El calendario gregoriano que organiza nuestras vidas nos indica que este es el último día del año. Tiempo histórico y lineal que avanza y avanzará, de allí la noción de lo viejo y de lo nuevo, de lo tradicional y de lo moderno. Tiempos agitados los actuales que ponen en duda nuestras más preciadas certezas. Tiempos de posverdad, de populismo, de racismo, y de todo aquello que suponíamos la razón científica iba a derrotar. Tiempo de tribus tatudas por la nostalgia de lo absoluto. Tiempos de gente que se declara pinochetista y de paso abraza el negacionismo. Tiempos violentos pero sin la mano de Tarantino. La banalidad del mal se apodera de calles y avenidas. Tiempos de cobardes que lanzan la piedra y esconden la mano.

Hay cierto alivio en el término de este año. La promesa de uno mejor copará nuestros anhelos y llenara la copa de champagne. Otros no brindarán, no tienen cómo y menos  porqué. Tiempos de ausencia que nuncan terminan. Los fuegos artificiales, el himno a Iquique, los abrazos, los susurros, el galeón español, nos hará, al menos, por un par de minutos, más fraternos, más lúdicos, y ojalá más inocentes. Luego todo igual. La fiesta continuará hasta que el sol asome. En la playa el rastro de los excesos y de las promesas que seguro no se van a cumplir. Las aguas de Cavancha, apagarán el brillo de los cientos de fuegos de artificios que anunciaron el nuevo año.

Se quema el año que se va. El fuego destruye y purifica. Los 12 meses con sus días y sus noches arderán y abrirán sus puertas al 2019. Los pronósticos se barajarán a granel: que el tsumani, que la felicidad, que por fin, que esto y esto otro.

Instalado enero, hay que pensar en el 21 de mayo, y luego en La Tirana y San Lorenzo. Y así. El año se va envuelto en una prisa que antes no se conocía. Se vive encima de la ola, como arriba de una tabla de surf. Pero la vida es más que instantes. Me gusta el 2019, suena bien.

Publicado en La Estrella de Iquique, el 30 de diciembre de 2018, página 16