La realización del Censo puso en duda esa rara virtud que los chilenos y chilenas decíamos tener: espíritu cívico. No bastó con proclamarla a los cuatros vientos. Hubo que tender cercos sobre los indefensos, que creyeron que colaborar con esta contabilidad social, era voluntaria. Yo tenía otro planes para ese miércoles. Hasta que me pidieron que fuera “voluntario”. Ahí me di cuenta que eso que llaman espíritu cívico era tan extraño de encontrar como el hábito de la puntualidad de los chilenos. Eché mano al refranero: «A mal tiempo, buena cara», y postergué mis planes para darle una mano al Estado. Además hubo un elemento adicional. El lugar de reunión era la Escuela Centenario. Ahí la motivación creció. Cuento corto. El miércoles a las 07, 30 de la mañana, estaba como súbdito inglés, por la puntualidad, digo yo, esperando que los «Chutes» de la universidad del barrio aparecieran. Y llegó el «Pelo» Vargas un gran basquetbolista que tenía dos defectos: era del Chung Hwa y las metía todas desde fuera de la bomba, y sobre todo a La Cruz. En la NBA se hubiera hecho millonario. Apareció Guillermo Plaza, don Hernán Bustamante, su director, y para cerrar el cuadro, como una revelación se hizo presente, con su sonrisa en ristre, el más cavanchino de los cavanchinos: Juan López. Omar López, profesor solidario que nos abría las puertas en Chijo, lucía su rol de supervisor.

Con mi portafolio, y me credencial colgando, me fui a un sector céntrico. Uno, dos, tres viviendas cerradas. Eran tiendas. La primera vivienda censada, constaba de un hogar con dos personas. En la gente, sí que había espíritu cívico.   Un peruano, en su humildad me convidó un café. Otro, dijo que era camboyano, cuando se le preguntó con que grupo indígena se identificaba. Era vendedor ambulante. O sea, un guerrero del negocio que tenía que sobrevivir, al igual que los asiáticos. Los “pacos” eran los yanquis. Un peluquero me dijo, ante la pregunta del sexo, «que era mujer de corazón, y hombre en el carné de identidad». Un viejo, que no tenía nada, dijo que tenía internet. Insistía y me mostró las paredes de su pieza que eran de internit. A la pregunta si tenía algún medio de transporte, el estilista, dijo que lo único que tenía eran «patines” y soltó una carcajada, que para que le cuento. Y que agregar cuando le pregunté por el año en que nació. Se miró las uñas, y exclamó: «Nací en el mejor año que una puede nacer». Intrigado e ingenuo, pregunté cuando. «Un año antes de 1970, pues lindo».

El Censo, sirve para muchas cosas. Pero, sobre todo, para ver como los jóvenes, a quien se le quiere poner toque de queda, asistieron a este evento. ¿Podría usted creer que había un punk ofreciéndose como voluntario? Y para ver como la miseria, el hacinamiento, la cesantía entre tantas otras miserias habitan en pleno centro de la ciudad.