anibal lopez

Tenía cierto don de la ubicuidad. En La Tirana con su baile religioso tocando el bombo. En Cavancha cada mañana de enero o febrero entrenaba para competir. En los jardines de la Unap, alimentaba plantas con una manguera generosa. En cada uno de esos lugares, con frío o sin él, te sorprendía con su saludo: «Biendi», cantadito y alegre como gorrión recién despertando. Así lo recuerdo, casi trotando y casi caminando, casi volando en cada corrida. Era parte del paisaje deportivo de esta ciudad, que cada vez tiene menos espacios para hacer algo que por mucho tiempo nos definió como ciudad: el deporte.

Tenemos dos grabaciones que lo retratan con el alma entera. En «Iquiqueños arriba la frente» y en la Tirana Chica en la plaza Arica con el baile Piel Roja Cruzadas. En el primero nos contó de su pasión por el deporte. El segundo es un registro de la percusión mientras los peregrinos le bailaban a la virgen.  Siempre sonrió a pesar de los muchos no que recibió como respuesta.

Aníbal López, nos dejó una madrugada, horas antes de ir a correr a Cavancha. Horas antes de ir a regar los jardines de la Unap. Horas antes de desayunar esa marraqueta con mantequilla de cada día. Si la vida suele ser injusta, lo fue con Aníbal, pero él siempre la engañó con su sonrisa y sobre todo con ese saludo que inventó para espantar la mala onda. Si alguna vez fue el “avísale”, el «biendi» operó como cábala y como soporte de un optimismo que nos hace mucha falta.

Duele verlo en la prensa, casi en la última página, donde nadie quiere salir. Al lado de su mujer, como despidiéndose de esta mundo que fue como una pista de atletismo. Duele, porque siempre se le vio en el podio o en la largada con esa sonrisa que le brotaba de sus ojos. Pero nos queda el consuelo de su saludos, de ese «biendi» que lo retrataba de alma y de cuerpo entero.

Publicado en La Estrella de Iquique, el 9 de marzo de 2014, página 14