Cantar, bailar y contar nuestra identidad.

Sábado 24 de noviembre, plaza 21 de Mayo.

A eso de las 22.00 horas y cobijándonos del «fresco» que viene del mar, técnicos y músicos se mueven con cierto nerviosismo por el escenario. Los “trompetas” ya están listos, al igual que los percusionistas.

Es la víspera del aniversario número 139 del Iquique chileno. Espero con cierta ansiedad que empiece el «show». Es que llevo cerca de seis meses, en compás de espera.

Hace un tiempo, Ximena Brain, me pidió que escribiera unos textos resumidos de la historia de Iquique, en un tono coloquial, sin pie de páginas y sin normas Apa. En otras palabras, textos sencillos. Lo hice y se lo mandé vía messenger.

Confieso que tenía ciertas aprensiones. Ximena, hablaba de armar un espectáculo en homenaje a Iquique con una estética que mezclara canciones, teatro, video y danzas. Me había dicho, además, que Lorena Rondanelli, se haría cargo de dramatizar mis textos y que por cierto «le iba a meter mano» (en otras palabras mejorar).

Aparece el programa y mi nombre al lado de mi buen amigo y compañero Vladimir Torres. Me imaginé arriba de un escenario leyendo con poca luz. Suerte tuve cuando me avisan que no, pero que sí tenía que subir al escenario al final. Un alivio.

Ximena Brain, es parte de la banda sonora de esta ciudad bulliciosa y se deja ver en el puerto/mal, de vez en cuando. A Marcela Cardemil, ¡no la veía hace mil años!, pues se fue antes que la Brain a la capital en los años 80 junto a: Jorge Andaur, Mauricio Gática, Jacqueline Parada, Juvenal Ayala.

Recuerdo que armamos una presentación poética musical de un libro de van Kessel, «Diciconario de la pesca artesanal». Si algo sirve el “FB” (facebook), es para encontrar gente y ahí la hallé.

¿Y quién más? le pregunté a Brain. Me habla del Moro González a quien tuve la suerte de escucharlo en la premiación de «Iquique 100 palabras» y me impresionó la musicalización que hizo del cuento ganador. Lo googlié y listo. A este trío, Ximena, Marcela y Moro González, se le agregaron los músicos iquiqueños, curtidos, excelentes y humildes como el maestro “Peli”. Se le sumaron bailarines formados en el Kirqui-Wayra, la actriz, Lorena Rondanelli (quien, a mí pesar, no quiso ser socióloga, sus razones habrá tenido) y parte su familia extensa e inquieta. Se agrega el cineasta Rafael Rodríguez Parra, impecable y certero en las imágenes expuestas.

Arriba, en el escenario, Marcela y Ximena se apoderan del espacio, como si fuera su casa. Mujeres de oficio, de carácter, de estilo y con memoria larga y corta. Además, en el escenario, dejan ver que se quieren tanto como Sabina con Serrat. Son mujeres que han pasado pellejerías, pero jamás han perdido su dignidad. Mujeres que no cantan por cantar ni por tener buena voz. Las veo arropadas con las fotos de quienes ya no están y aún buscamos. Con su canto, nos despertaron del cómodo sueño del olvido.

«Los boteros de Iquique», de nuestro Jorge Inostrosa, interpretado por Los Cuatro Cuartos, alcanza con los arreglos de Pedro Portillo y la voz de Moro González una solemnidad, frescor y contemporaneidad única. Una exquisitez de canción narrada bajo el mar, y sacada a flote del olvido. La guitarra de Moro, cabalga y navega por las olas.

La gracia, elegancia y soltura de la Rondanelli, le da a los textos un dinamismo acorde a la historia de la ciudad. A ella, le agradezco el haber agregado la frase «¡tira pastillas, viejo pascuero cagao!». Ya saben, no uso garabatos en mis textos. Su acompañante, Freddy Cuevas, contaba historia como en los tiempos del viejo barrio, con veredas de maderas y despacho en las esquinas.

Otro de los muchos puntos altos de esta obra es la presencia de la muerte, bajo la forma cruel del detenido desparecido.

A través de las imágenes trabajadas por Rafael Rodríguez, la búsqueda en Pisagua, de los nuestros y en este caso de William Millar Sanhueza, recoge el cuerpo y tensiona el alma.

Su familia, recorre el cementerio, pero jamás muestra la fosa común. Y no lo hacen, porque allí no está el compañero Millar.

Donde el desierto se une con el mar en una belleza infinita, la muerte, en este caso, la desaparición forzada, se hace dramáticamente humana, miserablemente humana. James Millar, es su continuidad, es su memoria.

Término.

«¡Al abordaje!» es una puesta en escena por la identidad, pero no por cualquier identidad sino la identidad de un proyecto político en pugna. Los que escriben la historia, la domestican. Por lo tanto, son los artistas en su amplia acepción, quienes hacen lo que los historiadores no quieren ni pueden.

La apuesta por la identidad no se reduce al mero ejercicio de la nostalgia, una enfermedad tan iquiqueña como preocupante.

«¡Al abordaje!» es, ciertamente, un intento muy bien logrado por clavar las estacas de la memoria popular muticultural, tan presentes en nuestra historia. Si ayer fueron los chinos, hoy son: los colombianos, dominicanos… Vecinos de este barrio pobre que es América Latina. Es una memoria que además recobra y recupera a la China de La Tirana, al Tani y a Godoy.

Lo popular en esta obra, es exhibida en su máxima expresión y registro. Allí están esos rostros humildes ocupando la calle Baquedano, la de la “élite salitrera”.

Gracias Ximena, un gusto Marcela, un abrazo Moro, un beso Lorena y ojalá que volvamos a encontrarnos. Los admiro, que no es más una forma elegante de envidiarlos.

Bernardo Guerrero Jiménez

Domingo 25 de noviembre de 2018.