A mi me gusta el carnaval de los barrios populares, y en especial y por familiaridad el del Matadero. La tradicional comparsa de este sector ha sabido permanecer en el tiempo y en su espacio. Aún resuena en El Dándalo el recuerdo del Ramón Ramos y del “Guata e llamo” ilustres personajes que se extrañan tanto como al popular Mickey Rooney.

Digo que me gusta este carnaval porque es auténtico, popular y sobre todo por que recoge la esencia de esta fiesta. Y esa no es más que la trasgresión de las normas sociales, al menos por un par de horas. En el Carnaval uno es el que no pudo o no quiso ser. La comparsa es el inconsciente colectivo en la que el desacato vive en su plenitud. El viaje a Cavancha es el peregrinaje que concluirá con la quema del mono. El agua hará el resto, purificará a los carnavaleros y de paso,  inyectará  energías para enfrentar de mejor modo las penas de este mundo. Es un bálsamo y un lugar para el desenfreno.

Este carnaval tiene su alma, corazón y vida  en los barrios populares. Son los humildes de siempre lo que organizan este evento. Le dan la espalda al poder, a todo tipo de poder, y sobre todo al oficial. No precisan de subsidios ni de premios y menos de jurados o de galerías para que los profanos observen como si fuera el de Río o la mala copia de éste. No hay reina. Y si la hubiese es la viuda, un hombre/mujer que llora, parodiando el dolor humano. El carnaval es carcajada seca y certera.

Los límites de la comparsa son  ambiguos. No hay distancia entre el que mira y el que participa.  Pobre de aquel ilustrado que observa guardando distancia. Sobre él,  caerá el agua o la harina. Ambos especie de  pasaporte para ingresar al mundo de la comparsa.

El Dándalo el más tradicional de los bares que aún nos queda junto al Democrático y al Genovés, se transforma en el centro ceremonial del barrio. Las esquinas de Sotomayor con Juan Martínez, son el eje de una sociabilidad farandulera poblada por machos con espíritu de niños y con ganas de transgredir el mundo que le ha tocado vivir.  La Humanitaria, por su parte, iquiqueña por los cuatro costados, aporta año a año,  su instrumental funerario. El diputado de la república nunca ha esquivado su compromiso con los matarifes locales. Este año no fue la excepción.

Hay otro carnaval, que veo a veces por la televisión. Serrat dice prefiero el barrio al centro de la  ciudad. Por mi parte,  prefiero el carnaval del Matadero al de Río y sus (malas) copias.

Publicado en La Estrella de Iquique, el 10 de marzo de 2002. A-9