todas sus partes. La consigna era arruinar a los oficineros, y lo consiguieron sin recurrir a asesinatos, que habría sido un borrón para los iniciadores del gran reclamo.
Cuando Pérez vio que el proletariado estaba vengado, y que nada quedaba por hacer, dio por terminada su labor, y dando un adios a la tierra donde tanto sufriera, se encaminó dirección a las sierras.
Después, hombres, mujeres y niños, cubrieron la inmensa pampa, formando una gigantesca romería que dirigía sus pasos hacia el Oriente, a Bolivia.
Iban allá, a ese país del frío, a buscar entre los habitantes de la altiplanicie, un pedazo de suelo y un pan dulce, que les negaba su propia patria (475-76-77-78-79).
Con la purificación lograda mediante el fuego, la clase trabajadora pampina se ha redimido de sus humillaciones y sufrimientos. La justicia poética se sobreimpone a la dura realidad. (Dato ilustrativo sobre la infame «ficha:» en 1907 la manufactura de éstas alcanzó a 316.000 unidades).
Así pone fin el narrador «a los apuntes de mi libro de memorias.» Las cuatro últimas líneas son un anticlímax melodramático, al presentar a Luis García y su amante, arruinados, «vegetando por las calles de Valparaíso.» Fernando Ortiz Letelier, en su libro póstumo, resultado de su tesis para profesor de historia, indagó principalmente en los periódicos obreros de la época y tiene una observación que no he podido corroborar, pero de cuya autenticidad no dudo. Al referirse al acápite «Las tácticas de lucha del proletariado,» afirma,
En este período es posible observar una clara evolución en las tácticas utilizadas por el proletariado. No siempre se usaron los métodos más adecuados.

A fines del siglo pasado por ejemplo, según informa El Imparcial de Huara, hubo un intento entre los obreros del salitre para uniformar un movimiento encaminado a destruir las oficinas; con este objeto delegados obreros se habrían reunido en Iquique para ponerse de acuerdo, a fin de que en una hora determinada en todo el salitre se destruyesen los medios de comunicación (telégrafo, teléfono, ferrocarriles, etc.) y se facilitaran sus propósitos. El movimiento, sin embargo, no prosperó (182).
La base histórica residiría en tal hecho; la literaria en la gran preocupación de los autores por sus compañeros de clase. Esto no quita ni pone un ápice a la novela. Osvaldo López conocía al dedillo la pampa salitrera. Cuando la Comisión Consultiva del Norte en 1904 viaja a la región del salitre a investigar en el terreno las quejas obreras, López redacta el memorial que el Comité de la Pampa, entre otros, entrega a dicha Comisión. Pero López va más allá. Encomendado por dicho Comité, redacta un folleto – mil ejemplares- en el cual los pampinos plantean al resto del proletariado chileno sus puntos de vista sobre el sistema laboral vigente. Obsérvese el lenguaje del autor, «Hermanos de opresión y de esclavitud: Mirad nuestras miserias y que ellas sean trompeta vocinglera que despierte las multitudes para hacer justicia por nosotros mismos, ya que ella se nos niega cuando la pedimos con sumisión, por los encargados de administrárnosla.» Es el predicamento básico de Tarapacá a lo largo de los diferentes capítulos.
JOHN THOMAS NORTH, REY DEL SALITRE O ¿REY DE TARAPACA?
La vida de North tiene características muy especiales, y su trayectoria en la región del salitre ha merecido la atención de muchos estudiosos. Como lo señaló el profesor Blakemore «la información acerca de North y sus actividades está muy repartida en un amplio número de fuentes, pero no he encontrado una fuente única en la cual basar una biografía completa (33).» Cita, sin embargo, a Justo Abel Rosales y su libro, El Coronel don Juan Tomás North. De cómo un Inglés Empleado a Sueldo Llegó en Chile a Ser un Millonario de Crédito i Fama Universal. A él me referiré en la ocasión oportuna. Pero su valioso aporte sobre la vida de North, de parte de Blakemore, reside no sólo en la investigación que realizó, sino en las «conversaciones con el señor Richard North, la sra. Vera Proctor y la sra. Victoria Fischer, miembros de la familia del hermano de North, Gamble, quien también trabajó en el salitre (nota al pie 105, página 33).»
Para entender a North y sus contemporáneos, creo que debemos tener en cuenta la Europa e Inglaterra de su tiempo. Uno de los personajes de Daniel Defoe en su novela Moll Flanders (1722) expresa, «La nuestra es una edad de comercio y empresas.» Y el valor de la empresa privada es un motivo literario que permea la novela. Estoy consciente de que es dura tarea capturar la esencia de la vida de una persona, pero hay que tratar de hacerlo lo más fielmente posible para ayudar a comprender ese pasado y el presente, y fijar metas para el futuro.
LA REVOLUCION INDUSTRIAL
Se conoce con este nombre los vastos cambios económicos y sociales producidos en la segunda mital del siglo XVIII, por el cambio de una economía dominada por lo agrario, trabajo manual, y labor intensiva, a otra dominada por la manufactura mecanizada, especialización o división del trabajo, fábricas, un libre fluir del capital, y la obvia concentración de habitantes en las ciudades por el proceso industrial. Estos cambios se experimentaron en Inglaterra primero, pero dentro de una generación ya afectaban a Europa occidental y los Estados Unidos, y en el siglo XX al mundo entero. Al avance mundial a finales del siglo XIX y comienzos del XX, se le conoce como la segunda revolución industrial. Esta última fue la que llegó a nuestras costas con la debida intensidad. La industria textil fue la que creció rápidamente gracias a la creación de maquinarias que reemplazaron la mano de obra, allá por 1767. La invención de la máquina a vapor por James Watt en 1782, permitió que se produjese un avance acelerado en el progreso de los ferrocarriles y la industria del acero. El mayor cambio en tecnología fue sin duda la manufactura del hierro. El proceso de transformar el carbón en el llamado carbón coke en 1763 y mejorado después de 1776 por John Wilkinson, permitió que la producción del hierro alcanzara la calidad que se requería para construir máquinas más eficientes. Esto a su turno, llevó a otro cambio recolucionario, la expansión del ferrocarril, que empezó entre 1825 y 1830, pero cuyo impacto se sintió cincuenta años más tarde. Recordemos que en nuestro país los estudios para la construcción del ferrocarril de Santiago a Valparaíso fueron hechos por William Wheelwright (1798-1873), pero el constructor fue Henry Meiggs. La obra fue aprobada en 1849, pero finalizada en 1863. La primera línea de 81 kilómetros entre Copiapó y Caldera, fue inaugurada el 25 de diciembre de 1851, gracias a la iniciativa de los ricos mineros de la zona, los Gallo, Ossa, Edwards, Cousiño, Subercaseaux, asociados con Wheelwright. Como dato ilustrativo, el primer ferrocarril en Sudamérica lo construyeron los ingleses (¿qué otros?) en la Guayana bajo su dominio en 1850. Lo que importa destacar es la relación entre tecnología y comercio, pues la revolución industrial conectada con el desarrollo económico a través de inversiones y finanzas, motivó una política económica estatal en los países industriales que redundó en la expansión de sus fronteras. El aumento de las industrias, finanzas y negocios, y el crecimiento de una clase trabajadora tenía que afectar el orden político y social del siglo XIX. ¿Es de extrañar que aparezcan, no invitados a esta fotografía, Engels y Marx? Pero ya es otra historia. En 1846 cuando Inglaterra abandonó la protección de la agricultura, el principio de libre comercio se hizo palpable. Mercaderías, servicios de transporte e inversión de capitales fueron exportados a nivel mundial, tanto a Estados Unidos y Sudamérica como a sus colonias. Para ello contaban con bases navales y lugares estratégicos de aprovisionamiento de carbón para sus buques, protegidos por la Armada Real, y a finales del siglo XIX por una red de comunicaciones a través de cables.
Especialistas en la materia como Ronald Hyam nos informan que las razones de la expansión en la era victoriana, fueron tanto económicas como ideológicas. Las económicas ya las hemos mencionado en párrafos anteriores, a las que debemos agregar la urgente necesidad de encontrar la materia prima para sus industrias y producción. La revolución industrial tuvo in mente anticipar la demanda en otros países y donde no existiera, crearla. El ejemplo que Hyam nos entrega es revelador: mucho después de 1850, las frazadas era desconocidas entre los africanos, pero al final del siglo eran tan populares que la expresión «frazadas Kaffir era una designación común.» Ejemplos de este tipo los tenemos en América Latina en cada latitud. Desde el punto de vista ideológico la Era Victoriana, prosigo con Hyam, de alguna manera tenía la idea de estar en armonía con las «fuerzas progresivas del universo.» Dios estaba de su parte. El príncipe Albert consideró la Exposición de 1851, «como un festival de civilización cristiana.» Agréguese la búsqueda del conocimiento y la concepción certera de que tal conocimiento es poder, y se llegará a la conclusión obvia que la educación es la que permite tales logros. La convicción de los ingleses de su superioridad, los llevó, al igual que todo imperio en la historia de la humanidad, a la tarea de mejorar a los «otros,» y mejorarse a sí misma. Uno de los ejemplos clásicos es la vida de Cecil Rhodes (1853-1902) el hombre que reinventó Africa. Lo pueden confirmar y ratificar India, Africa, Oceanía, América Latina. Una expresión inglesa anota que «There is some corner of a foreign field, that is forever England.» Sino que lo niegue Valparaíso con sus edificios estilo inglés. En cuanto al sueño imperial, Charles Dickens literaturizó tal idea cuando su personaje Mr. Podsnap manifiesta que «los otros países eran un error.» ¿Tenía Inglaterra otras razones para afirmar su superioridad? Hyam cita cuatro: 1. Su preeminencia económica, basada en la producción de mercaderías de mejor calidad y bajo precio. 2. El poder invencible de su armada. 3. La estabilidad interna y el balance social. 4. Bajo todo esto un profundo sentido religioso, sostenido por la ética protestante de la salvación por el trabajo. Añádase el soporte teórico proporcionado por Adam Smith en La Riqueza de las Naciones (1772) que convierte el libre comercio, el laissez-faire, en el dogma básico de su economía. Hay un gran «pero» al avance y progreso de un país, e Inglaterra no fue la excepción. Hacia 1880 Londres contaba con una población de 4.000.000, de los cuales 1.000.000 vivía en la más abyecta pobreza. El estudio lo realizó un serio estudioso, Charles Booth quien publicó sus primeros resultados en 1889 en su libro Life and Labour of the People.
Los ingleses vieron muy claro que la expansión de la industria podía ser posible mediante la educación de hombres cuya habilidad técnica y profesional permitieran realizar a escala mundial lo que la revolución industrial ya había motivado en Europa. Varios de ellos llegaron al Norte, en los tiempos en que Perú dominaba el área. Cómo olvidar a un George Smith, Bollaert, Dawson y Harvey, estos dos socios de North, y aquéllos que descansan en el «cementerio inglés» de Tiliviche y otros espacios salitreros. En Iquique siempre se recordará a James Humbertone, conocido como Don Santiago, uno de los tantos exploradores y mineros con la preparación adecuada para la industrialización del salitre. Que llegue un hombre de clase media llamado John Thomas North, no nos debe extrañar en lo más mínimo. La City of London, entre 1880 y 1913 tiene un registro de 8.408 compañías dedicadas a la minería y exploración de minas en el extranjero (Harvey y Press, 64). Quien prosiga leyendo esta información, comprenderá que el propósito fundamental que persigo es tener los antecedentes adecuados para juzgar situaciones y hombres en la historia de nuestro Norte Grande. Algunos mitos y creencias tienen su origen en explicaciones a veces fundamentadas en interpretaciones equívocas, no mal intencionadas. Como aquél de los caballos que North trató de obsequiar al presidente Balmaceda, para «comprárselo» de cierta manera. Blakemore demostró palmariamente lo erróneo de tal interpretación. North no era tan estúpido como para arriesgar tal maniobra. Nuestro historiador Francisco A. Encina registra la estirpe de los dos reproductores: «el padrillo Yorkshire, Capitán Cook, y el hackney Copenhague» (397). Se olvida o desconoce que era un gran aficionado a las carreras y que cerca de su mansión en Avery Hill, Eltham, Kent, se «instaló un criadero de caballos de carrera, y el propio North obtuvo muchos éxitos en el turf» (Blakemore, 51-53). En la autobiografía de North se menciona que cuando el Coronel se interesó por la hípica, «compró varios potros en una suma que se consideró como precios sensacionales» (6). North fue también un gran aficionado al box y al cricket. Sobre lo primero se vanagloria de haber tumbado de un golpe a un matón, en una reunión política (12). Pablo Neruda, exclamó en alguna ocasión «¡Dios me libre de inventar cosas cuando estoy cantando!,» una expresión más de las que hacía uso nuestro bardo, quien chilenizó por razones obvias a Murieta, el héroe mexicano de Sonora, en la California del «Gold Rush,» en su obra teatral Fulgor y muerte de Joaquín Murieta (1966). Por lo demás, el poeta es un pequeño Dios, como aseveraba Huidobro, y crea sus propios universos. En Canto General, el hablante líricoinicia el poema «Balmaceda de Chile (1891)» con la figura de North como trasfondo, obvio símbolo del capitalismo inglés. ¿Qué pensaría de los británicos el hablante, cuando el poeta recibió el doctorado honoris causa de la Universidad de Oxford en 1965?

Mr. North ha llegado de Londres.
Es un magnate del nitrato.
Antes trabajó en la pampa
de jornalero, algún tiempo,
pero se dio cuenta y se fue.
Ahora vuelve, envuelto en libras.
Trae dos caballitos árabes
y una pequeña locomotora
toda de oro. Son regalos
para el Presidente, un tal
José Manuel Balmaceda.

«You are very clever, Mr. North.»

JOHN THOMAS NORTH
North (1842-1896), nació el 30 de enero en Holbeck, Leeds, el segundo hijo en una familia de dos hermanos, James y Reuben, y su hermana Harriet. James North, su padre fue un comerciante en carbón. A los quince años, después de su educación básica, ingresa como aprendiz en la firma Shaw, North & Watson que se especializaba en la construcción de molinos y astilleros. En 1865 se unió a la firma Fowler & Co. en Leeds. Ese mismo año, North tiene veintitrés, contrae matrimonio con Jane Woodhead, de Leeds, hija de un prominente representante conservador, con la cual tuvo dos hijos y una hija. En el Dictionary of National Biography se anota que en 1869 fue enviado a Perú para supervisar las maquinarias de Fowler & Co. En marzo del mismo año llega a Valparaíso. Con un capital de veinte libras, se traslada a Caldera donde consigue el cargo de mecánico, «llegando a ser ingeniero de locomotora en la vía férrea de Carrizal» (Hardy, 69). Se instaló en Iquique en 1871. Encontró empleo como ingeniero jefe de las máquinas en la oficina salitrera Santa Rita del peruano José María González Vélez. En 1879 con su socio Maurice Jewell, importaron maquinarias para las oficinas salitreras y fueron agentes en Iquique de las líneas de vapores que hacían escala en los puertos nortinos. Recordemos que el puerto, con el auge de las salitreras había aumentado su población de 2.485 en 1862 a 9.222 en 1876.
En una breve autobiografía publicada en 1896 Life and Career of the late Colonel North. How he Made His Millions. As told by Himself, North dice,
La suerte me llegó de esta manera. Mi firma tenía un contrato para instalar una línea de ferrocarril en Perú. Ellos consideraron que como yo era uno de los mejores jóvenes trabajadores en la sección de máquinas, podría ir allá y hasta posiblemente mejorar mi situación. Acepté tal posibilidad de inmediato. Simplemente me adelanté voluntariamente para el trabajo. Ofrecí ir por el salario que estaba ganando que era 18 chelines a la semana, y sin un centavo en el bolsillo, hasta ofrecí pagarme el costo del pasaje, rogándole a mis jefes que lo descontaran de mi sueldo. Se rieron y me dijeron, ‘North, nos gusta tu entusiasmo, y debes ir.’ Bueno, la proyectada línea de ferrocarril no fue precisamente una bonanza, pero nos pagaron nuestros salarios, y mientras tanto yo buscaba algo para mí. Tendimos las líneas a través de la selva de Perú y tuvimos aventuras de todo tipo. Un día mientras vagaba cerca de un arroyo que daba a un gran río, vi un viejo y oxidado vapor que había sido dejado allí como deshecho. Repentinamente concebí la idea de lograr este pequeño barco con sus paletas roídas, pensando que podría comerciar río abajo y arriba, llevando granos y otras provisiones a los pueblos y villas. Tomé posesión del vapor por unos cientos de dólares y cuando lo obtuve, no tenía un centavo en los bolsillos.
No tenía dinero ni crédito. Pero logré de alguna manera conseguir un cargamento de mercaderías y manejé mi pequeño barquichuelo con resultados satisfactorios. Un día, cuando Chile y Perú estaban en guerra, mi pequeño vaporcito se contró en la boca del río en un momento crítico. No había ningún buque de guerra peruano en las cercanías, y ellos (los chilenos) me hicieron señas que estaban muriéndose de hambre, y estaban en gran necesidad de comida y agua. Fui capaz de solucionar sus necesidades inmediatas, y cuando terminó la guerra, solicité alguna compensación por los servicios que mi barquito había rendido. Fue así como logré una concesión para trabajar, hasta ese momento, un no explotado yacimiento de salitre. Esta concesión llevó a muchas otras, y un feliz accidente sentó la base de mi fortuna (15-16).
Blakemore nos informa que en 1875, North compró el Marañón, «que empleaba como buque cisterna en el pequeño puerto de Huanillos, e hizo un buen negocio con los barcos en tránsito» (35). Sea como fuere, lo que John Thomas demostró a lo largo de su existencia fue su gran capacidad e iniciativa comercial, y ser a la vez el mejor relacionador público de sí mismo. El boato de las fiestas que ciertos autores utilizan para denigrar su figura, era una manera más de servir a los intereses de sus empresas, a fuer de que era la costumbre en la sociedad del siglo XIX, sino léase lo que Bernardo Subercaseaux escribe sobre la aristocracia chilena, en el acápite La Plutocracia Finisecular,
Figuras vinculadas al Congreso antibalmacedista y a las aspiraciones parlamentarias ofrecen el 31 de mayo de 1890 un baile en el Club de la Unión; según un folleto de la época se
cursaron 1.500 invitaciones y asistieron cerca de 770 personas. La lista de concurrentes incluye 116 señoras, 100 señoritas y 450 jóvenes y caballeros. (…) Según los periódicos de la época hasta la vereda del Club de la Unión estaba alfombrada, y fue necesaria la fuerza pública para resguardar el orden y facilitar el acceso de carruajes. Los salones interiores estaban iluminados con colosales arañas de cristal, con cortinajes y cenefas de terciopelo granate. Además del menú (redactado, como era la costumbre, en francés) había servicio permanente de fiambres, dulces, helados, confites y licores. También más de 300 tortas tipo Emperatriz Carlota y otros tantos Babarrois.
La ostentación, elegancia, afrancesamiento y hedonismo exhibidos en el baile, y difudidos por la crónica social, cumplen un rol de orientación hacia el resto de la sociedad (73-74).

Para quienes no lo recuerden, hay una fotografía de Joaquín Edwards Bello disfrazado de «dandy» para una de las tantas fiestas promovidas por la alta sociedad santiaguina y del puerto de su tiempo. Jordi Fuentes et al. expresan que a fines de 1888, «el rey del salitre resolvió hacer un viaje a Chile y el baile que ofreció como despedida a los magnates de la bolsa de Londres y a algunos políticos ingleses es una buena pintura de este rastacuero inglés. Basta recordar que se presentó al baile disfrazado de Enrique VIII (385).» Lo que olvidan mencionar los compiladores es que la costumbre anglosajona de disfrazarse para ciertas fiestas, es un requisito para la asistencia a ellas. Lo de rastacuero no tiene lugar en su biografía. Nuestro historiador del salitre, Oscar Bermúdez, fue quien más inteligentemente situó las razones de la riqueza de North: «Para que Harvey (Robert) y North lleguen a imperar :
será necesario el desencadenamiento de la guerra, la ocupación militar de Tarapacá por las fuerzas chilenas, el total derrumbe del Perú, para que el Inspector de Vías (Harvey) se convierta en una fuerza secreta, pero efectiva, en Tarapacá, asociado al otro británico, el tercer personaje (Dawson) aún más poderoso (Bermúdez, 1984: 23).
Cuando en 1888 decide realizar un viaje a Chile, North se despide de sus amigos con una fiesta en su residencia del Hotel Metropole en Londres. Entre los asistentes se encuentra el contraalmirante Juan José Latorre. Los acordes del himno nacional chileno se hicieron sentir en aquella ocasión. El baile se realizó el 4 de enero de 1889 y fue reseñado por el periódico European Mail,
Sólo los huéspedes más distinguidos asistieron al baile del salón Whitehall, que principio con los acordes de la Canción Nacional Chilena.
El coronel North atendía constantemente a todos sus huéspedes, ejecutando el programa de baile, como lo ha hecho en su carrera, es decir, de la manera más inteligente y juiciosa.
La ida solemne a la mesa de té, fue encabezada por una vanguardia de cornetas.
El dueño de casa se sentó entre su esposa y Lady Randolph Churchill, la que escuchaba con atención la modesta relación del almirante chileno Latorre, sobre sus hechos de armas en las aguas peruanas (Hernández, 129).
Pero volvamos a North y el Iquique de su tiempo. Según la opinión de un observador, el puerto era en 1873 «un lugar (agujero) bestial… donde uno sólo puede beber agua destilada a 9 centavos el galón, un lugar hecho de arena, salitre, guano y hoteles.» El reverendo David Trumbull comentaba diez años más tarde que algunas de sus calles eran casi «tan suaves como las de París,» y que había una sala de lectura «suplida con muchas de las mejores revistas inglesas y americanas.» Añade que el ferrocarril pareciera «estar en activo y constante movimiento» en la industria salitrera. Muchos ingleses trabajaban para el ferrocarril y también «en las fundiciones y otros establecimientos industriales (Mayo, 182).» Pero no se piense que sólo del salitre vivían nuestros tatarabuelos. A comienzos de este siglo el puerto tenía fábricas para refinar azúcar, de jabón, licores, salchichas, zapatos, somieres, muebles, ladrillos, camisas, sombreros, ropa, cristalería, etc. Prosigamos con nuestro North. J. Fred Rippy nos dice que,
Apenas llegaba a los cuarenta años cuando organizó la Nitrate Railways Company Limited (24 de agosto de 1882), su primer intento en compañías anónimas; pero había pasado casi diez años en la costa del Pacífico de Sud América, durante un período especulativo, caótico y violento; y su ingenio y audaz agresividad le permitieron acumular una pequeña fortuna. Mediante una prolija observación personal y a través de la información obtenida de Robert Harvey, John Dawson y otros, había adquirido un conocimiento detallado y acucioso respecto a los depósitos de salitre chileno, especialmente en la rica provincia de Tarapacá. (…) rápido en reconocer una ganga en un período turbulento en el cual las oportunidades eran numerosas, trazó las bases para hacer ganancias espectaculares, las que su brujería financiera le permitiría cosechar sin tardanza. Al cabo de ocho años después que fundó su primera empresa de acciones, se le conocía como el «Rey del Salitre,» no sólo en Chile y en el Reino Unido, sino también en los Estados Unidos, en Egipto y en la mayoría de los países de la Europa occidental (84-85).
A propósito del Nitrate Railways Co., cuando North llega a Chile, en el periódico santiaguino El Ferrocarril. Diario de la mañana, publica en su edición del jueves 12 de diciembre de 1889, la siguiente noticia, que presumo debe haber sido de conocimiento del coronel, antes de su partida:
Intereses chilenos en Londres
Las entradas brutas de los ferrocarriles de Tarapacá (Nitrate Railways Co.) durante la última quincena de Setiembre, ascendieron a 36,272 libras esterlinas, contra 29,925 en igual período de 1888, resultando un aumento para el corriente año de 6,346 libras esterlinas. El aumento en los nueve meses corridos de 1889 sobre los de 1888, asciende a 11,867 libras esterlinas.
Las transacciones de salitre durante la quincena se han limitado a dos cargamentos de calidad común, a 8 chelines 4 1/2 peniques y 8 chelines 6 peniques, y otros dos más de calidad más fina a 8 chelines 5 1/2 pen. y 8 ch. 6 1/2 peniques.
En este «lugar bestial» que es el Iquique de North y tantos otros empresarios, el elemento primordial para la existencia humana – el agua- no ha merecido la debida atención de los inversionistas. Se transportaba en los comienzos de la caleta, desde el río Loa por medio de balsas de cuero de lobo marino; luego en 1830 por embarcaciones provenientes de Arica. La primera máquina condensadora se inauguró en 1845. Recuérdense los comienzos y experiencias en este sentido del protagonista de nuestra relación. Qué sorpresa puede causar que John Thomas y sus socios decidan invertir dinero en la creación de la Tarapacá Waterworks (1888), y luego amplíen su radio de acción con la Nitrates Provision Supply Co. (1889), para suplir de aprovisionamiento a las salitreras y al puerto; la Nitrate General Investment Trust Co., para la compra y venta de las acciones salitreras; Nitrate Producers, Steamship Co., para el acarreo del salitre al mercado mundial; no dejemos de lado el alumbrado público ni la fundación en 1888 del Bank of Tarapacá and London Ltda. En 1889, North como accionista de la Nitrate Railways Co., asumió la presidencia del consejo directivo mediante la compra de acciones en tiempos inciertos para la empresa. No es de extrañar entonces que se hable en esos años de la «Northización de Tarapacá» y que el viaje del presidente José Manuel Balmaceda a la zona salitrera tenga la resonancia que su discurso pronunciado en la Filarmónica de Iquique, produjera en los círculos económicos y políticos. Diez días antes de la llegada de North al puerto de Coronel en su viaje a Chile en 1889, Balmaceda visita la zona norte. Hay ciertas coincidencias que no son inocentes. De acuerdo con Encina, «Balmaceda era lo bastante sensato para comprender que después del obsequio de casi todas las salitreras ricas a North y Harvey y del enorme poderío financiero y moral de las sociedades organizadas por ellos en Londres, la palabra nacionalización sólo era una oriflama (!970: 393).» Continúa nuestro historiador,
«Ya no tenía por delante tiempo para iniciar la tentativa de nacionalización del salitre; carecía de colaboradores que la tarea exigía; como veremos más adelante, el momento era inoportuno y la opinión, en parte hostil y en el resto indiferente. Exasperado, resolvió hacer un viaje espectacular al norte. Nada era posible estudiar en días, y menos aún desde la presidencia de la República. En cambio, el viaje permitía hacer declaraciones sensacionales que repercutiesen en la conciencia nacional y preparasen el terreno para un cambio de orientación en la política salitrera. En el peor de los casos, sería un gesto de dignidad y entereza delante del próximo arribo de North y de los proyectos que traía entre manos. El 4 de marzo de 1889 se embarcó Balmaceda en el Amazonas (1970:393-394).
Recordemos esta nota, pues cuando más adelante cite la visita de North a La Moneda para obsequiar a Chile, el cabrestante de la Esmeralda, se observará que el Presidente llega tarde a la cita. Todo personaje de importancia tiene secretario y agenda. No hay que hilar muy fino para leer entre líneas. Oscar Bermúdez, el gran historiador del salitre, insiste que «nacionalizar la industria significaba en el siglo pasado hacer predominar en ella la influencia chilena» y que los historiadores de corte socialista insisten en que «Balmaceda estaba en lucha abierta contra el capitalismo salitrero inglés, olvidando que la lucha de este gobernante apuntaba claramente contra el capitalismo monopólico del grupo North y no contra el capitalismo salitrero inglés en general» ( Su énfasis). (1984: 273). Gonzalo Vial incidirá en el tema y ampliará esta tesis.
Balmaceda fue el primer presidente nacional en visitar los territorios desconocidos para sus paisanos y «el primero que en la propia capital del salitre expuso entonces la política que en resguardo de nuestros intereses debía proponerse el Gobierno» (Hernández, 131). El Heraldo de Santiago (Marzo 4, 1889) comenta,
El viaje que el lunes emprenderá el señor Balmaceda al Norte, asume, al decir de los palaciegos, las proporciones de un gran acontecimiento político y financiero. Dicen los adoradores del Presidente que éste va ganando la mano al coronel North en su marcha a Tarapacá y que aquél quiera tomarle los hilos al salitre.
Balmaceda visitó dos de las oficinas de North, Primitiva y Jazpampa. Aquí aparece en escena un viejo pampino que escribió sus memorias con el título de Yo vi nacer y morir los pueblos salitreros, Julián Cobos, quien en 1916 conoció las oficinas salitreras de Tarapacá. El nos narra lo siguiente,
Balmaceda recorrió algunas oficinas – Primitiva entre otras-, imponiéndose de las condiciones de trabajo. Perenterioramente ordenó aumentar los salarios en un 50%. Esto colmó la medida y estalló la furia de los amos de la industria.
Los obreros miraron con simpatía al mandatario que llegaba hasta ellos y ordenaba el au mento de salarios. Estos entretelones los conocí directamente de boca de los obreros beneficiados con las medidas de Balmaceda. Sobre esto me habló Cañas, un administrador hijo de padres peruanos: «Cuando se supo que Balmaceda ordenó un aumento de salarios, los salitreros dieron orden de no cumplir y se nos llamó a Iquique para instruirnos sobre lo que se pensaba poner en práctica para no acatar la orden de aumento» (43).
Los obreros no eran asalariados del gobierno. Cobos luego nos informa del por qué «el sólo nombre de Balmaceda» se hiciera antipático entre los trabajadores pampinos, cuando estalla la guerra civil. En la Oficina Ramírez embanderaron el pueblo con las insignias de todos los países (chilenos, peruanos, bolivianos, argentinos) para garantizar su neutralidad en la contienda de 1891. Llegaron los gobiernistas y nadie respondió al llamado del bando militar. «Hubo apaleos, heridos y hasta muertos» añade Cobos. Los opositores explotaron el suceso y «a poco andar, los pampinos corrían a alistarse en las filas de los regimientos revolucionarios»(44).
Continúo con Balmaceda. También fue agasajado en la casa de North en Pisagua. (North poseyó una en Iquique, en la calle Esmeralda 346, hoy demolida, en el área que rodea lo que fuesen bodegas de la Compañía Salitrera de Tarapacá y Antofagasta. Al no regresar North a Chile, fue vendida a Lockett Brothers, después la adquirió Santiago Sabioncello, luego la C.S.T.A. y finalmente Alfredo Alvarez F.).
Con el control de los elementos básicos para la subsistencia y bienestar humanos, como así también de la industria que le permitió gracias «a su ingenio y agresividad» amasar una fortuna, North tentó infructuosamente llegar a la Cámara de los Comunes de su país en 1895. El título de «Coronel» lo obtuvo por su generosidad,
fundó y equipó un Regimiento de Voluntarios en Tower Hamlets y permitió que usaran su propiedad para su entrenamiento y como campamento durante los veranos. Su título honorífico, del cual estaba excesivamente orgulloso, fue otra adquisición útil en su ascenso en la escala social. (…) Los relatos acerca de la benevolencia y generosidad de North eran innumerables (Blakemore, 52-54).
El aspecto filantrópico es un elemento casi desconocido e ignorado en América Latina. Algunos autores hablan de «una filantropía ostentosa» en North. Si así fuese, sería interesante destacar a empresarios nacionales de aquella época en Chile que hubiesen hecho lo mismo.
No se dejen de lado sus fracasos financieros en otros países como Bolivia, Serbia, Sudáfrica. La Arauco Railway Co. fundada en 1886, y de la cual era presidente, fue otro de sus aciertos financieros, esta vez en el sur de Chile, en la provincia del carbón. En la autobiografía que cito, hay un párrafo subtitulado «Cómo él presidía las reuniones de la Compañía,» el cual nos entrega un retrato vivo del coronel North. Imagine el lector,
El fácil método con el cual el Coronel North conducía las reuniones de las Compañías, de las cuales él era parte interesada, causaba enorme disfrute a los observadores. «Muy bien, caballeros, aquí nos encontramos reunidos. El Secretario leerá las minutas. Es parte de su trabajo, se le paga por hacerlo, y me atrevo a decir que lo hará muy bien. Ahora, señores, nuestra propiedad está en buenas condiciones. Yo estoy satisfecho con ella. Ustedes están satisfechos. Todos estamos satisfechos. Los dividendos son tales y cuales, y pienso que eso es suficiente para todos nosotros (13).
Como dato anecdótico, ese gran hombre del salitre que fue José Santos Ossa, tuvo ocasión de conocer a North en 1870, cuando en un viaje hacia Freirina en el ferrocarril de Carrizal «hubo un accidente en la línea (…) y el maquinista era un inglés llegado hacía poco de la maestranza de Caldera (…). Era Mr. Juan Tomás North (Hernández, 72). Si deseáramos insistir en algo tan baladí, como interpretar el significado de un nombre, podríamos apoyarnos en un filósofo como Thomas Carlyle, quien dijo que un nombre puede estructurar o dar forma a una vida, reflejando lo que una influencia mística envía hacia dentro del ser humano, aún al centro de éste. North calza esta aproximación filosófica.
Continuemos con la visita a Chile del Rey de Tarapacá. Llega a Valparaíso el 21 de marzo y trae como obsequio el cabrestante de la Esmeralda engarzado en plata maciza, con la dedicatoria, «A la República de Chile. John T. North.» Según datos que poseo, está en la Escuela Naval, en Valparaíso. En el periódico La Industria de Iquique del sábado 13 de abril de 1889, aparece la siguiente crónica,
El obsequio del Coronel North
Como a las 5 de la tarde, llegó ayer a La Moneda el señor North, acompañado de su secretario, señor de Courey Bower para entregar a S.E. el Presidente de la República, el rico escudo de oro y plata en que está incrustada la placa de bronce, con la estrella nacional que cubría el remate del cabrestante de la Esmeralda .
El señor North fue recibido por el señor Ministro de Marina, presentándose minutos más tarde S.E. Después de las salutaciones de estilo, el Coronel North entregaba al Jefe de la Nación el valioso obsequio que ha dedicado a Chile. (De El Ferrocarril del 5 de abril).
En el mismo periódico iquiqueño del viernes 5 de abril de 1889, hay otra crónica.
Abril 4, 1889. (Recibido a las 10:30 a.m.) El señor don David Mac-Iver dio anoche un gran banquete al Coronel North, al cual asistió un gran número de sus amigos. Reinó mucha alegría y cordialidad y se pronunciaron numerosos brindis en honor del señor North.
Su colaborador y socio, John Dawson, envía la siguiente aclaración a La Industria el 9 de abril de 1889:
Señor Editor de La Libertad Electoral (periódico santiaguino).
Anoche se ha publicado un telegrama de Iquique en el cual se supone que el señor North trae instrucciones y poderes de los tenedores de bonos peruanos en Londres para transferir ese crédito a Chile.
Es indudable que esta noticia de sensación tiene un doble objeto ambiguo.
Por esto es que suplico al señor Editor que tenga la bondad de contradecir semejante especie como absolutamente destituída de fundamento, pues el señor North no asume ningún linaje de representación o autorización, ni de parte de los tenedores de bonos ni de parte del Gobierno inglés, para tratar de manera alguna los asuntos relacionados con la deuda peruana.
Santiago, 30 de marzo de 1889

Juan Dawson

Lo obvio es asumir la preocupación de los intereses salitreros por la llegada de North y lo que pueda significar en el contexto nacional, además del apresurado viaje del presidente Balmaceda a la región nortina, adelantándose al coronel. Cuando cite a Justo Abel Rosales, recuerde el lector cómo éste presenta la razón del viaje de North a Chile.
Según Hernández, cuando North y su comitiva llegaron a Valparaíso, «fue una gran ceremonia la apertura del cajón desembarcado del vapor Galicia, en que Mr. North traía como lujoso trofeo el cabrestante de la Esmeralda.» Después de la ceremonia, North ofreció «un espléndido lunch a la prensa de Valparaíso.» El discurso de North fue el primero de una serie. Me referiré a ellos en el capítulo sobre el libro de Justo Abel Rosales. Hernándezagrega, «se pronunciaron diversos brindis (…) y Mr. North pronunció en respuesta las siguientes palabras,»
Señoras y caballeros: Hará como veinte años que vine a Chile con unas veinte libras en el bolsillo y ganando un sueldo de cuatro pesos diarios. Seguí trabajando y cuando se me ofreció un porvenir más halagüeño, me dirigí a Iquique, donde mediante a los trabajos en el salitre, labré la base de una fortuna que debo a este país, que bien merece el hombre que lleva: el de la Inglaterra de Sud América. Si bien la fortuna me ha sonreído, jamás se me podrá decir que olvido al país que me la dio, ni a mis amigos.
Mi viaje a Chile obedece a varios propósitos: el de cuidar fuertes intereses confiados a mi cargo; el de manifestar a los chilenos el cariño que poseo por su país; y también el de poder contribuir al adelanto industrial de Chile en general.
Quiero también llamar vuestra atención a uno de los principales productos de este país: hablo del salitre, abono cuya importancia aumenta de día en día; pero para eso necesito la cooperación de la prensa y pido que la prensa de Chile me ayude a desarrollar mis ideas. Espero que no me negaréis vuestra cooperación (Hernández, 135).
El mismo autor del cual he extractado las citas, reconoce cándidamente el modus operandi de North. En Santiago, Eduardo Délano quien compró certificados salitreros emitidos por Perú, no encontró socios chilenos para instalar la oficina salitrera, y vendió su propiedad a North en ese año de 1889 en 110.00 libras. North, «formó sociedades en Londres para explotar ese estacamento y lo vendió, dividido en lotes, en más de 800.000 libras!» (135). ¿Qué ocurría con los capitalistas nacionales, dónde estaban, en qué invertían sus capitales y ganancias? Según Encina, a quien citara anteriormente. «La propia energía económica del país, abandonada a su suerte por los gobiernos precedentes, había vuelto la espalda al salitre. Los antiguos pioneers de la industria habían muerto, o vivían su ancianidad, salvo uno que otro, en Santiago, Valparaíso o París. Sus hijos, formados en un medio blando, rehuían la áspera lucha que sus padres libraron contra el desierto» (399). Oscar Bermúdez comenta, «Los chilenos no se sintieron atraídos por el salitre de Tarapacá. El empuje demostrado por empresarios chilenos durante el período peruano respecto al salitre de Tarapacá, desapareció antes de terminar la década de los años 70» (Bermúdez, 1984: 248).
North trajo como regalo para la ciudad de Iquique, un carro-bomba, hermoso presente si se considera los riesgos de incendios que la ciudad sufría periódicamente, por la estructura de sus edificios y casas de pino oregón. Como lo afirma Rosales, «obsequiará a ese Cuerpo, mangueras, uniformes, etc., y todavía, un lujoso casco de plata para el comandante» (88). Comenta Russell que North «no encontró una Compañía Británica o Inglesa de Bomberos a quien consignársela;» sí las había de las otras nacionalidades. En mi último viaje a Iquique, (1996) al conversar sobre el tema con interesados en la historia del puerto, como Ivor Ostojic y su hermano, me señalaron que restos del carro-bomba estaban en la 7a. Compañía de Bomberos «Tarapacá.» Me dirigí al lugar y vi el pescante del carro, con una placa de bronce en la que se lee «Diploma of Honour. Highest Award, Italian Exhibition, 1888.» Sólo confirmé lo que dijera Russell, «El Coronel North (que) trajo de Inglaterra una bomba contra incendios, premiada en una exposición.» North no era fijado en gastos para sus regalos y obsequios. Además tal presente para la ciudad tenía para él un hondo significado emocional. Así lee la dedicatoria del carro-bomba: «Presented to the Town of Iquique by COL. J. T. NORTH on the Coming of Age of his son HARRY NORTH. Dec. 26, 1887.» La mayoría de edad de su hijo justifica la fecha de 1887. Aquí corresponde mencionar que North era comandante honorario del Cuerpo de Bomberos de Iquique Con el correr del tiempo y consecuente avance tecnológico, nuevos carros-bombas hicieron su aparición y la máquina a vapor del carro-bomba de North fue vendida a la lavandería La Castellana de Iquique. Sólo quedó lo que la 7a. Compañía mantiene como recuerdo. ¡Bien por los de la 7a.!
Al abandonar Santiago, el 2 de abril, North ofreció un banquete, y en su brindis el lector podrá encontrar al menos una razón para justificar el éxito de sus empresas: la buena publicidad y el uso de ella para sus negocios. North se adelantó años a las técnicas de «marketing» imperantes en el mercado hoy en día. Trae en su comitiva al distinguido periodista William Howard Russell, ex corresponsal de The Times a quien contrata para que «viera e informara lo que se había hecho y se estaba haciendo, y para examinar las obras que habían transformado el desierto de Tarapacá… en un centro de empresas comerciales, y que le habían dado una laboriosidad vivificante y una vida próspera» (Russell, 2). Dos periodistas más acompañaban a North, Melton R. Pryor, artista del Illustrated London News y Montague Vizetelly del Financial Times. Los hermosos y exactos dibujos de Pryor aún asombran a los estudiosos del Ciclo del Salitre. Como demuestra Blakemore, éstos no fueron hechos directamente en el terreno, sino que están «basados en una colección de fotografías tomadas durante el viaje» (111) lo cual no le resta mérito al trabajo de Pryor.
Prosigo con el tema que concierne a North y su habilidad de entrepreneur u hombre de negocios. En el momento de los brindis, esto es lo que llevaba en carpeta el Rey de Tarapacá,
Señores representantes de la prensa chilena: Quiero brindar a vuestra salud y brindando quiero explicar el objeto de mi viaje aquí y la razón que he tenido en traer conmigo a los distinguidos miembros de la prensa inglesa aquí presentes.
Señores, los Andes han sido para nosotros los habitantes de la ya vieja Europa, demasiado altos hasta hoy. No hemos podido por esto conocer bien la enorme importancia de los países de la América del Sur, y en especial Chile, cuyas costas son fuentes de riqueza casi inagotables, tierras bendecidas, creadas por la Divina Providencia para dar con el salitre la substancia que requiere el suelo gastado!
He comprendido, señores, la gran necesidad de hacer conocer esta crecida riqueza en el Viejo Mundo. Y he comprendido también, señores, que la única manera de conseguir este objeto es por medio de la Prensa; la Prensa, señores, la palanca de todo progreso, el hermano de leche de toda nueva invención! Y diré, señores, a más, que la base que he necesitado ha sido esta misma prensa. Me siento orgulloso de apretar la mano de cualquier miembro de la profesión a que debemos, todos los que estamos aquí sentados esta noche, nuestro adelanto y bienestar.
Señores, no será de más que les diga que toda mi furtuna, gracias a los productos de esta tierra no tan empobrecida como fue años atrás, se encuentra empleada aquí en Chile, y me parece, como hombre de negocios que no podía ofrecer con esto mejor prueba de mi confianza en el país en general y en la honradez de sus dignos habitantes en particular.
Señores representantes de la prensa chilena: tengo el placer de brindar a vuestra salud, y brindando, de presentaros a vuestos colegas de la gran prensa inglesa (Hernández 136).
La respuesta al brindis, provino del doctor Augusto Orrego Luco, (según Rosales, «se expresó correctamente en inglés, agradeciendo en nombre de sus compañeros en el periodismo, la manifestación que el coronel se había dignado ofrecerles (120), quien reconoció el hecho de que el coronel North había invertido sus capitales en «obras de progreso y de provecho.» Como iquiqueño, no se puede dejar de reconocer tal aserto, pues no fueron los capitales chilenos los que se preocuparon por los elementos básicos de toda vida civilizada: agua, luz, electricidad. Aún en los 1980’s quedaban en Iquique los restos de los viejos tanques de las resecadoras de agua, y los consecuentes racionamientos. Hernández condena a North por las ganancias en sus empresas, como por ejemplo el hecho de que el agua, cuyo «costo era de dos centavos, deduciendo todos los gastos, se vendía a cuatro» (130).
Si se estudia el texto de su discurso, referente a la prensa, pienso que nuestros viejos periodistas deben haberse sentido henchidos de gloria y vanagloria, y con toda razón. Ahora sabemos que esta industria cultural, más radio y televisión en nuestra época, hechas de palabras e imágenes, gobiernan la existencia y deciden destinos, y el inglés de marras en su tiempo lo sabía muy bien, además que no mentía, pues «toda mi fortuna (…) se encuentra empleada aquí en Chile,» y así lo demuestra el mismo Hernández, cuando comenta en su libro que «Mr. North era el principal productor y amenaza ser el único, mayor era todavía su poder en los demás ramos de las industrias de Tarapacá» (130). El lector entenderá entonces, el porqué de mis razones para llamarlo el Rey de Tarapacá, título que se ganó con su genio y audacia comercial, y las especulaciones del momento. Aunque la gran provincia de Antofagasta, que conforma el Norte Salitrero, y cuyo esplendor como tal lo obtuviera a comienzos de siglo, no estuvo en los planes de North y sus asociados, no debe ser dejada de lado por la connotación equívoca de «rey del salitre.» El control o reinado se circunscribió a una zona específica. No olvidemos que en 1868 nace la industria del nitrato en la tierra del «chango Juan López,» Antofagasta; que en 1870 se produce el descubrimiento de plata en Caracoles al que llegan 20.000 mineros; que en 1872 se descubre caliche en Aguas Blancas; dos años después Juan Palma abre la ruta calichera de El Toco. Todo este «esfuerzo particular, en el cual se mezclaban el sudor del pueblo y la audacia empresaria» al decir de Bahamonde, es realizado por empresarios chilenos. Capitales ingleses, chilenos y alemanes promoverán el desarrollo de la industria en la zona antofagastina.
No podemos dejar de lado la opinión del presidente Balmaceda quien expresa en la Exposición Nacional, en su inauguración del 25 de noviembre de 1888, mucho antes de su controvertido discurso en Iquique,
¿Por qué el crédito y el capital que juegan a las especulaciones de todo género en los recintos brillantes de las grandes ciudades, se retraen y dejan al extranjero fundar bancos en Iquique, en donde la fragua del trabajo humano hace brotar una riqueza que deslumbra, y abandona a los extraños la explotación de las salitreras de Tarapacá, de donde mana la savia que vivifica el mundo envejecido, y para conducir la cual van y vienen escuadras mercantiles que no cesan de llegar y partir jamás? Y el extranjero explota estas riquezas y toma el beneficio del valor nativo, para que vayan a dar a otros pueblos y a personas desconocidas los bienes de esta tierra, nuestros propios bienes y las riquezas que necesitamos.
No me corresponde el análisis crítico de un asunto que ha sido discutido por años en publicaciones en Chile por profesores e investigadores, y expertos de Estados Unidos, Inglaterra y Francia. Una perspectiva novedosa y seria es la que ofrece Marcos García de la Huerta. Sobre North, Harvey y Dawson véase especialmente el capítulo XVII de su libro. Verifíquese también la excelente bibliografía del libro de Carmen Cariola y Osvaldo Sunkel. El historiador José Miguel Irarrázabal, no puede dejar de lado a North, cuando refiriéndose al «tema de la visita a la región salitrera del Presidente (…)» anota que tiene que decir algunas palabras sobre «un nombre que desde esos días y con creciente intensidad en seguida aparece para muchos como piedra de escándalo, en los comentarios relacionados con la industria del nitrato en la época,»
Tal es el de Mr. John T. North, el rey del salitre, cuya suerte portentosa que lo eleva desde un modesto oficio manual a primer copartícipe en varias oficinas salitreras y empresas ferroviarias avaluadas en millones de libras esterlinas no dejaba de provocar suspicacias en la mente de casi todos sus contemporáneos y aún envidias en las de muchos (…). En sus «Recuerdos,» redactados por el escritor francés Gastón Calmette y publicados en «Le Figaro» de París, confirma North la adquisición a bajísimo precio de los certificados (salitreros), y añade: ‘Después y queriendo asegurar para siempre la prosperidad de esta industria, de la que nadie todavía en Europa sospechaba su colosal importancia y su inmenso porvenir, compré en unión de varios amigos la mayor parte de las acciones del ferrocarril que sirve la región donde existen los principales yacimientos salitreros. Vine así, a ser el árbitro del porvenir’ » (378-379).
El historiador norteamericano O’Brien, coloca en su lugar el momento histórico, cuando al referirse a los salitreros ingleses (Henry Berkeley James, George M. Inglis, John T. North, Robert Harvey, James T. Humberstone y otros), sostiene,
Mientras que mucho se ha dicho de las virtudes personales o falta de ellas, el acceso de estos ingleses a la industria, proviene de la inhabilidad de la sociedad peruana o chilena para proveer talentos en ingeniería y administración para la moderna empresa industrial que empezaba a desarrollarse dentro de sus fronteras (…). Pero, para estos nuevos salitreros, y aún los viejos, simplemente el obtener y operar oficinas, no era garantía de éxito en la industria (68).
Continúo con North. Sus palabras manifiestan su clarividencia comercial, y no «una suerte portentosa» como se insinuara. Todo historiador reconoce quiénes son sus «varios amigos.»
La muerte de North en su ley, ocurrió en Londres el 5 de mayo de 1896, a los cincuenta y cuatro años de edad, mientras presidía una reunión de una compañía. Así está descrita en la pequeña biografía Life and Career…
El Coronel North asistió a una reunión del Sindicato Lagunas el martes 6 de mayo, a las dos de la tarde, al fin de la cual regresó a sus oficinas en el Edificio Woolpack, aparentemente en buena salud. Se encontró con algunos amigos en el restaurante abajo, y después subió para asistir a otra reunión de la Compañía del Ferrocarril Salitrero. Antes de comenzar – cerca de las tres de la tarde, disfrutó de algunos bocados de ostras y una cerveza (malta). Poco después se quejó de unos fuertes dolores, y pidió un brandy, el cual se le trajo, pero pronto se desplomó en su silla, y últimamente expiró, minutos después de las cuatro de la tarde. Una investigación fue realizada el miércoles, y cuando el jurado retornó su veredicto, éste fue: «muerte por causas naturales» (Le falló el corazón ) (7).
Su nombre no figura en la lista de los súbditos elevados al título de «Sir» que la corona otorga a quienes se destacan por sus aportes al imperio, como Francis Drake, quien recorriera nuestros puertos, con otros motivos. Sí los hay de otros salitreros de la época. De más está insistir en los personajes que asistieron a sus funerales, la nobleza y la crema de la sociedad europea. Tácito reconocimiento para un hombre de clase media, quien gracias a su audacia comercial, visión de futuro y conexiones, se elevara al título tan manoseado en las historias nacionales de Chile y cuya figura en la guerra civil de 1891, pareciera exagerarse para justificar los intereses creados de los nacionales que la promovieron y llevaron a la práctica. Yo sólo he querido dar voz a North, por medio de esta retrospectiva. Su significación para la provincia, queda ilustrada por Encina, «al fallecer North en 1896, los capitales ingleses invertidos en las salitreras de Tarapacá y en las empresas conexas con ellos, sumaban doce millones cuatrocientas treinta y siete mil setecientas libras esterlinas, distribuídas en 25 sociedades (400).» Los comentarios periodísticos en Chile en aquella ocasión, fueron relativamente escasos. The Chilean Times (mayo 9 de 1896) de Valparaíso, publicó lo siguiente:
Fue en muchos aspectos un hombre notable, y fundamentalmente el arquitecto de su propia fortuna. Aunque el coronel North fue acusado a veces de egoísmo, no hay duda que sus defectos estaban más que compensados por sus muchas y excelentes cualidades. Fue un genuíno inglés y su muerte será sentida universalmente.
El Nacional de Iquique (Mayo 6, 1896) señaló en su editorial,
North fue un genio; forzoso es reconocerlo, y por otra parte, nadie que esté al cabo de su modesta vida primero y pomposa existencia después, así como de la influencia poderosísima que llegó a ejercer en los mercados de Europa y muy particularmente en la Bolsa de Londres, nadie, repetimos, podrá negarlo. El nombre de North es sinónimo de trabajo y actividad incansables, de lucha tenaz y constante, de empresas audaces y afortunadas pero sobre todo significa lo que puede un carácter firme y decidido, en consorcio con una clara y perspicaz inteligencia.
El Ferrocarril de Santiago anotó que
La personalidad de Mr. North adquirió importancia considerable poco después de terminada la guerra entre Perú y Chile a consecuencia de las valiosas negociaciones salitreras que llevó a cabo en el mercado de Londres. La fama de hábil organizador de compañías de este género que rodeaba su nombre en 1888 era tal, que desde entonces recibió el sobrenombre de Rey del Salitre, con el que fue desde aquella época universalmente conocido.
John Thomas North no hizo su fortuna de manera diferente a la de otros capitalistas, extranjeros o nacionales, y colaboró a dar vida y trabajo con su pequeño imperio en el norte a una provincia que permaneció olvidada por generaciones del gobierno central, tanto en el plano social como cultural, pese a su gran aporte al bienestar general de las arcas fiscales. Ahora cuando las ideologías han sido sometidas a una revisión profunda, es necesario verificar nuestra percepción del pasado y tratar de enmendar errores. Blakemore manifiesta que «North no dejó huella ni en Chile ni en Inglaterra» (264). En lo que están de acuerdo historiadores de ambos países, es en la personalidad pintoresca, tan alejada del circuspecto y «gentleman like» estereotipo que tenemos de los sajones.+ Las fiestas, los «champañazos» como los denomina Rosales, que ofreció en Lota, Coronel, Santiago, Valparaíso, Iquique, en su viaje de 1889, el derroche de dinero, su filantropía, el ser «amigo de sus amigos» a los que no olvidó en la cúspide de su riqueza, retratan a otro North que más se acerca al estereotipo latino que al de su origen. Oscar Bermúdez, nuestro gran historiador del salitre, lo percibe de esta manera: » Mr. John Thomas North no encarna en su apariencia y costumbres el tipo preocupado y hermético del gran financista; sociable, fastuoso, de gran atracción personal, buscó el resplandor del éxito social» (1984:288).
Con Juan Tomás, como se le conocía en Chile, ocurrió aquello de «cuando la leyenda llega a ser un hecho, hay que creerle a la leyenda y no a la realidad.» Gran parte de esa leyenda se remonta a los escritos de Guillermo Billinghurst, el notable historiador y hombre público peruano, según Bermúdez, y a quien repitieron otros investigadores nacionales. Algunos incluso desmerecen su título de ingeniero, desconociendo que en inglés, engineer es una de las varias acepciones del término, en el sentido de referirse a «el que opera una máquina -engine- en especial el conductor de una locomotora,» vocablo que aún se utiliza en tal sentido.
A más de cien años de su muerte, hay que tratar de juzgarlo desde el punto de vista nortino, es nuestro derecho, pues fueron nuestros abuelos los que vivieron en estas tierras, y conocieron y padecieron y disfrutaron de lo que la existencia les entregó. North fue parte de este entramado: dio a conocer el salitre, lo comercializó en las grandes urbes extranjeras pues ese era su trabajo. Se olvida que el primer cargamento en 1820, tuvo que ser echado al mar, «pues nadie se interesó en Liverpool por el producto americano, y como el capitán del barco no podía seguir soportando una carga indeseable, la misteriosa sal del desierto fue echada al mar» (Bermúdez, 1963: 101).
La pampa de Tarapacá, que he recorrido últimamente en varias ocasiones y algunas de cuyas oficinas conociera en plena actividad a finales de los 40’s, es hoy un conglomerado de pueblos fantasmas que atrae la atención de los que se interesan por el pasado. En una de las oficinas de North, Primitiva por caso, debiera por lo menos existir una plancha de bronce con los datos pertinentes a uno de los protagonistas de los períodos históricos más interesantes del desarrollo del país. De las dos fronteras existentes en Chile el siglo pasado, la de la Araucanía y la del Norte salitrero, fue esta última la que atrajo y ofreció la posibilidad de un relativo mejor sistema de vida a los rotos, inquilinos, «golondrinas» y demás habitantes del agro, y por supuesto de las ciudades. La otra, fue presa de los terratenientes, inmigrantes y la oligarquía.
El Norte Grande fue para nuestro país, lo que el Oeste significó para Estados Unidos, tanto en expansión territorial, como en la apertura mental que produjo en sus habitantes con un nuevo El Dorado. Enganchados o simples peones de Chiloé, mauchos de Constitución, huasos de la zona central y sur, santiaguinos, serenenses, coquimbanos, acudieron en búsqueda de mejores horizontes y dejaron sus huesos en las calcinantes arenas del desierto o en los miserables cementerios del puerto. Ellos de alguna manera transformaron una región primitiva en algo cercano a la civilización y modo de vida del resto del país. La gran diferencia con la llamada Conquista del Oeste, reside en que no hemos sido capaces de explotar la saga del salitre para beneficio de nuestras generaciones. Iquique no tiene una calle, un solo recuerdo de John Thomas North, pero la pampa está abierta a la aventura de la imaginación para hacer de ella, algo más que mantener entre cuatro paredes la oficina Humberstone, o visitar Pozo Almonte, o las ruinas del Alto de San Antonio y tantas otras que se encuentran en lo que podría denominarse La Ruta del Salitre. Si el nitrato ha servido en la historiografía chilena para fijar un hito en el desarrollo económico y social, con mucha más razón debiera existir en la pampa, en cada sitio donde hubo una oficina de importancia, una placa recordatoria con la fecha de iniciación y finalización de labores, y si North realmente fue el Rey del Salitre ( o de Tarapacá), un monolito o estatua suya en una de sus principales pertenencias.
En el gran mosaico de la historia del salitre, deben estar todos los participantes, pues gracias a ellos tenemos un pasado del cual nos enorgullecemos, y el ejemplo de quienes nos dejaron la gran lección de lo que puede realizar y alcanzar el ser humano, cuando la geografía y el medio parecieran obstáculos insalvables.
NOTA

+ Un gran embajador norteamericano, demócrata en política y en su vida, Claude G. Bowers, (1878-1958) desempeñó su labor en Chile por catorce años. Dejó un vívido retrato de su vida en el país (1939-1953) en los años más difíciles de la política nacional por el triunfo del Frente Popular, la conflagración bélica mundial y la Guerra Fría. En su libro se refiere a John Thomas North y el dominio inglés en el campo salitrero:

Por algunos años, los ingleses estuvieron en gran número en posesión de la naciente industria del salitre. Un listo, pintoresco ingeniero inglés, John Thomas North, invirtiendo capitales británicos en la instalación de entonces, con modernas maquinarias, empezó una sistemática creación de un mercado extranjero. Al llegar a ser rico, ostentando su riqueza, disfrutando al máximo la ilusión de grandeza, llegó a ser conocido como el «Rey del Salitre.» Fue años más tarde que los intereses de la Guggenheim derramaron millones en el moderno desarrollo de la industria, y las minas chilenas llegaron a ser las más grandes productoras en el mundo.

La historia del desarrollo de estas minas es tan intrigante como las más brillantes páginas de ficción. Detrás de ello no está sólo el dinero, sino la imaginación. Las famosas minas de María Elena estan ubicadas en el desierto. Es un área gris, desolada donde nunca llueve y un tórrido sol quema ferozmente el desierto. La más moderna maquinaria fue instalada a un gran costo; un ferrocarril fue construído para llevar el salitre a un puerto; el agua fue traída por cañería desde las alturas de los Andes, y sin escatimar en gastos, y las mejores técnicas, las minas han prosperado más allá de lo precedente (300). (Mi traducción. El puerto es Tocopilla).

Bowers tuvo un gran cariño por Chile, y su cultura de historiador lo llevó a indagar los datos que entrega en su libro. María Elena y su historia comienza en 1924, «cuando la Guggenheim Brothers adquiere un número importante de estacas salitreras pertenecientes a la oficina Coya Norte, ubicadas en el Cantón el Toco,» asegura Eugenio Garcés Feliú. La construcción empezó en 1925 y concluyó en 1926. Según Garcés, «el 22 de noviembre de ese año se inician las operaciones, con una capacidad productiva de 600.000 ton/mét. anuales, es decir, cuatro veces superior a la producción de Chacabuco, la planta más grande del sistema Shanks» (67). La misma empresa norteamericana organiza la Anglo-Chilean Consolidated Nitrate Company. En 1930, la Lautaro Nitrate Company inicia la construcción de planta y campamento de lo que será la oficina Pedro de Valdivia, a treinta kilómetros de María Elena y cuya producción comienza en junio de 1931. En 1950 ambas compañías se fusionan bajo el nombre de Compañía Salitrera Anglo-Lautaro y en 1968 como Sociedad Química y Minera de Chile (Soquimich).