El mes de mayo se hizo para que los iquiqueños desfilaran. Hombres y mujeres marcando el paso, un, dos, tres… El 19 desfilaban las brigadas premilitares. El 20 los estudiantes y el 21 las fuerzas armadas. Los de la Centenario bajo la severa mirada de José Coloma Tiznado, ensayábamos por San Martin arriba, bajo los gritos de «Ricate, ricate, usa, usa, jay» o algo así. Se marcaba el paso como quien se tatúa el cuerpo. El 20 por la mañana era amanecer con la ropa limpia y bien planchada y el ánimo encendido. Caminar al lugar de la estatua del héroe, sin ensuciarse los zapatos recién lustrados.  Larga mañana, extensos discursos, la fatiga haciendo estragos. Al final del ritual celebratorio, Coloma nos decía que fuimos los que mejor desfilamos. Y en nuestra ingenuidad hicimos de esa palabras una especie de catecismo. Pero no era más que una señal de motivación. A todos los estudiantes les decían lo mismo.

En los tiempos cuando el Liceo era de Hombres, y se competía casi en todo con el Don Bosco, desfilar era además de saludar a Prat,  demostrar que éramos mejores que los salesianos. La banda con sus instrumentos marcaba el paso, pero los de la Centenario ya nos habíamos acostumbrado al ritual de la palabra del chico Coloma.  Hay una foto del año 1972 en que junto a Fernando Prieto nos corresponde entregar una ofrenda al héroe. Además hicimos algo original. Nuestro desfile terminó en la plaza Condell saludando al valiente de la Covadonga. El héroe tenía nombre de plaza y nada más.

Iquique se vestía de uniformes escolares. Algunos terminaban en el Yiyi, el Diana o en el quiosco de Ormázabal en la calle Tarapacá.  La sed y el hambre eran saciadas, según las posibilidades con un completo. La ciudad cabía en la palma de la mano. Los cuatro puntos cardinales tenían nombres de calles. Los relatos de Tito Crespo al día siguiente revivían no sólo la épica sino que también la ética de Prat. En Iquique, para bien o para mal, todos nos ubicábamos.

Publicado en La Estrella de Iquique, el 19 de mayo de 2019, página 13