Nan King

 

Encontrar la explicación lógica a un sobrenombre es tarea casi imposible. ¿Por qué decirle Capulinga a Luis Díaz Basualto? Lo cierto que es para ir a comprar el pan a la Olimpia, había que pasar por la casa de Guata e llamo y de Capulinga, ambos, hermanados en todos. Familia de matarifes, los Pichonea, que hicieron del oficio del Tani Loayza un estilo de vida. Se reían de la muerte en los carnavales, arriba del ring o en las canchas, o bien en el Dándalo. Se paseaban por el barrio con sus botas y cuchillos y una que otra mancha de sangre en sus camisetas compradas en El Mono Panchito. En el fondo gente buena, más buena que el caldillo de cojinova.

Capulinga tenía un humor que daba escalofríos. Con ambas piernas amputadas por el mal de los matarifes, la diabetes, recorría la ciudad en su silla de rueda. Saludaba al que se le cruzaba y no sólo le regalaba una sonrisa, le regalaba además un chiste asociado a sus males. «Fui a una tienda a pedir un crédito y me pidieron que diera un pie». O bien de vuelta de La Tirana comentaba que no había pasado frío: «Los pies ni se me helaron». Así era este niño grande que le hacía zancadillas a la vida. Me pedía mis libros y reclamaba cuando tardaba en dejárselo en casa. Cuando se le quemó su casa, me exigió que se los repusiera todos. Esos lectores son los que se necesitan. Capulinga dejó a esta ciudad sin su presencia, sin su humor, y sobre todo sin ese amor eterno a su querido barrio, el Matadero. Reclamaba porque la vida del barrio se le escapaba por su grandes manos.

Barrios de guapos, pero en el fondo de niños que de tanto de ver la muerte, se convirtieron en poetas. Capulinga, me fue a saludar a fines de diciembre a la casa de mi madre. Yo andaba haciendo tristes diligencias. Por eso no lo vi, ni nos dimos ese abrazo cómplice de dos niños esperando que suene la campana de la escuela Centenario. La señorita Gloria lo acunó con las vocales. ¡Cuídate Capulinga!

Publicado en La Estrella de Iquique, el 20 de marzo de 2016, página 17