La albacora tuvo en el cotidiano iquiqueño una presencia central. No había dia en la semana que no se la degustara. Era tan familiar que nunca la concebimos como un plato de esos que llamamos hoy, exclusivo ni muchos menos.

En los pescadores, la caza de este impresionante pez es motivo de épicas y de sabrosas y a veces trágicas experiencias. En los años 40, en Pisagua, al subirla a una pequeña embarcación, mató de una estocada a unos de los pescadores. En la poesía de Ayala, las crónicas de Juan Esteban Muñoz, entre otros su presencia es majestuosa. En la vida de Arturo Godoy, este pez es tan potente como los puños del nacido en caleta Buena. La novela de Castillo Sandoval así lo demuestra.

Iquique olió a albacora. El olor de la fritura inundaba el barrio. En medio del pan batido era el manjar. En los años 30, la llamada albacora iquiqueña, era tan popular, que a falta de medios de refrigeración, terminaba casi regalándose. Los enfermos del hospital, en los asilos, el plato recurrente era la albacora. “Otra vez albacora” reclamaban algunos. El año pasado en Pisagua, entramos a un restaurante, y la señora nos dice, casi como excusandose: “me queda sólo albacora”. Es que para los de acá, los del Norte Grande, la albacora es tan cotidiana como comerla con arroz.

El que vendía este pescado, fue bautizado como albacorero. Arrastraba un carretón y voceaba el nombre del producto. Con un filoso cuchillo entregaba las piezas a las señoras del barrio. La comunión con el sartén era total. En los años 40, los gringos venía a su caza y batieron record tanto en las aguas de Iquique como de Tocopilla.

Comer albacora hoy es un lujo. Aunque en un par de meses en el año, cuando aparece la llamada “albacora iquiqueña” los precios se hacen más accesibles. Pareciera que en esos momentos de deguste, mi madre, rememora los tiempos en que Iquique era otra ciudad, y la albacora era tan cotidiana como tener un perro o un gato en casa. La figura del albacorero, don Emilio, de El Colorado, con su grito marquetero, parece volver a congelar el tiempo.

Publicado en La Estrella de Iquique, el 27 de diciembre de 2015, página 19