El paisaje sonoro de la ciudad ha cambiado. Nuevos sonidos aparecen. Y en su mayoría no muy agradables. Las alarmas de los autos es lo peor. A ello hay que agregar el ruido del  teclado de los celulares y los avisos de mensajería. Ni que decir  del chicharreo de las radios de los radio taxi. Menos de los automóviles sin tubo de escape.

La historia de Iquique puede escucharse a través de los cambios en su paisaje sonoro. Hay que recordar el ruido de las rejas metálicas al abrir o cerrar el negocio.

El Familia anunciaba sus chupetes helados con un cacho de toro e improvisaba melodías. El afilador de cuchillos hacía sonar una especie de zampoña que nos cautivaba. No precisábamos  relojes para saber que era el mediodía. El pito de las 6, anunciaba que ya venía la noche. En el cerro, en los altos, el Longino anunciaba su llegaba. La puntualidad no era su hábito.

El sonido de las campanas tanto de la iglesia como la de la escuela inundaba el ambiente. Los mejores tañidos era el que anunciaba el recreo. Fue un escándalo cuando se robaron la campana del Liceo, más grave que robarse el libro de clases. Eran campanas seculares.

Desde la catedral, otros tañidos llamaban a la misa. En la plaza Arica, don Pedro Gamboni invitaba  a encontrarse en la vieja capilla de madera. En la Casa del Deportista la campana llamaba al combate. A otros lo salvaba la campana. En Mauque, en los años 80, desconocidos robaron las campanas de la iglesia. En el estadio de Cavancha, «Campanita», el hincha,  recibía a los jugadores con ese sonido que los dragones echan de menos.

Los sonidos de las campanas nos congregaban, nos salvaban y nos alertaban. Eran sonidos amables que rompían la monotonía de una ciudad que luchaba por vencer al olvido. Tañidos tristes, otras veces, alegres. Tocar esas campanas era cuestión de especialistas. No era sólo tirar la cuerda. Es como tocar el bombo.

Nunca necesitamos leer a Ernest Hemingway. Los iquiqueños siempre supimos por quién doblan las campanas.

Publicado en La Estrella de Iquique, el 9 de junio de 2019, página 13